La mano invisible
Desde niño tengo mis miedos, como todo el mundo. Primero era
el miedo de ver a mi padre bravo, de verme obligado a comer
rábanos, de sacar cero en el examen de matemáticas. Miedo,
bajo la dictadura, a verme arrollado por un auto policial.
Miedo, bajo la lluvia pertinaz, de que mi chabola en la
favela, situada al borde de un precipicio, fuese llevada por
el agua.
Hoy colecciono otros miedos. Uno de ellos es el miedo a la
mano invisible del Mercado. De lo invisible sólo no temo a
Dios. Temo a las bacterias y a los extraterrestres. A las
primeras las combato con antibióticos, término inapropiado,
pues significa “contra la vida”, siendo que las inoculamos
para favorecerla.
En cuanto a los extraterrestres, quedé más tranquilo al
saber que la distancia más grande conseguida en el espacio
por nuestra tecnología es alcanzada por las emisiones
televisivas. Seguro que, al captarlas, los exploradores
interplanetarios llegaron a la conclusión de que en la
Tierra no hay vida inteligente…
Vuelvo a la mano invisible del Mercado. ¿Dónde la mete?
Preferentemente en nuestro bolsillo. En especial el de los
más pobres. Y es invisible porque es cínica, como todo
delito practicado a escondidas. Por ejemplo el Mercado
practica la extorsión al bolsillo de los más pobres a través
de impuestos cargados a los productos y servicios. Todo
podría ser más barato si no fuera por esa mano boba que se
inmiscuye en lo que consumimos.
Ahora que el Mercado entró en crisis -pues el globo que
infló estalló en su misma cara-, ¿dónde anda metiendo su
mano invisible? La respuesta sí es visible: en el bolsillo
del gobierno.
En los EE.UU el Mercado, en los estertores de la
administración Bush (de infausta memoria) metió mano a US$
830.000 millones y ahora logró otros US$ 900.000 millones de
la recién estrenada administración Obama. Todo para guardar
esa fortuna en el bolsillo agujereado del sistema
financiero.
Además, la mano invisible del Mercado desconoce los
bolsillos de los ciudadanos. Viciada como está, siempre
beneficia el bolsillo de los ricos.
Ya lo advertía mi abuela:
“¡Mire bien, niño, dónde pone esa mano!” Y me
obligaba a lavármela antes de sentarme a la mesa. Pues bien,
creo que la mano del Mercado es invisible porque nunca se
lava. Al contrario, lava dinero sin lavarse de la suciedad
que lo impregna. Es lo que deduzco al leer las noticias de
que, en los paraísos fiscales, la liquidez de los grandes
bancos fue asegurada, en los últimos años, gracias a los
depósitos del narcotráfico.
La mano puede ser invisible pero sus huellas digitales no.
Allí donde el Mercado pone su mano queda la marca. Sobre
todo cuando retira la mano, dejando en el desamparo a
millares de desempleados, tirados en la calle de la
insolvencia, ahorcados en deudas astronómicas.
El Mercado es como un dios. Usted cree en él, pone su fe en
él, lo venera, hace sacrificios para agradarlo, se siente
culpable cuando da un paso en falso con relación a él,
aunque sea de él la culpa, como en el caso de la compra de
acciones que él vendió prometiendo fortunas y ahora esas
acciones valen una nada.
Como un dios, sólo se le puede conocer por sus efectos: la
Bolsa, el salario, la hipoteca, el interés, la deuda, etc.
Se manifiesta por medio de su creación, pero sin dejarse ver
ni localizar. Nadie sabe exactamente qué cara tiene o en qué
lugar se esconde, aunque sea omnipresente.
Hasta en la candela vendida a la puerta de la iglesia se
hace presente. Y mete la mano, la famosa mano invisible, la
temida mano invisible, esa mano más abominable que la de los
tarados que se atreven a meterla debajo del vestido de la
mujer de pie en el autobús.
Y de nada vale gritar:
“¡Quite esa mano de ahí!”
A pesar de que la mano invisible manipula
descaradamente nuestra calidad de vida, privilegiando a unos
pocos y asfixiando a la mayoría, nadie se libra de ella.
Como es invisible, no se la puede cortar. Sólo queda una
salida: cortarle la cabeza al Mercado. Pero ésa es otra
historia. Hoy hablé de la mano. La cabeza queda para otro
día.
Frei
Betto
Traducción de J.L.Burguet