UN SENDERO DE ESPERANZA
Pequeñas luces, tímidas algunas un poco más audaces
otras pero todavía dispersas comienzan a despejar el
camino de las sombras y aunque todavía no logremos
vislumbrar el horizonte, no debemos olvidar que es
precisamente en las proximidades de la aurora cuando las
tinieblas de la noche se vuelven más profundas.
Estamos transitando un período difícil y lleno de
contradicciones. Por un lado los vertiginosos avances
tecnológicos que nos llenan de omnipotencia y por otro
la impotencia que nos producen la proliferación de las
guerras, la profundización de las injusticias
socio-económicas, la irresponsable destrucción de
nuestro hermoso planeta azul…
Nos sentimos inmersos en un enorme caos, global,
planetario, que pareciera no tener fin o que en todo
caso nos está conduciendo a un destino de aniquilamiento
final sin retorno. Y sin embargo surgen voces,
iniciativas, ideas, proyectos que, como augura Edgar
Morin, configuran “un punto de partida de comienzos
modestos, invisibles, marginales, dispersos” pero
que ya existen como un “hervidero creativo” que
comienza a manifestarse en las distintas esferas del
quehacer humano y en las más imprevistas geografías de
los cinco continentes.
Son miradas y actitudes sin duda esperanzadas que buscan
allanar el camino que nos conduzca a una transformación
profunda, a eso que también Morin llama una todavía “invisible
e inconcebible metamorfosis”.
Porque, como reflexiona Eloy Roy, aunque “enormes
meteoritos choquen con la Tierra, matando dinosaurios
siempre sobrevivirán bacterias para recomenzarlo todo de
nuevo (…) aunque sea en una dirección distinta y con
formas diferentes a lo que anteriormente existía. Es así
como apareció nuestra especie como un accidente o una
sorpresa de la vida.”
Y es en ese caos, en esas incomprensibles incoherencias
en que nos sentimos inmersos y acuciados por el temor y
la incertidumbre que generan los reiterados golpes que
nos agobian, donde residen las fuerzas, aunque
presentidas, en su capacidad y magnitud todavía
desconocidas, desde donde podrá renacer, tal vez sin
prisa pero también sin pausa, el ave fénix de nuestra
humanidad.
Existen muchos signos capaces de alentar esa utopía.
Hace alrededor de cuarenta años el Club de Roma alertaba
ya sobre “Los límites del crecimiento” seguidos de la
Conferencia de Estocolmo y posteriormente de la de Rio.
Fueron aparentemente clamores en el desierto y las
pretendidas teorías del desarrollo infinito siguieron
enseñoreándose del planeta. Y siguen todavía…
Sin embargo, hace apenas un poco más de diez años, más
específicamente desde las manifestaciones convocadas por
sindicatos, ecologistas y organizaciones populares que
hicieron fracasar la Ronda del Milenio de la OMC, en
Seattle, comenzaron las movilizaciones tendientes a
frenar desde diferentes ángulos el avance de las
políticas de concentración monopólica y de apropiación
destructiva de la naturaleza para beneficio de unos
pocos.
Estos movimientos se basan en una creciente toma de
conciencia de la sociedad y en el ejercicio de un
protagonismo que aunque lentamente comienza a dar sus
frutos.
La ciudad de Esquel, en la provincia de Neuquén, por
ejemplo, está festejando, en estos días, que se han
cumplido siete años desde el momento en que los vecinos,
luego de movilizar a toda la ciudad, lograron con un
plebiscito bloquear el proyecto minero de la
multinacional Meridian Gold,
cuyas actividades extractivas vaticinaban destruir
montañas y suelos, contaminar el ambiente y despilfarrar
excepcionales cantidades de agua.
A partir de esa experiencia siete provincias argentinas
han logrado que se sancionen leyes que prohíben esta
clase de explotaciones mineras. Y en este tipo ya son
más de cien las asambleas de comunidades de todo el país
organizadas por fuera de la política convencional, en
las que los ciudadanos hacen la verdadera política,
manifestaciones que se mantienen “invisibles” para los
grandes medios pero que van socavando silenciosamente
las todavía imperiosas y aparentemente inamovibles leyes
del mercado.
Dice Leonardo Boff que “lo que está hoy
en juego es la totalidad del destino humano y el futuro
de la biosfera”
y que hay que cambiar “hábitos científicos
consagrados y toda una visión del mundo”.
Porque en general todo se resuelve desde restringidos
puntos de vista sectoriales y fragmentarios que ignoran
la totalidad, de modo que urge integrar las diferentes
visiones en una sola pregunta ¿Qué destino queremos para
nuestra Casa Común?
Pero esa urgencia no implica ignorar que llevará aún
tiempo desarrollar capacidades diferentes, “sumar,
interactuar, unir, repensar, rehacer lo que fue deshecho
e innovar”, agrega Boff, lo que de algún modo
significa reconocer que existen esas posibilidades, esas
iniciativas y que poco a poco irán emergiendo nuevas
propuestas, adquiriendo fuerza, encontrando renovados
instrumentos para ayudar a transformar lo que parece la
autodestrucción final en una auto-reconstruccción.
Una visión desde luego entrañablemente esperanzadora y
positiva que arraiga sin duda en una visión cristiana de
la vida y del universo, creados no para la aniquilación
y el exterminio sino para la vida y vida en abundancia
como nos ofrece el Creador en un universo pletórico de
riquezas naturales, que los seres humanos nos estamos
empeñando sistemáticamente en destruir y que deberíamos
esmerarnos en comprender y en recuperar
si queremos que ese camino de esperanza se transforme en
realidad en el futuro.
Susana Merino