Haití
¡Ahora!…
y sobre todo, a partir de ahora. De nuevo ha sido precisa
una inmensa catástrofe para que el mundo “despierte” y
tienda las manos, y se “vuelque”, consternado, emocionado,
compasivo, en ayuda de una población – víctima que, de
pronto, aparece ante nuestros ojos tan entretenidos, tan
distraídos, en un espectáculo horrendo, conmovedor.
Como
sucedió en el tsunami de diciembre de 2005… Todos acudimos
presurosos… y ¿después? Después, nada. Hay espacios de
nuestra conciencia que no solemos visitar y, poco a poco,
caen en el olvido.
Cuando,
hace años, supe lo que supe de la historia de Haití, vi lo
que vi de su vida diaria; recordé con ellos -especialmente
con ellas- las increíbles humillaciones padecidas durante la
época del dictador Duvalier y sus “ton-ton macuttes”… decidí
situar a esta parte morena de la preciosa isla caribeña en
el centro de mi corazón.
¡Qué
vergüenza ser espectadores! ¡Qué vergüenza disfrutar de
rentas per cápita altísimas cuando tantos hermanos
nuestros viven en la miseria más absoluta! En Haití no
llegan a un dólar por día… y, sin embargo, a principios del
siglo XIX, Haití –con Alejandro Pétion– y los Estados
Unidos, eran los únicos países del hemisferio occidental
cuyas ideas republicanas habían prevalecido.
No me
canso de repetir que éste es el gran desafío: pasar de la
explotación a la cooperación, de una economía de
especulación y guerra (3,000 millones de dólares al día en
gastos militares) -tampoco debemos cansarnos de repetirlo-
al tiempo que mueren de hambre y desamparo más de 60,000
personas de hambre, a una economía de desarrollo global
sostenible, con inversiones en energías renovables,
producción de alimentos, obtención de agua por
desalinización, acceso de todos a los servicios de salud,
protección del medio ambiente, viviendas ecológicas,
transporte eléctrico…
En una
palabra, si ganamos la lucha contra la pobreza y la
exclusión no sólo moralmente sino también social y
económicamente, la Humanidad podría iniciar una nueva era.
Se ha
“rescatado” a los financieros, que ya vuelven a ver las
Bolsas boyantes. Ahora, rápidamente, corresponde el
rescate de la gente, empezando por los más vulnerables.
¿Dónde
están los recursos humanos y tecnológicos especialmente
preparados para reducir el impacto de las catástrofes? Desde
1989 a 1999 se estudiaron por el Sistema de las Naciones
Unidas todas las circunstancias (terremotos, huracanes,
inundaciones, incendios…) en las que era necesario estar
siempre alerta y dispuestos, bajo la coordinación de las
Naciones Unidas, para actuar con eficacia. Una vez más,
la maquinaria de la guerra es la única que está dispuesta:
F-16, F-18… “a manta”, pero observamos con consternación
que incluso en los países “más desarrollados” y con mayores
arsenales bélicos, se hallan indefensos ante el fuego, el
viento y el agua desbocados…
“Misión:
la Tierra” ¡Misión, la Madre Tierra! Y, cuando corresponda,
misión a Marte y a otros lugares más lejanos. Pero ahora,
desde ahora, Haití y Darfur y todos los lugares en que la
Humanidad se juega su futuro.
Los
“líderes” deben saber que la decisión sobre estos temas ya
no les corresponderá en exclusiva. Que la sociedad civil
tendrá voz –sobre todo en el ciberespacio– y la elevará
progresivamente. Que se han terminado las incoherencias y
las presiones que mantienen todavía abiertos los paraísos
fiscales -en buen número cerca de Haití por cierto- y
que podremos mirar a los ojos de los supervivientes y
decirles: “el tiempo de la insolidaridad y del olvido, el
tiempo del desamor, ha terminado”.
Federico Mayor Zaragoza