8 DE
MARZO,
FIESTA
INTERNACIONAL
DE LA
MUJER
La historia de la Fiesta Internacional de la Mujer se
remonta a mitad del siglo XIX, cuando en las fábricas
trabajaban muchas mujeres mal pagadas y explotadas.
El 8 de marzo de 1.857, por primera vez, algunas operarias
de Nueva York protestaron por la mejora de sus condiciones
laborales (tenían una paga mísera para muchas horas de
trabajo en unas condiciones pésimas). El resultado de esta
primera manifestación fue un ataque por parte de la policía.
Dos años después, también en marzo, estas trabajadoras se
organizaron formando un sindicato para intentar mejorar sus
condiciones de trabajo.
En 1.911, en Austria, Dinamarca, Alemania y Suiza, se pensó
dedicar un día a la mujer, con el intento de obtener el
derecho de voto y terminar con la discriminación de género
en el trabajo. Ese mismo año, el 25 de marzo en Nueva York,
129 trabajadoras de la empresa Triangle Shirtwaist Company
murieron en un incendio provocado por el empresario al
encontrarse aquellas ocupando la fábrica como medida de
presión. Una multitud de 100.000 personas participaron en el
funeral.
No fue hasta diciembre de 1.977 que la Asamblea General de
las Naciones Unidas adoptó una resolución proclamando el 8
de marzo como Fiesta Internacional de la Mujer.
Desde aquel 8 de marzo de 1.857, se han dado y se dan muchos
pasos gracias al esfuerzo y compromiso de muchas mujeres, a
las que se han unido quienes sienten la justicia, la lucha
por sus derechos como ciudadanas y como trabajadoras en
cualquier lugar del mundo.
La situación
actual
A buen
seguro que si las trabajadoras de comienzos del siglo XX
pudieran hoy contemplar las condiciones existenciales de las
trabajadoras de comienzos del siglo XXI no dudarían en
reconocer que los logros obtenidos se sitúan más allá de
cualquier soñada utopía del primer cuarto de siglo que hemos
despedido.
Ahora
bien, hay que reconocer que la consecución de esa utopía
sólo es cierta para determinados lugares del planeta y ni
siquiera, en esos casos, se puede hablar en términos
absolutos. Porque en el mundo siguen existiendo lugares en
que las condiciones de trabajo de las mujeres las
convierten, sin necesidad de más calificativos, en esclavas.
Y en
nuestro propio país, donde por fortuna hemos avanzado
inmensamente en los últimos lustros, aún estamos lejos de
conseguir una situación de plena equiparación entre las
condiciones laborales o profesionales del hombre y de la
mujer.
En los últimos meses no dejamos de escuchar hablar de la
crisis económica por todas partes. Lo que casi nadie está
diciendo (al menos claramente) es que van a ser las mujeres
en general y las inmigrantes en particular, las que peor
paradas salgan de esta crisis.
Las
mujeres son las “reinas” del trabajo sumergido. Cuatro de
cada diez que realizan un trabajo asalariado lo hacen en
condiciones irregulares, en su propio domicilio, en talleres
clandestinos, en el servicio doméstico...
La tasa de ocupación femenina que tradicionalmente ha sido
inferior a la de los hombres y con empleos, en general, peor
retribuidos que los masculinos, ha dado paso a unas
pensiones de jubilación paupérrimas para aquellas mujeres
que se dejaron la piel trabajando fuera de casa y además con
el añadido de los lastres sociales de haber “abandonado” sus
responsabilidades familiares de cuidado y atención.
La
familia igualitaria sigue siendo una utopía. Las tareas
domésticas siguen siendo muy mayoritariamente
responsabilidad casi exclusiva de las mujeres y destinan
cinco horas más por jornada laboral a estas tareas que los
hombres. De modo que mientras que el hogar sigue siendo para
el hombre “el reposo del guerrero”, para la mujer es un
segundo centro de trabajo, en el que realiza un trabajo que
no está remunerado y que, además, le impide descansar del
trabajo que realiza fuera de casa.
La aprobación en su día de la Ley de Dependencia se
consideró por algunos sectores como una ventaja de cara a la
retribución que iban a percibir las cuidadoras informales de
esas personas dependientes, que en su mayoría son mujeres.
Pero el retraso de la puesta en marcha de esta ley en
algunas comunidades autónomas tiene el efecto de no haber
regularizado la situación de estas cuidadoras informales
que, además, deben continuar haciendo su trabajo a pesar de
que cada año van siendo más mayores ellas también.
Concluyendo
Somos y
debemos sentirnos parte de una historia, de una memoria, de
un presente y de un futuro que queremos hacer avanzar hacia
la superación de tantas injusticias, discriminaciones,
prejuicios, negaciones y violaciones contra las mujeres.
Muchas
mujeres sufren la pobreza, el paro, la desigualdad salarial,
son segregadas a las categorías laborales más bajas, viven
la precariedad en el empleo, las dificultades para
compatibilizar vida laboral y familiar asumiendo dobles
jornadas, no ven reconocido su papel a nivel de las
organizaciones e instituciones, reciben un trato vejatorio,
son victimas de la violencia sexista, perdiendo incluso la
vida…
La
celebración del 8 de marzo es una llamada a la
reivindicación, la denuncia, el compromiso.
Queremos como cristianos y cristianas, empeñarnos en
construir una convivencia, una sociedad, una iglesia, un
mundo desde el respeto, la tolerancia, la solidaridad, la
justicia y la igualdad desde las diferencias. No es tarea
fácil, necesitamos desde todos los ámbitos de la sociedad:
valentía, esfuerzo, constancia, debate y esperanza.
SECRETARIADO DIOCESANO DE PASTORAL OBRERA
Extracto del boletín de
HOAC DE CADIZ Y CEUTA