¿QUÉ SERÁ DE NOSOTROS SIN ELLOS?
¿Qué sucederá cuando se
acaben las movilizaciones estudiantiles y la Alameda
amanezca vacía, sin manifestaciones, y en vez de jóvenes
disfrazados y caravanas y danzas, vuelvan los grises
oficinistas de siempre a cruzar las mismas calles con la
mirada perdida en el horizonte?
¿Qué sucederá cuando los
mismos políticos vuelvan a decir las mismas frases de
siempre y el país se sumerja otra vez en su estado de
anestesiamiento general, el mismo que durante décadas
aseguró una insana "normalidad", una paz de cementerio?
¿Nadie se hará preguntas
entonces, nadie interpelará a la incoherencia, nadie
levantará la voz para cuestionar las ideas hechas, los
conformismos, y las inercias? No logro imaginarme que el
país vuelva a ser el mismo que era antes de que empezara
este inédito y ferviente movimiento estudiantil.
No podría aceptar que
esta primavera colectiva haya sido sólo eso, una efímera
primavera, como lo son todas las primaveras del hombre.
Un jovencísimo Neruda, en un poema ganador de una Fiesta
de la Primavera que se celebraba en el Santiago aldeano
de hace varias décadas, a propósito del ímpetu de su
generación que participó activamente en un cambio de
mundo, decía:
"Y van nuestras jóvenes almas henchidas
como las velas de un barco en el viento".
¿Nos bajaremos todos de
este barco que en estos meses nos ha hecho cruzar
fuertes tormentas, pero también cielos abiertos y puros?
¿O volveremos a ser los sumisos consumidores de antes,
los pasivos endeudados, los que se compraron a ciegas un
modelo de vida alienante, sin cuestionamiento y con
fatalista resignación?
No me gustaría que
volviera a triunfar el "peso de la noche", ese que ha
permitido que los mediocres gobiernen sin que nadie los
cuestione, ese que baja todas las varas morales y sólo
se interesa en que suban las tasas de interés.
No me gustaría ver a
Chile otra vez dormido en sus laureles, en su
autocomplacencia aspiracional, sin espíritu, sin
ideales, sin pasión, sin riesgo, sin sueños. Un país
temeroso del desborde, de la creatividad, del
pensamiento libre. Un país que no lee ni el diario, un
país que sólo se junta colectivamente para celebrar un
gol o reírse de un chiste de doble sentido, pero que no
se interesa por la educación y la cultura, un país
apático y engreído. Un país viejo antes de nacer.
¿Qué haremos cuando los
jóvenes saquen sus lienzos y ya no se escuche ondear sus
consignas en el viento? ¿Qué haremos los días de lluvia
cuando nadie salga a decir basta?
Ya veo venir la hora
vestida de tedio y resignación, la hora más devastadora
de todas. Es tan efímera la juventud, dura tan poco:
"Juventud, divino tesoro,
te vas para no volver.
Cuando quiero llorar no puedo,
y a veces lloro sin querer".
La juventud enciende las
lámparas, la juventud enumera sin piedad nuestros
errores uno a uno y nos lee la cartilla de nuestras
incongruencias, nos saca de nuestros cómodos asientos,
nos mueve el piso, nos trae espejos donde nos vemos a
nosotros mismos instalados, cínicos, sin fe.
La juventud es
implacable y generosa, nos recuerda que estamos vivos y
que estar vivos es arriesgar, es poner todo en duda de
nuevo, es salir a la calle a darlo todo por lo
imposible.
Cuando los jóvenes se
vayan de estas calles, cuando sus voces no resuenen en
nuestras almas, saldremos a pedirles que vuelvan, a
exigirles que no se vayan nunca.
Porque sin sus
desmesuradas demandas nuestras vidas volverán a marcar
el paso, y no moriremos como mueren ellos, los jóvenes,
como héroes, como relámpagos en el cielo, sino que
correremos el riesgo de irnos apagando, de agonizar como
caricaturas de nosotros mismos, de nuestras traiciones
interiores y nuestros tedios.
¡Que vuelvan siempre los
jóvenes, vestidos de lo que sea, disfrazados de anhelos,
para que nos cuenten a los adultos ese cuento que
necesitamos para despertar y levantarnos de nuevo cada
día!
Cristián Warnken
(Chile)