HACER
SITIO A DIOS
El problema de nuestra vida en las relaciones humanas es
que no les dejamos sitio, no tenemos tiempo. El tiempo
son los momentos que tejen nuestra vida.
A los que nos importa, nos interesa o los consideramos, les
concedemos tiempo. Dime a quién le dedicas tiempo y te
diré a quién consideras, qué valora tu corazón y tu
vida. Puedes hasta hacer un cálculo de los minutos de
recuerdo a los seres y cosas que más tiempo les dedicas.
Ahí tienes lo que más quiere tu corazón.
Estás muy ocupado, ¿no tienes tiempo para la oración? ¿Qué
es lo que valoras más en tu vida? Dime, a la luz del
tiempo que le dedicas, ¿qué importancia tiene Dios en tu
vida?
Impresiona la dedicación que exige un bebé. La madre y
muchos de los que le rodean le dedican mucho tiempo. Le
miran, le hacen gestos, mimos, le acarician, abrazan,
atienden, levantan, limpian, acuestan… Sin este sin fin
de atenciones, este pequeño ser humano no llegaría a
despertar en sus ojos la chispa del reconocimiento ni la
inteligencia de su mente; no tendría confianza para
lanzarse a la vida.
Vivimos, somos, gracias a la confianza fundamental que
aprendemos en nuestros primeros años; gracias a los
cuidados, atenciones y amor de la madre y padre o de
aquellos que hacen las veces de tales. Somos una
historia de amor, del cuidado y atenciones que han
tenido y tienen los otros con nosotros.
La vida espiritual consiste en dar a luz al Dios que nos
habita. Toda la vida espiritual ser resume en hacer
aflorar y vivir esta realidad que ya vive en nosotros y
nos envuelve. Es como si tuviéramos que engendrar en
nosotros -tremenda paradoja- al que nos ha creado. Es
como tener que cuidar y hacer crecer la semilla de Dios,
que ya está en nuestro ser.
Esta tarea requiere dedicación. Exige tiempo. Es decir,
pide que volquemos hacia ella algo o mucho de lo que
está hecha nuestra vida: de tiempo y de cuidado.
Sin preocupación por cuidar la presencia que nos habita, no
existirá ni conciencia de que estoy desde siempre
habitado.
Sin dedicación de algunos ratos a tomar conciencia expresa
de que Dios me quiere y ansía mi querer –“procura mi
amor”, que diría Lope de Vega-, no hay ni posibilidad de
que Dios aparezca en el horizonte de mi vida.
Dios necesita mi atención para hacerse presente en mi vida.
Requiere un poco de mi cuidado.
Hablar de mis ansias más profundas o de mis anhelos y
frustraciones con otra persona, es acercarse a los
aledaños de Dios; hablar o escuchar de las búsquedas
humanas profundas, propias o de otros, es merodear por
su presencia.
Pensar, reflexionar, leer algo que nos suscite las
cuestiones de fondo de la vida y la existencia, de la
situación humana, de los dolores y angustias de este
mundo y también sus goces y esperanzas, es estar ya a su
puerta.
Pero hay que llamar y entrar y entonces descubriremos que
era al revés: que ya El estaba a nuestra puerta: “mira
que estoy a la puerta llamando: si uno me oye y me abre,
entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap. 3, 20).
Esto es la oración: abrir la puerta a Dios y cenar con El.
¿Quieres cenar con el Señor?
Cuando estoy acostado te recuerdo
y de
noche medito en Ti.
Porque Tú eres mi auxilio,
y a
la sombra de tus alas, salto de alegría.
Mi
ser entero se aprieta contra Ti
y tu
diestra me sostiene.
Salmo 62
Completo en Gritos y Plegarias, 206