Amar sin sentir pasión por la justicia no es amar.
Sin justicia, el amor no tiene pies, ni piernas, ni
manos, ni nada. Es como un auto último modelo, pero
sin ruedas, o sin volante. O que tuviera ruedas,
volante y todo, pero sólo daría vueltas alrededor
del garaje por falta de carreteras.
Es la justicia la que hace que el auto del amor
funcione como corresponde y que la carretera de la
vida sea transitable para todo el mundo. Si
realmente tengo amor y quiero amar, lo primero que
tengo que hacer es trabajar para la justicia. Sí,
eso es lo primero.
Sabemos que toda la Biblia culmina en la revelación
del amor: Dios es Amor. El que ama conoce a Dios. El
que ama cumple toda la ley. El amor es todo.
¡Ámense! Jesús es el modelo: “Como les he amado,
ámense unos a otros”. Jesús amó hasta el extremo
(1 Jn 4, 7-8; Rom 14, 8-10; Jn 13, 1. 34).
Pero antes de llegar al extremo de amar hasta la
cruz, Jesús amó simplemente, cada día de su vida. ¿Y
cómo amó? Anunciando con palabras y con obras algo
que tenía muy a pecho y que él llamaba “el Reino”.
¿Y qué era el Reino? Era muchas cosas, pero por
encima de todo, era la justicia.
Justicia y Reino, Justicia y Buena Noticia, Justicia
y Evangelio, Justicia y Jesús, Justicia y amor,
Justicia y salvación, todo aquello era una sola
cosa.
Todos los cristianos tendríamos que tener esto
grabado en nuestro corazón, en nuestra cultura, en
nuestros genes y sobre los campanarios de nuestras
iglesias. Lo tendríamos que tener grabado sobre cada
piedra. No en latín sino en la lengua que la gente
entiende. Para que nos acordemos. Para que el mundo
entero sepa cuál es nuestra identidad: Amor, sí,
pero también Justicia. ¡Inseparables! Lo demás,
libertad, paz, prosperidad y vida eterna, viene por
añadidura.
En la boca de Jesús y en los oídos que lo
escuchaban, la palabra “Reino” significaba que un
rey estaba llegando para gobernar a su pueblo. Y
¿cómo eso podía ser realmente una Buena Noticia?
Solo porque no se trataba de un rey cualquiera sino
de un rey como el pueblo pobre y sufrido esperaba y
como lo esperaba también toda gente de buena
voluntad.
¿Y qué clase de rey esperaban? Un rey que se
dedicara enteramente a su profesión. Y ¿en qué
consistía la profesión de rey? Consistía en ser
experto en justicia. Esto es lo que se esperaba.
En la cultura de casi todos los pueblos medianamente
civilizados de la más alta antigüedad corría como
agua el concepto de que para vivir en paz y para
prosperar hacía falta ser gobernado por un
profesional de la justicia. Esa era la función del
rey. La justicia era su responsabilidad fundamental
y suprema. Al rey le correspondía hacer leyes justas
para toda la gente de su pueblo, tomar medidas para
que esas leyes se cumplieran, y establecer jueces
íntegros para impartir justicia a todas y todos de
acuerdo a la ley. Esa era la función esencial del
rey.
Era una función sagrada. Obedecer al rey era
obedecer a la justicia. Y obedecer a la justicia era
obedecer a Dios. Por eso, al rey se lo revestía a
veces con los atributos de la misma divinidad,
porque ese hombre era encargado de administrar la
cosa más sagrada para la vida del pueblo: la
justicia.
Pues se comprendía que sin la justicia no había
pueblo, sin la justicia no había paz, sin la
justicia no había libertad, sin la justicia no había
amor, sin la justicia no había pan para todos,
sencillamente no había vida y, por lo tanto, ni Dios
podía existir; si existía, no era bueno. La Justicia
debía ser la verdadera Reina del pueblo y el Rey, su
brazo derecho, su fiel servidor, su esposo.
Nosotros mismos no sabemos gran cosa de reyes, y lo
que sabemos no suele asociarse con el amor a la
justicia. En la época de Jesús era igual. Casi nunca
en su larga historia, el pueblo de Jesús había
tenido un rey justo, excepto tal vez en sus
leyendas. Su gran sueño era que, por fin, surgiera
un rey que fuera realmente justo. Día y noche lo
pedía a Dios, como consta en muchas partes de la
Biblia y específicamente en una oración famosa que
la Biblia ha conservado hasta hoy. En esa oración
nosotros podemos comprobar lo que el pueblo esperaba
de su rey:
EL POBRE ESPERA UN REY JUSTO
(Salmo 72, versión simplificada)
Oh Dios, dale poder al Rey
para que brinde Justicia a tu pueblo
y defienda los derechos de los pobres.
Para que por los montes y las colinas
corran como ríos la Paz y la Justicia.
El Rey juzgará con Justicia al pueblo humilde,
aplastará al opresor y salvará a los hijos de los
pobres.
Su Reino durará como el Sol
y como la Luna a lo largo de los siglos.
Su Reino será como la lluvia sobre el césped,
y como el chubasco que moja la tierra.
En sus días
Justicia florecerá
y una gran Paz hasta el fin de las lunas.
Él reinará de un Mar a otro,
desde el Río hasta los límites del mundo.
Al mendigo que clama a él, lo librará,
y también al pequeño que no tiene apoyo de nadie;
se apiadará del débil y del pobre,
salvará la vida de ellos
y la rescatará de la violencia de los opresores, (Lc
1, 68-75)
pues ante sus ojos la vida de los pobres tiene mucho
precio.
Habrá en la tierra abundancia de trigo;
las montañas se cubrirán de trigales hasta la cima;
los trigales se multiplicarán como pasto en el
campo.
En nuestro Rey
serán benditas todas las naciones de la tierra,
(Abrahán, Gén 12, 3)
y todas las naciones lo felicitarán. (María, Lc 1,
48).
¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
pues solo Él hace maravillas!
¡Bendito sea por siempre su Nombre de gloria,
que su gloria llene la tierra entera!
¡Amén, amén!
Éste debería ser el himno de los cristianos y de
toda la gente de buena voluntad sobre la tierra. En
vez de Rey, poner Gobierno, Tribunales, Bancos, ONU,
Iglesia, y ya.
Por tanto, cada vez que Jesús habla de Reino, se
refiere casi exclusivamente a una Justicia que se
traduce en pan, en salud, en perdón de las deudas,
en liberación de los estigmas sociales, en fin, en
paz. Y Dios sabe cuánto habló de Reino. Sin
descansar, día y noche, en todas partes, en miles de
parábolas, multiplicando con ternura y generosidad
ilimitada los gestos de justicia concreta,
provocando a cada rato la ira de los celosos
guardianes del statu quo.
Él era la respuesta a la esperanza de los pobres.
Por eso el pueblo andaba eufórico detrás de él y lo
quería hacer rey.
Pero Jesús tenía una forma de pensar que no era
exactamente la que tenía muchísima gente del pueblo:
no quería ser un rey que impusiera la justicia con
el palo. Quería que la justicia no viniera solo de
arriba, sino también de abajo. Que el mismo pueblo
amara la justicia y la pusiera en práctica. Que no
solo él fuera el esposo de la Justicia sino que todo
el pueblo también lo fuera.
El pueblo, en realidad, deseaba tener un rey que les
regalara todo… Es allí donde las cosas empezaron a
ir mal con Jesús. La mayoría de la gente del pueblo
que reclamaba justicia a gritos, no estaba dispuesta
a ponerla en práctica entre ellos. Justicia a palos
contra los malos y regalitos para los buenos, eso
quería el pueblo, pero con Jesús, ni una cosa ni
otra.
Fue abandonado. (Jn 6, 26. 60. 66). Ayer, y
hoy.
Así que no se diga que Jesús casi nunca habla de
justicia en el Evangelio o que no hace nada concreto
en ese sentido: cada vez que pronuncia la palabra
Reino, él habla de Justicia; cada vez que hace un
milagro o toma posición a favor de un excluido, él
lleva a la práctica la justicia concreta de Dios.
Toda la actividad de Jesús en los tres años que
precedieron su muerte fue enfocada a que la justicia
no se quedara en lindas palabras.
Que el pueblo de una cultura ajena al lenguaje de la
Biblia no lo vea, se puede entender, pero que los
que han estudiado y meditado la Palabra de Dios toda
su vida y la han anunciado durante siglos no hayan
logrado meterse eso en la cabeza, ni en la de los
pueblos, es para morirse de pena. Mucho amor, sí,
pero, para decir la verdad, poca justicia…
Auto sin ruedas. Carreteras lindas pero cortadas por
todas partes.
Iglesia que habla mucho de caridad y, por cierto,
mucho hace para y con los pobres, pero que no ha
inventado todavía cómo ser un verdadero fermento
para que las sociedades donde ella tiene casa propia
se despierten y empiecen en serio a hacer de la
Justicia su gran prioridad.
Y no de una justicia mezquina, puntillosa y dura
como la de los fariseos de la época de Jesús (Mt 5,
20), sino de una justicia tan liberal y humana como
la que Jesús pinta en las parábolas de los
trabajadores de la viña (Mt 20, 1-16) o del Padre
pródigo (Lc 15, 11-32).
“Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia”,
y todos los demás bienes os serán dados por
añadidura (Mt 6, 33). Dicho con otras
palabras: todo irá como sobre ruedas…
Eloy Roy