CANTO A LA ÉTICA
Una persona cercana me dice para qué tanto escribir -y
hablar- de temas éticos y del anhelado buen rollito, si
lo que impera cada vez más es el vil metal y el sálvese
quien pueda. Que esto de la ética y de los
comportamientos humanizados son cosas que están muy bien
pero son anacronismos de finales de 2011. Que la ética
sirvió durante mucho tiempo y es patrimonio de la
humanidad en los libros de filosofía; más o menos como
una catedral gótica del pasado, cuya contemplación nos
procura goces estéticos. Aceptemos pues -me decía mi
interlocutor- que las posibilidades de la ética y sus
comportamientos, ya no sirven para transitar por esta
sociedad cainita.
Entiendo el fondo de este desencanto porque la esperanza
que nos acompañaba, se ha difuminado; algunos, la han
perdido; o se la han robado: es inútil, no podemos
influir ni cambiar esta crisis de decadencia global. De
lo que se trata ahora es de sobrevivir con fórmulas más
pragmáticas.
Pero frente al abatimiento general, el verdadero
“sálvese quien pueda” solo puede triunfar desde las
conductas éticas, empezando con las personas cercanas en
los sucesos cotidianos. Ellas nos proporcionan la
oportunidad de desplegar una u otra actitud cuyos
resultados, lo reconozcamos o no, van a influir no poco
en ellas y en nosotros.
Ante esta crisis que todo lo desvaloriza, la ética es
más necesaria que nunca por la repercusión que tienen
nuestras actitudes (codicia, solidaridad,
indiferencia…). Entre las buenas ideas de Sigmund Freud,
nos ofreció esta: “He sido un hombre afortunado: nada en
la vida me fue fácil.” Y desde ahí la pregunta
subsiguiente que nos plantea su confesión: ¿cómo sacarle
fruto a la adversidad, tantas veces inevitable? No de
cualquier manera, desde luego.
Todo lo bueno que existe en nuestra sociedad, y que es
mucho más de lo que nuestros cansados ojos del corazón
quieren ver, es gracias a los millones de
comportamientos éticos que están tejiendo vida, ahora
mismo, con el mejor de sus capacidades y esfuerzos,
mientras otros la destejen a su favor egoísta, o eso
creen.
¿Por qué debemos unirnos a quienes deshacen, o
comportarnos con indiferencia, ajenos a quienes trabajan
por una sociedad mejor, que no destrozan los derechos
consolidados y las relaciones humanas gratificantes y
solidarias?
Los orígenes y resultados de la crisis saltan a la
vista. Es el Modelo el que está en crisis, incapaz de
sobrevivir sin echar mano de “papá Estado”.
Quien lee estas líneas también es, de alguna manera,
persona cercana. Y le recuerdo que, frente a la
claudicación moral, los muchos pocos son los que
generan espacios de vida ética, es decir, de vida plena.
Afrontar la realidad a favor de la dignidad humana no es
inútil sino imprescindible para sobrevivir en esta
sociedad.
La ética, además de una parcela de la sabiduría
(filosofía) que enseña el buen vivir de verdad, es una
praxis que se apoya en la libertad que exige
responsabilidad para lograrlo: el propio interés no debe
lograrse a pesar del interés de los demás.
Nuestra civilización lo viene enseñando desde los
diálogos socráticos: el Gorgias busca superar el
hedonismo y la ley del más fuerte; El banquete es
un canto encendido al amor y a todo lo bueno. Y así
sucesivamente.
Por tanto, la regla universal de hacer a los demás lo
que te gustaría que te hagan, sigue siendo el axioma
fundamental para no vivir como hienas. Esta regla la
divulgó Confucio, la universalizó Cristo y Kant le dio
naturaleza científica (“imperativo categórico”).
Incluso en el siglo XX, que fue el más cruento de la
Historia, hubo grandísimos ejemplos de heroicidad y
eficacia ética en medio de aberraciones como las dos
Guerras Mundiales, los gulag o los lager nazis. Y ahora,
inmersos en la crisis actual, con tanto poderoso
deshumanizado, ¿creemos de verdad que lo mejor para
atajar las consecuencias es bajar los brazos y tratar de
“ser como ellos”?
Gabriel Mª Otalora