¿DE DÓNDE
PROCEDEN
TODOS
NUESTROS MALES?
He aquí
un texto famoso, que cualquier cristiano aunque fuere
poco esclarecido podría firmar muy bien hoy. ¿Quién
puede ser el autor de este texto? Echémosle un vistazo y
tratemos de adivinar.
“Observemos cuál es el estado de las cosas en el
presente: guerras entre Estados, rivalidades entre
familias, agresiones entre los individuos, falta de
lealtad y de sensibilidad entre los gobernantes, falta
de atención de los padres para con sus hijos y falta de
respeto de los hijos hacia sus padres: finalmente, falta
de armonía y de paz entre hermanos y hermanas. He aquí
los males de nuestro mundo.
¿De donde
proceden esos males? ¿No provendrán de la falta de amor
mutuo? Y sí, es ciertamente de la falta de amor mutuo de
donde proceden.
Los
grandes propietarios solo piensan en sus intereses y
nunca en los de los demás y por lo tanto no tienen
ningún escrúpulo en atacar a sus vecinos. Todos han
aprendido a amar solamente a su propia familia y no a
las demás familias y por lo tanto no dudan en apoderarse
de los bienes de los demás. Los individuos han aprendido
solamente a amarse a sí mismos y no a amar a los demás,
y por lo tanto hacen mal a los otros sin ningún
remordimiento.
Porque
los poderosos no saben amarse entre sí, se hacen la
guerra. Porque las grandes familias no se aman, luchan
entre ellas para dominar, Porque los individuos no se
aman, se agreden…
Cuando en
el mundo nadie se quiere, los fuertes aplastan a los
débiles. Los más numerosos oprimen a los que lo son
menos. Los ricos se burlan de los pobres. Los de alto
rango desprecian a los humildes y los más astutos abusan
de los simples.. De modo que la falta de amor mutuo es
la causa de todas las calamidades, las injusticias, los
odios, los desórdenes del mundo. En consecuencia, el
único remedio para todos esos males no puede ser otra
cosa que el amor universal y la búsqueda del bien
recíproco.
¿Cual es
el camino del amor universal y del bien recíproco? Es
considerar a los demás países como al propio país, a la
familia de los demás como a la propia y a los demás
individuos como a sí mismo… Cuando en el mundo entero se
amen unos a otros no habrá más calamidades…
Pero se
dirá: sí, el amor universal es algo muy bueno, pero no
está a nuestro alcance y es muy difícil de poner en
práctica… ¿Es que sitiar una ciudad, hacer la guerra,
sacrificar la propia vida para hacerse un nombre, no son
acaso todas también cosas muy difíciles?
Ahora
bien, es necesario que el gobierno ame estas cosas para
que el pueblo también las ame y las ponga en práctica.
Pero si en lugar de eso se practicara el amor universal,
¿no sacarían acaso todos enormes beneficios?...Y
¿entonces cual es la dificultad? La única dificultad
reside en que los gobernantes no adoptan como norma el
amor universal; nada asombroso entonces que la gente
común no lo adopte como regla de conducta.”
Bien
¿quién puede ser el autor de este texto y en qué época
habrá vivido?
Si el
texto precedente, titulado “Los males de este mundo y
su remedio” llevara la firma de un buen Papa como
Juan XXIII, nadie se sorprendería. Pero el autor de ese
texto no ha sido ni un Papa, ni un Padre de la Iglesia,
sino un buen “pagano” que vio la luz por lo menos cuatro
siglos antes del nacimiento del cristianismo. Se trata
de Mo Zi (o Mo Tseu), un sabio chino que fue líder de un
gran movimiento llamado “moísmo”.
¡Imagínense, mucho antes de la venida de Jesús, Mo Zi un
valiente “pagano” de la China antigua, creía con toda su
alma en el amor universal!
Pregonaba
lo que hoy llamamos justicia social, la consideraba como
querida directamente por el cielo (la palabra Cielo en
China designa a Dios, a la Divinidad o a los dioses). Se
oponía al espíritu de clan y denunciaba a las clases
sociales. Combatía la guerra en todas sus formas,
rechazaba el odio y ni siquiera admitía que uno se
enojara.
Durante
más de doscientos años, el moísmo consiguió abrirse
camino entre las corrientes chinas de pensamiento, pero
luego encontró entre los confucionistas salvajes
adversarios. Los confucionistas pese a ser profundamente
humanistas tenían una visión diametralmente opuesta a la
de Mo Zi.
Según
ellos, el Cielo quería por sobre todas las cosas una
sociedad ordenada, cuidadosamente estructurada y
fuertemente jerarquizada, cuyo gran principio unificador
sería la obediencia absoluta (xiao) al padre de familia
y al emperador.
Para
ellos, los moístas, adeptos al amor universal y a la
igualdad entre los humanos, no eran más que subversivos,
heréticos y ateos. Los confucionistas se impusieron en
consecuencia el deber de combatirlos hasta hacerlos
desaparecer totalmente de la faz de la tierra. Lo que
realmente consiguieron luego de dos siglos de
encarnizada persecución.
El
recuerdo del drama de Mo Zi y de sus discípulos me
obliga a hacer un salto de dos milenios y me transporta
a la Argentina en la que viví entre 1977 y 1992. En esa
época centenares de mujeres y de hombres de América
latina creían que el amor universal proclamado por Jesús
debía salir a las calles y traducirse en una fuerza de
radical transformación de las mentes y de las
estructuras de la Iglesia y de la sociedad.
Ese
enorme y heroico movimiento de liberación insufló en la
iglesia una enorme esperanza y en especial en los países
del Tercer Mundo; por el contrario, fue salvajemente
combatido como si se tratase de una terrible subversión
por quienes querían mantener el “orden” tanto en la
Iglesia como en la sociedad en general.
Esos
buenos “confucionistas” de nuestro tiempo triunfaron en
toda la línea. Eran y siguen siendo los ardientes
apóstoles del nuevo orden mundial que el neoliberalismo
intenta implantar sobreexplotando los recursos del
planeta y acogotando cada vez con más fuerza a una
cantidad de pueblos que ya tienen bastantes dificultades
para respirar.
Creo que
fueron fuerzas similares las que asesinaron a Jesús de
Nazareth y castraron su gran movimiento de liberación de
los seres humanos. Han sido esas mismas fuerzas las que
han vaciado nuestra Iglesia de su mejor fermento y lo
han reducido a menudo, sobre todo en los países ricos, a
no ser más que una especie de gran salón funerario.
El drama
de Mo Zi no ha terminado… Se comprenderá un día que el
amor universal, la justicia y la libertad no son
enemigos del orden sino precisamente lo contrario.
Eloy Roy