El Credo de los pobres
Al terminar un curso de formación y
religión
cristiana para adultos en un barrio
popular de Cochabamba en Bolivia, una mujer que asistía al curso
exclamó: "Diosito nos acompaña siempre". Esta exclamación
constituye una verdadera profesión de fe, semejante a la de
aquella mujer que mientras Jesús hablaba le dijo: "¡Feliz la que
te dio a luz y te crió!" (Lc 11,27).
En Bolivia, como en otros países de América latina, el pueblo es
muy aficionado a los diminutivos: el pan es "pancito", el café
es "cafecito", el papá es "papito", el soldado es "soldadito",
el cura es el "padrecito", la religiosa es la "madrecita",
incluso el muerto es un "muertito”. Estos diminutivos significan
familiaridad, cercanía, cariño, algo entrañable y sencillo. En
este contexto se puede comprender que también Dios sea llamado
"Diosito".
Llamar a Dios "Diosito" está muy lejos de concebirlo como el
Primer motor inmóvil, la Causa de las causas, el Ser necesario y
Absoluto, el Ser del cual no se puede pensar nada mayor, como lo
formularon filósofos helénicos o escolásticos medievales. No es
tampoco el Dios tremendo y fascinante, ni el "totalmente Otro"
de los fenomenólogos de la
religión.
Tampoco es el Dios que algunos teólogos llaman el Misterio
absoluto y sin orillas, el Dios siempre mayor, el Dios
inaccesible envuelto siempre en la tiniebla de la
incognoscibilidad infinita. No es el Dios "omnipotente y
sempiterno" al que invoca de ordinario nuestra liturgia.
Menos aún "Diosito" es el Yahvé terrible que se manifiesta entre
rayos y truenos en el Sinaí, ni es el Juez castigador implacable
de muchas predicaciones moralizantes o de la misma pintura del
juicio final de la capilla Sextina.
Tampoco es el Dios del credo Niceno-constantinopolitano.
"Diosito" es un Dios cercano, familiar, bueno, perdonador,
misericordioso, que desea que seamos felices, que tengamos vida
en abundancia. Es el mismo Dios al que Jesús llamaba Abbá, es
decir "papito", incluso en sus momentos de angustia ante la
cercanía de su pasión (Mc 14,36).
"Diosito" refleja una imagen paterna y también materna de Dios,
porque como dice el profeta, aunque una madre se olvidase de sus
hijos, él no se olvida de nosotros (Is 49, 15), él tiene
entrañas de misericordia, nos cuida, nos protege, está siempre
cerca de nosotros.
No es el Dios abstracto de la mística renana sino más bien el
Dios que Teresa de Lisieux descubrió en su pequeño camino de la
infancia espiritual.
Indudablemente esta imagen del "Diosito" está estrechamente
ligada a la encarnación y nacimiento de Jesús, cuando la Palabra
eterna se hace carne y habita entre nosotros (Jn 1, 14), se
despoja de su gloria y se hace semejante a nosotros (Fil 2,
6-7). Es una imagen que nace de la contemplación de Jesús niño,
el Niño Manuelito, el Dios hecho pequeñez humana, que el pueblo
creyente adora en la noche de navidad y venera en los pesebres
de sus casas.
Es sin duda el Espíritu del Resucitado el que nos permite gritar
¡Abba! o ¡Padre! (Rm 8,15; Gal 4, 4), el que nos permite llamar
a Dios, "Diosito".
Pero este "Diosito", añadía la sencilla mujer cochabambina, "nos
acompaña siempre".
No es un Dios que permanece invulnerable e insensible en la
lejanía, como los dioses del Olimpo, ni nos deja abandonados a
nuestra propia suerte, sino que camina con su pueblo, escucha el
clamor de los oprimidos en Egipto, acompaña a los Israelitas en
su marcha por el desierto, en su historia de luces y sombras y
les hace retornar del exilio de Babilonia a Palestina.
Es el Señor resucitado que se juntó como peregrino desconocido a
los discípulos de Emaús, les explicó las escrituras y compartió
con ellos el pan (Lc 24, 13-35).
Es el Señor que dijo que estaría siempre con nosotros hasta el
fin de la historia (Mt 28, 20) y a través del Espíritu acompaña
a la Iglesia en su peregrinación, guía a la humanidad y llena el
universo, como el Vaticano II ha enseñado (GS 11). En él
existimos, nos movemos y somos (Hch 17,29).
"Diosito" nos acompaña siempre a lo largo de nuestra vida, en
momentos de felicidad y de turbación, y no nos abandonará en el
momento de nuestra muerte, porque es el que resucitó a Jesús de
entre los muertos y también resucitará nuestros pobres cuerpos
mortales (Rm 8, 11; Flp 3, 21).
¿Quién nos podrá apartar del amor de Dios? (Rm 8, 28-39).
"Diosito" fundamenta nuestra esperanza, porque nos acompaña
siempre.
Muchos teólogos han buscado una fórmula breve que compendie el
credo y responda a nuestros días. "Diosito nos acompaña siempre"
puede ser una fórmula breve que resume toda la revelación
bíblica expresada a través del sentido de la fe del pueblo
sencillo: Dios no sólo existe, sino que acompaña al pueblo
siempre.
"Diosito nos acompaña siempre" resume en lenguaje popular gran
parte de la historia de salvación bíblica. Es una versión
popular del evangelio, es como el credo de los pobres. Esto el
pueblo pobre y sencillo no lo ha aprendido de libros o
cursillos, lo ha experimentado en su propia vida.
La exultación mesiánica de Jesús quien lleno del gozo del
Espíritu bendijo al Padre porque había ocultado los misterios
del Reino a los sabios y entendidos y se los había dado a
conocer a los pequeños (Lc 10, 21), no ha sido tomada demasiado
en serio ni por la Iglesia en general, ni por la teología en
concreto. Esta sabiduría cristiana popular fruto de la
connaturalidad que tiene el pueblo con el evangelio de Jesús, su
sentido de la fe, del que habla Vaticano II (LG 12), no lo
tenemos de ordinario muy en cuenta. No nos acabamos de creer que
el Espíritu hable por los pequeños y sencillos y que ellos
posean la unción del Espíritu (1 Jn 2, 20.27).
Evangelizamos al pueblo, enseñamos catecismo, predicamos,
hacemos teología y pastoral con los conceptos y lenguajes
elaborados por sabios y letrados, que muchas veces presentan una
imagen de un Dios Todopoderoso y Omnipotente más cercana a los
ricos, a los señores feudales, a los reyes de la tierra, a los
terratenientes y grandes empresarios y financieros… que al Dios
clemente y compasivo Padre de Jesús, el Dios de los pobres, el
Dios del Magnificat, el Dios que Simeón descubrió en el templo
en aquel Niño que una pareja campesina ofrecía al Señor (Lc 2,
22-35).
Nuestro Dios, el que predicamos y enseñamos en el catecismo,
muchas veces está muy alejado del "Diosito" del pueblo sencillo.
Tal vez por esto el pueblo pobre y sencillo se aleja de la
Iglesia oficial y vive su fe un tanto al margen, de manera
informal.
En cambio a Jesús de Nazaret, el pueblo le entendía. Hablaba con
autoridad pero de forma sencilla, con parábolas, con ejemplos
caseros sacados de la vida, con imágenes populares.
¿Entiende el pueblo sencillo de hoy la liturgia, las homilías,
las encíclicas del magisterio de la Iglesia? ¿Le falta al pueblo
sencillo inteligencia para comprender o más bien a nosotros,
sabios y prudentes, nos falta comprensión profunda del evangelio
para poder transmitirlo a los pobres?
Evangelizar a los pobres es uno de los grandes signos mesiánicos
(Lc 7, 22)Pero, ¿cómo evangelizar a los pobres? ¿No habría que
partir de sus necesidades vitales, de sus mismas vivencias y de
sus expresiones de fe popular?
Pero, además, la expresión "Diosito nos acompaña siempre" es un
desafío y un grito profético para los sectores del Primer mundo
y también de América Latina, para quienes Dios ha muerto, o es
algo que pertenece a la época pre-industrial y pre-cientifica,
un residuo cultural ante el cual vale más ser escépticos e
indiferentes, mantener una duda metódica, permanecer en un
prudente y cómodo agnosticismo, guardar silencio. Frente a estos
sectores, el pueblo pobre y sencillo confiesa que Dios realmente
existe y nos acompaña siempre.
Una vez más es verdad que los pobres nos evangelizan, nos
ofrecen una imagen diversa de Dios, que podrá y deberá, sin
duda, ser profundizada, iluminada por la fe y la razón, ser
nuevamente evangelizada, pero que posee la verdad y la sabiduría
propia del credo de los pobres. Los pobres son un lugar
teológico y hermenéutico privilegiado para comprender el
evangelio. No acabamos de aceptarlo. Y menos aún cuando es una
mujer pobre la que a veces nos evangeliza.
Víctor
Codina, S.J.
Profesor de Teología en la Universidad Católica
Boliviana de Cochabamba.