Los
verdaderos piratas
En 1991 se hundió el orden político de Somalia, país que
sucumbió a una guerra civil empeorada por la intervención
estadounidense. El colapso político dejó la sociedad somalí
sin defensas, situación que fue aprovechada por navíos
procedentes de Europa, Estados Unidos, China y otros países
para verter en sus aguas grandes cantidades de residuos
tóxicos y radioactivos.
El abuso se hizo visible cuando, en 2005, un tsunami
depositó en las playas y costas somalíes bidones corroídos y
otras muestras de estos residuos. Según el enviado de las
Naciones Unidas en Somalia Ahmadou Ould-Abdallah, la
porquería tóxica acumulada en pocos días por la catástrofe
marina provocó úlceras, cánceres, náuseas y malformaciones
genéticas en recién nacidos y, al menos, 300 muertes.
Pero las desgracias no terminan ahí. Aprovechando el
desgobierno, una multitud de barcos de pesca empezó a faenar
en las aguas frente al país, incluidas sus aguas
territoriales.
En 2005 se calculó que pescaron allí unos 800 barcos de
distintos países, muchos de ellos europeos y, más
específicamente, españoles. Se estima que los ingresos
generados durante un año por esta pesca extranjera ilegal
ascendió a 450 millones de dólares. El resultado fue la
rápida disminución de unas reservas pesqueras que eran el
principal recurso para las comunidades de pescadores del
país, catalogado como uno de los más pobres del mundo.
Grupos de somalíes trataron de constituir un cuerpo
autodenominado “Guardacostas Voluntarios de Somalia”,
reuniendo dinero con el que pagar a la empresa
estadounidense Hart Security, que se dedica a entrenar y
formar luchadores y mercenarios por todo el mundo.
Al parecer, hubo intentos de esos guardacostas voluntarios
de negociar con los buques de pesca extranjeros para que
dejaran de faenar o pagaran un impuesto para seguir
haciéndolo, intentos que resultaron fallidos. El desenlace
final fue lo que hoy se califica como piratería somalí.
En un país plagado de armas, desgarrado por bandas rivales y
sometido a una situación económica desesperada, un desenlace
así no debería sorprender. A la vista de lo anterior es
legítimo preguntarse: ¿quiénes son, en esta historia, los
verdaderos piratas?
Hay en España quien propone que los atuneros españoles (que
son sobre todo vascos) lleven militares a bordo para
disuadir a los piratas. En el Parlamento vasco, los votos
del PP y el PNV han hecho posible el pasado 8 de octubre
aprobar una moción en esta línea.
El Congreso ya lo había descartado meses antes arguyendo que
la legislación española no lo permite. Francia sí lo
permite, y hace tiempo que en el Índico los barcos de pesca
franceses llevan militares a bordo.
Pero esta diferencia es de detalle: ambos países lograron
que el 10 de diciembre de 2008 los ministros de Defensa de
la Unión Europea aprobaran la llamada Operación Atalanta
contra la piratería somalí, y que se diera luz verde al
envío de entre 6 y 10 buques de guerra para “garantizar la
seguridad” en el golfo de Adén con el mandato de vigilar las
costas de Somalia, “incluidas sus aguas territoriales”.
Estos hechos muestran que el colonialismo no sólo no ha
muerto, sino que está tomando nuevos bríos. Y un nuevo
aspecto marcado por la crisis de recursos naturales, en este
caso la pesca. Las flotas pesqueras de los países ricos,
compuestas por buques con capacidad para moverse por todos
los mares del mundo, esquilman un caladero tras otro: son
las principales culpables de la sobrepesca que desde hace
años viene destruyendo la capacidad de regeneración de las
especies marinas y preparando un colapso de las capturas a
escala mundial.
Las primeras perjudicadas son las poblaciones de los países
pobres que dependen de la pesca local: ellas carecen de
flotas potentes para pescar lejos de sus costas. El caso
somalí es uno de los más sangrantes por las circunstancias
políticas internas, pero no es el único.
España está recuperando sus blasones imperiales
contribuyendo a empobrecer a uno de los países más pobres
del mundo. Al hacerlo no sólo comete una injusticia, sino
que practica una política sin futuro también para sus
habitantes. Porque cuando ya no haya caladeros por explotar
en ningún rincón del mundo, ¿qué harán nuestros marineros y
pescadores?
Es una indignidad aprovecharse de un país desangrado por una
guerra civil y luego mandar a los soldados a defender una
causa indefendible que no hace más que profundizar la
tragedia de ese pueblo. Y si se quiere mirar desde otra
óptica, ¿cuánto nos cuesta mantener la dotación de dos
buques de guerra, un avión y 395 efectivos de la Marina
española que tenemos destacados en la zona?
El caso tiene su moraleja. Un país desarrollado como España
no debe, tras agotar sus propios recursos pesqueros,
expandirse por los mares del mundo privando a otras
poblaciones más pobres de sus medios de subsistencia, porque
agrava la situación de esas poblaciones y las empuja a una
resistencia que desemboca en aventuras violentas y salidas
militares.
La solución hay que buscarla en casa, adaptándose a unos
ecosistemas dañados y gestionándolos mejor (por ejemplo, con
la piscicultura como alternativa a la pesca), y adoptando
medidas previsoras para que nadie se quede sin trabajo y sin
fuente de ingresos.
Es inquietante que se esté haciendo exactamente lo
contrario: optar por la huida hacia delante y por un
neoimperialismo ecológico reforzado militarmente que sólo
puede redundar en un empeoramiento de la situación.
Joaquim
Sempere
Profesor de Teoría Sociológica y Sociología Medioambiental
de la Universidad de Barcelona
ESQUILMADAS LAS AGUAS DE LA UE,
A POR LOS MARES AFRICANOS
Las dos terceras partes de las aguas de la Unión Europea han
sido ya esquilmadas. Un estudio de 2006 revelaba que el 76%
de las especies estaban agotadas, totalmente explotadas o
sobreexplotadas.
Lejos de adaptar sus flotas a los recursos, la UE ha
dedicado ingentes fondos a subsidiar la construcción de
imponentes barcos como el Alakrana, dedicados a la pesca
industrial (este buque recibió 4.272.960 de euros para su
construcción).
Estos barcos, tan necesitados de subvenciones, que la UE
proporcionó hasta 2004, tienen otro defecto económico: para
ser rentables necesitan un gran volumen de captura. Disponen
de medios para llevarla a cabo: radares que detectan los
bancos de peces, inmensas redes, cámaras frigoríficas donde
almacenar toneladas de pescado... Lo que escasean son los
caladeros donde desplegar su potencial. Por eso acuden al
Índico.
Como se pesca a lo grande, se capturan presas no deseadas.
Según denuncia Greenpeace Internacional, al menos un cuarto
de todas las criaturas marinas capturadas son arrojados de
vuelta al mar, muertos. Ballenas, delfines, albatros,
tortugas, que en la industria reciben el nombre de capturas
accesorias.
Lejos de elegir un camino de pesca sostenible, la ecuación
del incremento del consumo, la escasez de pescado y el
exceso de flota se ha solucionado arrendando espacios
marítimos de terceros países. Estos ‘alquileres’ de Zonas
Económicas Exclusivas (ZEE) son llamados Acuerdos
Bilaterales de Pesca.
Muchos países africanos no tiene el capital necesario para
una explotación industrial de sus recursos marinos. La
solución: alquilar el uso a la UE por precios irrisorios.
Unos cinco años de pesca en Comores equivale a un piso de
tamaño medio en el centro de Madrid.
La Unión Europea afirma que su objetivo es “fomentar la
pesca responsable y sostenible en aguas de países no
pertenecientes a la UE y ofrecer a la flota europea acceso
sólo a los recursos pesqueros allí excedentarios”.
De fondo, el gran incremento del consumo. Según la FAO, el
consumo de pescado por persona ha aumentado de una media de
casi diez kilos en los años ’60 hasta los casi 16,5 kilos de
2005.
Y, como todos los crecimientos, éste es dispar:
·
en 2005 los africanos consumían nueve kilos anuales de
media, frente a los 22 de la UE
·
en 1950 las capturas marítimas ascendían a 17 millones de
toneladas; en 2007 ya eran más de 91 millones.
·
en Europa se duplicó la captura de menos de seis millones de
toneladas a más de 13,5 actualmente.
·
en África en el mismo periodo se ha multiplicado por seis,
pasando de poco más de un millón de toneladas de pescado
capturado a unos siete millones.
Y los datos de la FAO se quedan cortos, pues sólo atañen a
la pesca declarada. Sin embargo, los Estados africanos no
han multiplicado su capacidad de captura.
Se estima que la flota mundial excede dos veces y media
lo que realmente se puede pescar, que es cada vez menos.
Aunque la captura de pulpo cayó de 35.000 toneladas en 1992
a sólo 20.000 en 1997, cuando en 1999 la UE negoció un nuevo
acuerdo de pesca, exigió a Senegal que autorizara un aumento
del 60% de las capturas.