LA NECESARIA TOLERANCIA
No pretendo cortar con mis
modestos y sencillos recuerdos de la historia del
cristianismo, de la Iglesia y de su teología. Eso es
ahora quizá más necesario que nunca.
Pero tengo la fundada impresión de que, cuando se sacan
a la luz determinados recuerdos del pasado, sucede
exactamente lo mismo que cuando se agitan los bajos
fondos estancados bajo una superficie aparentemente
limpia: el agua estancada huele mal. Y hay muchas
personas que no soportan olores demasiado fétidos. La
reacción, entonces, es la intolerancia, echando mano, si
es preciso, de un clavo ardiendo.
Precisamente por eso me ha parecido conveniente decir
algo hoy sobre la tolerancia.
A mí me parece que tenía razón A. Sajarov cuando dijo
que "la intolerancia es la angustia de no tener razón".
El eminente físico ruso, que fue Sajarov, experimentó en
sus propias carnes lo que representa en la vida la
intolerancia de quienes carecían de razones para
prohibirle acudir a Oslo a recoger el Nobel de la Paz.
Por otra parte, la certera formulación de Sajarov sobre
la intolerancia se palpa cada día con más fuerza. Porque
cada día hay más gente que vive la angustia de no tener
razón para oponerse a cosas que no está dispuesta a
tolerar.
Viendo las cosas con los ojos de la fe, uno se acuerda
enseguida del texto más sencillo y más profundo que se
ha escrito sobre la tolerancia. Me refiero a la parábola
de la cizaña (Mt 13, 24-30).
Comentando esta parábola, escribió Erasmo, en su
"Paráfrasis de san Mateo", esta reflexión tan
profundamente humana:
"Los siervos que quieren segar la cizaña, antes del
tiempo para eso, son aquellos que piensan que los falsos
apóstoles y los heresiarcas deben ser eliminados por la
espada y los suplicios.
Pero el dueño del campo no quiere que se les destruya
sino que se les tolere, pues quizá se enmienden y, de la
cizaña que eran, se tornen trigo. Si no se enmiendan
déjese a su juez el cuidado de castigarlos un día....
Mientras tanto, hay que tolerar a los malos mezclados
con los buenos, puesto que habría más daño en
suprimirlos que en soportarlos".
Erasmo tenía - y sigue teniendo -, en este asunto, toda
la razón del mundo. Por dos motivos, sobre todo:
1) Porque, si es que somos creyentes o, al menos, nos
queda algo de sentido común, lo más serio que podemos
hacer es "dejar a Dios ser Dios", es decir, el juicio le
corresponde a Dios. Y nadie tiene derecho a usurparlo y
apropiárselo. Dejemos, pues, que sea Dios quien dicte
sentencia sobre quién es trigo y quién es cizaña.
2) ¿Es malo que convivan el trigo y la cizaña? Peor es
ir por la vida con la pretensión de que soy yo el que
veo las cosas como son y tengo siempre la razón. ¿Por
qué es eso lo peor? Porque lo más determinante en la
vida no son las "verdades", sino las "convicciones".
Las mil guerras y batallas de la verdad contra el error
han ensangrentado demasiadas páginas de la historia. Y
¿para qué? Para causar espantosos sufrimientos y no
arreglar nada.
Sin embargo, ¿quiénes son los que más han influido en la
vida de los pueblos y han cambiado - para bien o para
mal - el destino de los pueblos? Los que han sido
marcados con la fuerza de las más profundas
convicciones. El que está convencido de una cosa, la
hace. Y si no la hace, es que no está convencido de tal
cosa.
Ahora necesitamos más que nunca la tolerancia. Porque el
trigo y la cizaña están ahora más mezclados de lo que
imaginamos. Y más que se van a mezclar. Sin duda alguna,
la vieja "rabies theológica" (de la que tanto se habló
en los ambientes eclesiásticos medievales) está ahora
más floreciente que nunca.
Por eso, a quienes insultan y ofenden, a quienes
ridiculizan y atacan asestando el golpe donde más duele,
yo les pregunto: ¿es que no tienen más argumentos que el
insulto y la ofensa? ¿no tienen otras razones de las que
echar mano? Los que así proceden, sólo hacen ostentación
de una sola cosa: de la enorme angustia que segrega en
ellos la intolerancia.
LA ESCANDALOSA TOLERANCIA DE JESÚS
Si nos atenemos a lo que cuentan los evangelios, nos
llevamos la sorpresa de que Jesús fue escandalosamente
tolerante con personas y grupos con los que ningún
hombre, reconocido como observante y ejemplar desde el
punto de vista religioso, podía ser tolerante. Al tiempo
que se mostró extremadamente crítico con aquellos que se
veían a sí mismos como los más fieles y los más exactos
en su religiosidad.
Jesús fue tolerante con los publicanos y pecadores, con
las mujeres y con los samaritanos, con los extranjeros,
con los endemoniados, con las muchedumbres del gentío (óchlos),
una palabra dura que designaba a la "plebe que no
conocía la Ley y estaba maldita", a juicio de los sumos
sacerdotes y de los fariseos observantes (Jn 7, 49; cf.
7, 45). Y es curioso, pero esa gente es la que aparece
constantemente acompañando a Jesús, escuchándole,
buscándole....
Los relatos de los evangelios son elocuentes en este
punto concreto y repiten muchas veces que el "gentío",
la "muchedumbre"... era la que buscaba a Jesús, la que
le oía, la que estaba cerca de él. Y aquella mezcla de
Jesús con el "gentío" llegó a ser tan agobiante, que
hasta la familia de Jesús llegó a pensar que había
perdido la cabeza (Mc 3, 21).
Jesús compartía mesa y mantel con gente pecadora, lo que
daba pie a murmuraciones por causa de semejante conducta
(Lc 15, 1 s). Jesús siempre defendió a las mujeres, por
más que fueran mujeres poco ejemplares. Hasta llegar a
decir que los publicanos y las prostitutas entraban
antes que los sumos sacerdotes en el Reino de Dios (Mt
21, 31).
Jesús defendió a una famosa prostituta en casa de un
conocido fariseo (Lc 7, 36-50). Como defendió el
derroche de perfume que hizo María en la cena de
homenaje que le hicieron a Jesús (Jn 12, 1-8).
Y sabemos que, cuando iba de pueblo en pueblo por
Galilea, le acompañaban, no sólo los discípulos y
apóstoles, sino también bastantes mujeres, entre ellas
la Magdalena, de la que había expulsado siete demonios (Lc
8, 1-3).
Jesús siempre se puso de parte de los cismáticos y
despreciados samaritanos, hasta poner como ejemplo de
humanidad a uno de ellos, frente a la dureza de corazón
del sacerdote (Lc 10, 30-35).
Con lo dicho hay suficiente para hacerse una idea de lo
"escandalosa" que tuvo que resultar la tolerancia de
Jesús.
Ser tolerante con los que viven y piensan como cada cual
vive y piensa, eso no es sino sentido común. El problema
está en saber con qué tenemos que ser tolerantes. Y qué
cosas no se deben tolerar. Por supuesto, aquí tocamos un
tema extremadamente difícil de precisar y delimitar con
exactitud.
Yo creo que todo depende de aquello que para cada cual
es "intocable". La cuestión que, a mi modo de ver,
habría que afrontar es la siguiente: desde el punto de
vista del Evangelio, "lo intocable" ¿es "lo religioso" o
es "lo humano"?
Pienso que es capital, para un creyente en Jesucristo,
tener bien planteada y bien resuelta esta pregunta. De
sobra sabemos que, por salvaguardar los derechos de la
religión, a veces, no se respetan los derechos humanos.
Por defender un dogma, se ha quemado al hereje. Como por
asegurar un criterio moral, se ha metido en la cárcel al
homosexual o se apedrea a una adúltera.
Es sintomático que los enfrentamientos, que, según los
evangelios, tuvo y mantuvo Jesús, fueron con gente muy
religiosa, al tiempo que se llevó bien con los grupos
humanos que la religión despreciaba o perseguía.
Es evidente que, para Jesús, su relación con el Padre
del Cielo era lo central. Pero lo que pasa es que Jesús
entendía al Padre del Cielo de forma que ese Padre no
hacía diferencias. Y por eso es el Padre que hace salir
el sol sobre buenos y malos; y manda la lluvia sobre
justos y pecadores (Mt 5, 45). Porque es humano
necesitar el sol y necesitar la lluvia. Cosas que, por
lo visto y a juicio de Jesús, son más intocables que la
"bondad" de unos o la "maldad" de otros.
¿Que todo esto entraña sus peligros? Sin duda alguna.
Pero a mí, por lo menos, me parece que es mucho más
peligroso dividirnos y enfrentarnos por motivos
religiosos, de forma que tales motivos justifiquen las
mil intolerancias que hacen la vida tan desagradable y
hasta puede ser que la lleguen a hacer sencillamente
insoportable.
Eso nos hace daño a todos. Y además daña - y mucho - a
la religión. ¿Por qué, si no, la religión se ha hecho
tan odiosa para no pocas personas, muchas de las cuales
sabemos que son gente honrada a carta cabal? Las
religiones tendrán que pensarse este asunto. Y tendrán
que hacerlo de prisa y con toda honestidad, si es que
quieren que la historia no las arrolle y las deje
tiradas en las cunetas de los muchos caminos de este
mundo.
José M.
Castillo
publicados
recientemente en su blog
TEOLOGÍA SIN CENSURA