El domingo marcho para La Habana, pues tengo un retiro de 8 días con un grupo de religiosas.
Por lo demás, me va bien por estas tierras pues la gente es sumamente amable y hospitalaria, aunque a nivel pastoral tengo la impresión de haber retrocedido 30 o 40 años en lo que me está tocando vivir: lo más importante de mi servicio se resume, por un lado, en celebrar eucaristías (una al mes por comunidad) a comunidades muy chiquitas (unas pocas personas mayores y algunos niños y niñas), muy dispersas y que apenas conocen nada de Jesús y de los evangelios, y, por otro, bautizar a niños chiquitos sin que haya la posibilidad de preparar a algunos laicos o laicas para que se vayan haciendo cargo de la comunidad y la animen en nuestra ausencia.
Cuando tuvo lugar el concilio Vaticano II, Cuba estaba totalmente cerrada por ¡decisiones políticas! a la dimensión religiosa de sus ciudadanos/as. Esta realidad, este vacío de casi 50 años, es un dato muy a tener en cuenta al acercarse a la Iglesia de este país.
Parece que con la visita de Juan Pablo II ("¡Es importante que el mundo se abra a Cuba y Cuba al mundo!") algo comenzó a moverse y a cambiar en las relaciones Estado-gobierno e Iglesia. Te lo digo para que te cuento no sea interpretado fuera de su contexto: mucha gente que, por miedo a la re- presión y/o persecución, tuvo que alejarse de la Iglesia –católica y otras—está volviendo a la misma y muchas parejas jóvenes quieren que sus hijos/as sean bautizados/as en nuestra Iglesia.
¿Qué hacer ante esta realidad? Sin duda, acogerlos con cariño y atención y, en la medida en que las personas adultas lo deseen y puedan, nos toca a nosotros, agentes pastorales, ofrecerles un proceso de formación: conocimiento de Jesús, los evangelios, la biblia, la Iglesia, los sacramentos... los derechos humanos y el compromiso por hacer una sociedad y un mundo más humano y habitable.
Este deseo no siempre se puede llevar a cabo, pues para ello en muchos sitios faltan agentes pastorales con un mínimo de preparación y tiempo para dedicarse a este servicio. Habría que subrayar, con todo, la presencia durante todos estos años (algunos, como los del "período especial", sumamente duros) de gente creyente –católica en nuestro caso y frecuentemente extranjera—que ha acompañado al pueblo cubano y ha compartido su fe con él. ¡Qué testimonio vital más importante!
Nosotros, jesuitas, estamos inmersos en un proceso de discernimiento para, dentro de unos pocos meses, decidir si debemos seguir en este quehacer o es mejor dedicar nuestras fuerzas a otros menesteres más propios de nuestro carisma como son los Ejercicios espirituales y las ES.PE.RE o EScuelas de PErdón y REconciliación. De momento nuestro compromiso aquí es firme hasta el próximo Septiembre.
Un fuerte abrazo deseando que te encuentres bien y en paz.
Txema Auzmendi