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MARÍA, TODO UN SÍMBOLO DE PRESENCIA DIVINA / NOCHEBUENA / NAVIDAD

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4º Adviento

 

CONTEXTO

Durante el Tiempo de Navidad, vamos a leer una y otra vez relatos del comienzo del evangelio del Lucas y Mateo; lo que se llama "el evangelio de la infancia". Los exegetas nos han demostrado por activa y por pasiva, que esos textos no podemos tomarlos como si fueran crónicas de sucesos.

Esos relatos son teología narrativa. En estos casos, que el texto se ajuste más o menos a los hechos, que sea totalmente inventado o que tenga como fundamento mitos ancestrales, no tiene importancia ninguna. Lo importante es descubrir el mensaje espiritual que el autor ha querido transmitirnos.

Tenemos la obligación de interpretarlos desde los conocimientos del mundo y del hombre que hoy tenemos, y con la ayuda inestimable de la exégesis. Toda la 'prodigiosa' literatura que se ha desarrollado, tomando los relatos por históricos, no hace más que distorsionar el mensaje.

 

EXPLICACIÓN

El texto que acabamos de leer es exclusivo de Lucas. Todo el conjunto tiene un sentido simbólico; desde la primera palabra anastasa, que significa levantarse, surgir, y que se ha pasado por alto en la traducción oficial. Es el verbo que se emplea para indicar la resurrección. Significa que María resucita a una nueva vida, la del Espíritu, que le lleva a darse a los demás.

La visita de María a su prima simboliza la visita de Dios a Israel. La subida de Galilea a Judá nos está adelantando la trayectoria de la vida pública de Jesús. También el Arca de la alianza recorrió el mismo camino por orden de David. María y Jesús (lo más grande) se digna visitar a lo pequeño. El Emmanuel se manifiesta en el signo más sencillo, una visita.

Todo acontece fuera del marco de la religiosidad oficial. Desde ahora Dios lo debemos encontrar en lo cotidiano, donde se desarrolla la vida. Jesús, ya desde el vientre de su madre, empieza su misión, llevar a otros la salvación y la alegría.

El relato evangélico de hoy, nos quiere transmitir que María descubre al verdadero Dios dentro de ella misma. Ese descubrimiento le impulsa al servicio, "fue a toda prisa a la montaña".

Todo el mensaje del evangelio de Lucas está condensado en este sencillo relato. La escena nos está diciendo que la verdadera salvación siempre repercutirá en beneficio de los demás; si alguien la descubre, inmediatamente la comunicará. La salvación no puede quedar encerrada en uno mismo; si es verdadera, la llevaremos a donde quiera que vayamos, aún sin proponérnos¬lo.

La visita comunica alegría (el Espíritu), también a la criatura que Isabel llevaba en su vientre. Una vez más descubrimos el empeño por dejar a Juan por debajo de Jesús. Por dos veces en tan corto espacio nos dice que saltó la criatura en su vientre.

Si leemos con atención, descubriremos que todo el relato se convierte en un gran elogio a María. Y es el mismo Espíritu Santo el que provoca esa alabanza: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!" ¿Cuántas veces se habrá repetido esta alabanza a través de los siglos?

"¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?" "Dichosa tú que has creído". Aquí creer no significa la aceptación de verdades, sino confianza sin límites en un Dios, que siempre quiere lo mejor para el ser humano. A continuación de lo que hemos leído, María pasa el elogio a Dios con el canto del magníficat.

Lo que intentan estos relatos de la infancia de Jesús, es presentarlo como una persona de carne y hueso, aunque extraordinaria, ya desde antes de nacer. Cuando afirmamos que esos relatos no son históricos no queremos decir que Jesús no fuera una figura histórica. El NT hace siempre referencia a una historia humana concreta, a una experiencia humana única. Sin esa referencia al hombre Jesús, el evangelio carecería de todo fundamento.

Ahora bien, el lenguaje que emplea cada uno de los evangelistas para referirse al mismo Jesús, es muy distinto. Basta comparar los relatos de la infancia de Mateo y Lucas con el prólogo de Juan, para darnos cuenta de la abismal diferencia. Tanto unos como otro, no se pueden tomar al pie de la letra; hay que interpretarlos para que nos lleven al verdadero mensaje.

La novedad que se manifiesta en María, no elimina ni desprecia la tradición, sino que la integra y transforma. El relato está haciendo constantes referencias al AT. En ningún orden de la vida, debemos vivir volcados hacia el pasado porque impediríamos el progreso. Pero nunca podremos construir el futuro destruyendo nuestro pasado. El árbol no crece si se cortan las raíces. Lo nuevo, si no integra y perfecciona lo antiguo nunca será auténtico.

A esa vivencia de Jesús, hace referencia la carta a los Hebreos que acabamos de leer. Jesús no es un extraterrestre, sino un ser humano como nosotros, que supo responder a las exigencias de su ser. La clave está en esa frase: "Aquí estoy para hacer tu voluntad." (Heb 10,5-10)

No se trata de ofrecer a Dios "dones", del tipo que sea. Se trata de darnos a nosotros mismos. Esa actitud es la caracte¬rística de una persona volcada sobre su verdadero ser, proyectada hacia lo divino que hay en ella. Pablo contrapone la encarnación al culto. Dios "no acepta holocaustos ni víctimas expiatorias". Solo haciendo su voluntad, damos culto a Dios. En Juan, dice Jesús: "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre".

Los primeros cristianos no llegaron a la conclusión de que Jesús era Hijo de Dios porque descubrieron la "naturaleza" de Dios y la de Cristo y vieron que coincidían, sino porque descubrieron que Jesús cumplió, en todo, la voluntad de Dios. Hacía presente a Dios en lo que era y lo que hacía. Para el pensamiento semítico, ser hijo no era principalmente haber sido engendrado si no el reflejar lo que era el padre, cumplir su voluntad, ser imagen del padre. Esa fidelidad al ser del padre era lo que convertía a alguien en verdadero hijo. Descubrir esto en Jesús, les llevó a considerarlo, sin ningún género de duda, Hijo de Dios.

Esa voluntad no la descubrió Jesús porque tuviera hilo directo con Dios, que le iba diciendo lo que debía hacer. Como cualquier mortal, tuvo que ir descubriendo a lo largo de su vida lo que Dios esperaba de él. Siempre atento, no solo a las intuiciones internas, sino también a los acontecimien¬tos y situaciones de la vida, fue adquiriendo ese conocimiento de lo que Dios era para él, y de lo que él era para Dios. 'La voluntad de Dios' no es algo añadido a nuestro ser o venido de fuera. Es nuestro ser en cuanto proyecto y posibilidad de alcanzar su plenitud. De ahí que, ser fiel a Dios, es ser fiel a sí mismo.


APLICACIÓN

En todas las épocas, los seres humanos han intentado hacer la voluntad de Dios, pero era siempre con la intención de que el "Poderoso" hiciera después la voluntad del ser humano. Era la actitud del esclavo que hace lo que su dueño le manda, porque es la única manera de sobrevivir. Es una pena que después del ejemplo que nos dio Jesús, los cristianos sigamos haciendo lo mismo de siempre, intentar comprar la voluntad de Dios a cambio de nuestro servilismo. En esa dirección van casi todas las oraciones, los sacrifi¬cios, las promesas, votos, etc. que las personas "religiosas" hacemos a Dios.

Salvación y voluntad de Dios son la misma realidad. Jesús, como ser humano, tuvo que salvarse. Para nuestra manera de entender la encarnación, esta idea resulta desconcertante. Como consecuencia de nuestro maniqueísmo, creemos que salvarse consiste en librarse de algo negativo (pecado). La salvación de Dios no consiste en algo negativo (quitar) sino en alcanzar la plenitud, que está más allá de lo fisiológico, lo psicológico y lo racional. Todo ser humano comienza su andadura como un proyecto que tiene que ir desarrollándose. Jesús llevó ese proyecto al límite. Por eso es el Hijo de Hombre, hombre acabado, hombre perfecto. Por eso hace presente a Dios, por eso es Hijo.

Jesús, descubriendo las exigencias de su ser y llevándolas al desarrollo pleno, desplegó todas las posibili¬dades del ser humano y nos ha marcado el camino que nosotros debemos seguir para alcanzar también la misma plenitud. Pero cada uno debe recorrer su propia senda. Nadie puede tomar el camino de otro como modelo. La meta sí es la misma para todos, pero el punto de salida es siempre distinto para cada uno. Los demás pueden ayudarme a descubrir mi camino, pero nunca podrán recorrerlo por mí; nunca podrán hacer lo que tengo que hacer yo, porque la meta de todo el recorrido es el centro de mi propio ser.

 

Meditación-contemplación


"¡¡Dichosa tú que has creído!!" dice Isabel a María.

¡Dichoso tú si, de verdad, confías! Digo yo.

María, después de haber engendrado a Jesús, lo lleva a su prima Isabel.

Incluso antes de darle a luz, ya lo manifiesta a los demás.

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Con gran atrevimiento dice el Maestro Eckhart:

"La tarea más importante del alma es engendrar a Dios".

Claro que una vez engendrado, no tiene más remedio que ver la luz.

También dice Eckart: Dios me necesita para existir.

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La semilla divina ya está dentro de ti.

Solo tienes que dejar que se desarrolle. Así de sencillo.

Si la dejas crecer en ti,

enseguida se manifestará en la superficie de tu ser.

Como María, irás a todas partes, llevando a Dios.

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NOCHEBUENA

BUSQUEMOS EN NOSOTROS LO QUE DESCUBRIMOS EN JESÚS

Lc 2, 1-14

Cualquier clase de discurso hoy se me antoja ridículo. Nada se puede decir con propiedad del misterio que estamos celebrando. Hoy mejor que nunca debíamos aplicar el proverbio oriental: "Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate". Solo en clave de silencio seremos capaces de entender algo. Esta noche debemos intentar una meditación sosegada sobre Jesús y sobre lo que su figura supone para todos nosotros. Lo que tienes que descubrir y vivir no puede venir de fuera, tiene que surgir de lo hondo de ti mismo.

El evangelio que acabamos de leer (Lc 2,1-14) nos coloca ante el misterio, pero tendrás que adentrarte tú solito en él. Es muy fácil que se desborden los sentimientos con las estampas navideñas, pero eso no basta para vivir el misterio que celebramos. Es una noche, no para el folclore sino para la meditación. Sin esta contemplación, se quedará en algo vacío sin ningún sentido religioso. El valor de esta fiesta depende de la actitud de cada uno. Nada suplirá el itinerario hacia el centro de mí mismo. Solo allí se desarrolla el misterio de la encarnación. Solo en lo hondo de mi ser descubriré la presencia de Dios.

Recordar el nacimiento de Jesús, nos puede ayudar a encontrar a Dios dentro de nosotros y en los demás. Jesús vivió y murió en un lugar y un tiempo determinado. Pero debemos tener mucho cuidado en no creer que estamos celebrando un cumpleaños. Los datos históricos no tienen mayor importancia. Jesús nació, no sabemos dónde, no sabemos cuándo, ni en qué día, ni en qué mes, ni en qué año. ¿No os parece curioso? Pues todo lo que digamos de Jesús, desde el punto de vista histórico, apunta al mismo desconcierto.

El encuentro con Jesús que apareció en un momento de la historia, me tiene que llevar al encuentro con Dios que no tiene historia. Dios es siempre el mismo, no puede cambiar ni lo más mínimo. El tiempo no pasa en Él. El espacio no existe para Él.

La lectura de los evangelios nos puede ayudar si no caemos en la tentación de quedarnos en la letra. La manera de narrar el misterio es un ejemplo más de lo indecible del acontecimiento. El relato de Lucas que acabamos de leer, o el muy distinto de Mateo, tienen muy poco que ver con el prólogo del evangelio de Juan, aunque los tres nos están hablando de lo mismo. Los sencillos relatos de Mateo y Lucas, apuntan al misterio, si no nos limitamos a verlos como una crónica de sucesos. La elevada cristología metafísica de Juan, nos está diciendo exactamente lo mismo, si sabemos desentrañar los conceptos que utiliza.

La encarnación no es un hecho puntual, sino una actitud eterna de Dios que se encarna siempre en todas sus criaturas. Dios no tiene actos. Todo lo que hace, lo es. Si se encarnó, es encarnación, es Emmanuel. Si en Jesús se hizo patente la presencia de Dios, debemos aprovechar esa realidad para buscar en nosotros lo que descubrimos en él.

No se trata de recordar y celebrar lo que pasó hace dos mil años en otro ser humano, sino de descubrir que la presencia de Dios, se da en mí en este momento, y debo de descubrir y vivir conscientemente esa presencia. Lo que pasó en Jesús, está pasando ahora mismo en cada uno de nosotros, está pasando en mí. Este es el sentido religioso de la Navidad.

Ni María ni José ni nadie de los que estuvieron relacionados con los acontecimientos que estamos celebrando, se pudo enterar de lo que estaba pasando, porque Dios actúa siempre acomodándose a la naturaleza de cada ser. En lo externo no puede acontecer nada que dé cuenta de la realidad trascendente que estaba en juego.

Hoy, la mayoría de los cristianos seguimos sin enteramos del verdadero significado de la Navidad, porque nos limitamos a recordar acontecimientos externos y extraordinarios que nunca se dieron. Si yo quiero enterarme tendré que hacer un esfuerzo para superar el ambiente y entrando dentro de mí, tomar conciencia de lo que Dios me ofrece en este instante.



NAVIDAD

LA ÚNICA EXPERIENCIA MÍSTICA POSIBLE ES LA DE UNIDAD

Jn 1, 1-18

El misterio de la encarnación que estamos celebrando es un misterio de amor. Por eso lo celebramos con la eucaristía que es el sacramento del amor. Si Dios me ama es porque es amor. Es decir, Dios, que es amor, está en mí. Ese amor es el fundamento de mi ser, o mejor es mi verdadero ser en lo que tiene de fundamento. Todo lo que no es Amor es secundario y accidental en mí. Dios está encarnado en todas sus criaturas y esa presencia es lo que les hace consistentes y lo que les da valor trascendente. El hombre puede descubrir esa realidad y vivirla conscientemente. Esa será su plenitud.

El comienzo del evangelio de Juan es un contrapunto al que hemos leído anoche de Lucas. Con él, la liturgia intenta nivelar la balanza para que no nos quedemos en la paja del pesebre y lleguemos de verdad a la sustancia del misterio de Navidad. Los dos relatos están hablando de lo mismo, pero el lenguaje es tan diverso que apenas podríamos sospechar que se refieren a la misma realidad. Ni uno ni otro hablan con propiedad, porque lo que estamos celebrando no puede encerrarse ni en imágenes ni en conceptos.

En el evangelio de Juan se dice: "En la palabra había vida y la vida era la luz de los hombres". No me explico por qué tenemos tantas dificultades para entender esto correctamente. El texto no dice que la luz me llevará a la Vida, sino al revés, es la Vida la que me tiene que llevar a la luz, es decir, a la comprensión.

No es el mayor o mejor conocimiento lo que me traerá la verdadera salvación, sino la vivencia dentro de mí. Dios que es Vida está en mí y me comunica esa misma Vida; todo lo demás es consecuencia de este hecho. Lo que salga de mí, será la manifestación de esa Vida-salvación.

La encarnación sigue siendo el tema pendiente del cristianismo. Si no lo enfocamos como es debido, lo reducimos a una creencia sin peso alguno en nuestra vida real. El prólogo de Juan dice: "kai Theos en o Logos" y en latín: "et Deus erat Verbum". En castellano podemos traducir: "y la Palabra era Dios" o "Dios era la Palabra". Puede parecer que es lo mismo, pero en realidad expresan algo muy distinto.

En el primer caso, se explica lo que es el Verbo, por lo que es Dios. En el segundo, se explica lo que es Dios por lo que es el Verbo. Es Dios el que se identifica con el ser humano Jesús. Si se hizo hombre en Jesús, es que se hace hombre en todos los seres humanos. Por el contrario, si es Jesús el que se hace Dios, nosotros quedamos completamente al margen de lo que allí pasó.

No se trata de limitar la singularidad de Jesús, sino de descubrir que todo lo que pasó en él, no es ajeno a cada uno de nosotros. Jesús hizo presente a Dios en un momento determinado de la historia, porque fue un ser histórico; pero la historia no afecta para nada a Dios. Dios no tiene sucesos. Lo que hace en un instante está siempre haciéndolo. Dios se está encarnando siempre. Por lo tanto no se trata de celebrar un acontecimiento pasado, sino de descubrir ese acontecimiento en el momento presente y vivirlo como lo vivió Jesús.

En la eucaristía resumimos el proceso que debemos hacer como seres humanos. Tomando conciencia de nuestras limitaciones (pecados, si queréis) patentes en nuestra manera de actuar, lo que sale de nosotros. Luego descubrimos la actitud de Dios para con nosotros, Él es amor que nos acepta como somos, por lo que Él es, no por lo que somos. Tomamos conciencia de su presencia en lo hondo de nuestro ser y nos identificamos con esa parte de nuestro ser que es lo divino. Desde ahí recorremos el camino inverso e intentamos que nuestra vida esté de acuerdo con ese ser descubierto. Se trata de dejar que nuestro actuar, surja espontáneamente de nuestro verdadero ser. Si no descubrimos y nos identificamos con nuestro verdadero ser, nuestra vida cristiana seguirá siendo artificial y vacía de verdadero sentido cristiano.

 

Meditación-contemplación

 

Dios era la palabra y la palabra se hizo carne.

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No existe un Dios lejano en alguna parte del universo, y menos aún, fuera de él.

Tampoco existe nada fuera de la divinidad.

Amor y unidad son la misma realidad.

La única experiencia mística posible es la de UNIDAD.

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En la Palabra había Vida, y la Vida era la luz de los hombres.

La Vida es lo primero. La luz es la consecuencia de la Vida.

No es el conocimiento el que me llevará a la vida espiritual.

Es la Vida la que me hará comprender, sin necesidad de comprender.

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Cuanto más profunda es la tiniebla

más necesaria, pero también más patente se hace la luz.

Éste es el sentido de la fiesta de Navidad (solsticio de invierno).

Si descorres las tupidas cortinas de tu ego, aparecerá la luz,

iluminará tu ser y todo lo que te rodea quedará también iluminado.

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Fray Marcos

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