DIOS JUEGA AL "DOMINÓ" CON SAN ROMERO

Don Luis Chávez, Arzobispo de San Salvador, había participado en el Concilio Vaticano II. Volaba de regreso a su iglesia particular, y su corazón y su cabeza estaban en efervescencia. El 8 de Diciembre de 1965 había concluido el Concilio. Su hermano Paulo VI había sido muy claro al concluirlo. Este Concilio "debe, sin duda, considerarse como uno de los mayores acontecimientos de la Iglesia.... ha sido el más grande por el número de Padres... el más rico por los temas que han sido tratados cuidadosa y profundamente... el más oportuno, al tener en cuenta las necesidades de la época actual." Don Luis había aprobado los Documentos Conciliares con plena conciencia y corresponsabilidad.

Pero... intuía que había que penetrar más en esa mina preciosa. Antes del Concilio había colaborado en la fundación de un sindicato de taxistas que padecía muchas necesidades. ¿La Santa Madre Iglesia debería atender a esos asuntos temporales? Consultaba mucho con los sacerdotes y con hombres y mujeres sencillos sobre algunos asuntos delicados de la Arquidiócesis. ¿Estaba, así, faltando a su deber de pastor supremo y sabelotodo?

Tenía dos obispos auxiliares. Uno, Rivera, que estaba presente siempre en problemas del común de la gente. El otro, Oscar Arnulfo Romero, huía de toda la dura y cruda realidad. Piadoso y tímido, no se untaba con el barro sucio de la gente humilde. Parecían de distintas iglesias.

¿Ayudaría este Concilio a clarificar caminos? La urgencia del momento era la clarificación creciente del Concilio y la aplicación en procesos pastorales.

Y como don Luis, eran muchos, muchísimos los obispos que estaban en lo mismo. Los Obispos tenían un organismo a su servicio, a nivel continental de toda la América Latina, el CELAM, Consejo Episcopal Latino-Americano.

América Latina era el Continente pobre y creyente, creyente y pobre, y por esto se enfrentaba a fuertes desafíos. ¿Qué clase de dios o Dios tiene este pobre? Más grave aún ¿cuál es el dios o Dios de la Iglesia Católica en este Continente y qué responde a esa masa, millonaria en número de creyentes, que acuden a la "Fracción del Pan", pero a quienes el pan de trigo y de maíz, el del sustento diario, se lo han fraccionado tanto que ni las migajas les permiten recoger de la mesa abundante de la que disfrutan unos pocos? ¿Cómo podemos entonar con estos millones de hambrientos y sin casa el salmo bíblico que clama al padre de todos: "si Tú me guías, nada me faltará"? Les falta todo! Les han quitado todo!

El CELAM, como organismo de servicio, fue agrupando a cristianos que se estaban dejando golpear por estos desafiantes interrogantes, personas estudiosas del Concilio, mujeres y hombres, laicos y no-laicos, teólogos, estudiosos de la Biblia, historiadores, antropólogos, científicos sociales, politólogos, sociólogos, educadores, expertos en pastoral, en liturgia, en catequesis, en desarrollo de comunidad. Estos equipos de reflexión se iban acercando al pobre, al empobrecido, oían sus clamores y les escuchaban sus incipientes y proféticas respuestas, que eran como luces. Tomaban los textos del Vaticano y comparaban. Era un mundo inmenso. ¿Qué hacer?

Reunámonos y compartamos lo que millones de pobres nos dicen y lo que el Concilio nos ilumina, y así ¡manos a la obra! Y el Continente pobre y creyente, creyente y pobre, comienza, a los pocos meses de terminado el Concilio- clausurado el 8 de Diciembre de 1965- este proceso de reflexión y compromiso ya en enero de 1966.

En agosto de 1968, con dos años y medio de intensa preparación, Paulo VI, inaugura en Bogotá, Colombia, la Conferencia de la Iglesia en América Latina. Su título, objetivo y contenido no podrían ser otro: América Latina a la luz del Concilio Vaticano II, la realidad examinada en sí misma y ahora vista a la luz del Concilio Vaticano II, con el Dios del Reino desde el pobre, de ese único Dios que puede tener la Iglesia.

Inaugurada por Paulo VI en Bogotá, en donde también bendijo el edificio del CELAM, la reunión se realizó en Medellín, adonde viajaron los Obispos Delegados y los asesores.

Esto no fue un punto de llegada. Fue solo un momento intensivo en el nuevo caminar de la Iglesia en el Continente. Y, sin pretenderlo, un modelo mundial. El CELAM continuó este proceso de abrir las ventanas al mundo real, y "soplar el polvo que se asienta en las páginas del Evangelio", en palabras de Juan XXIII.

Algo admirable, hubo Obispos que pidieron al CELAM que les organizara un curso para Obispos a fin de profundizar las luces del Concilio Vaticano II. El Departamento de Pastoral organizó dos cursos, uno en Medellín de un mes completo al que asistieron 58 obispos. El otro para obispos de América Central, que también duró un mes, en Antigua Guatemala, al cual asistieron 39 obispos. Un equipo de 22 profesores acompañó a los Obispos todo el mes.

Después de Medellín, los Obispos comenzaron a sembrar estas semillas en sus iglesias particulares. Las semanas pastorales se fueron multiplicando. Algunas para una diócesis, otras para un conjunto de diócesis, otras a nivel nacional.

Al Departamento de Pastoral de Celam se le pedía la elaboración de las semanas pastorales. Se preparaba la semana, se realizaba, y se asesoraba la continuidad. Como Presidente del Departamento siempre figuró un Obispo en unión de otros obispos de varios países. Don Leónidas Proaño, de Riobamba, Ecuador, lo fue por mucho tiempo...

En la Semana Pastoral organizada a petición de Don Luis, el Arzobispo de San Salvador, intervinieron entre otros los jesuitas Ellacuría (martirizado años después) y Jon Sobrino. Fue una semana inolvidable. Don Luis, siempre en primera fila, comprometido, al igual que el Obispo auxiliar Rivera y Damas. Romero, en cambio, no asistió a las sesiones: tranquilo, callado, "inofensivo".

Allí conocí a un jesuita, muy alto, cara de bueno, que se acercaba a escuchar con frecuencia a una de las puertas del salón... Era Rutilio Grande, el padre ministro del semanario, quien me confesó su enorme interés por formarse en estos temas. Le aconsejé el IPLA, el Instituto de Pastoral para Latino América, en Quito. Eran seis buenos meses, nada a la carrera, tenía los mejores profesores que se turnaban semana a semana. Y tendría la oportunidad de acercarse los fines de semana que pudiera a Riobamba, a convivir personal y pastoralmente con Monseñor Proaño, clarividente en su visión pastoral, comprometido con el indio, pasara lo que pasara.

Y así hizo. Y regresó luego a San Salvador. Las cosas estaban cambiando... a peor. El Arzobispo era ahora... Romero. Rutilio logró ser enviado a una parroquia pobre, allí estaba en su medio, hombro a hombro con el pobre. Su visión evangélica y conciliar, la que aprendió en el IPLA y en contacto con su amigo y modelo, el Obispo Proaño, se refrendó viviendo cerca de Ricardo Urioste y Rosas y otros sacerdotes y gente de pueblo cercanos a la luz conciliar y que echaban palante con sencillez en el nuevo surco. Y así lo encontró el martirio: RUTILIO con el anciano sacristán y el niño acólito, cristianos en el surco del Reino.

Y así lo vio Romero. Así lo descubrió Romero. La conversión de San Romero fue un largo y complicado juego de "dominó" de Papá-Dios con él.

El martirio de San Rutilio Grande fue demasiada luz. Romero, hombre bueno pero con otra visión, hombre honesto pero con otro modelo de Iglesia, hombre con el poder de arzobispo pero tímido para romper moldes de pasados siglos, hombre de letras pero lejos del pobre, hombre de comunión diaria pero sin comunión con la comunidad de galileos, Romero ya no pudo más... se rindió y el "dominó", al que Papá-Dios lo había invitado a jugar, había terminado. Y ambos ganaron. No hubo empate. Ambos ganaron: Papá-Dios y San Romero, y ganó el pueblo, y ganó la Iglesia, y ganó la humanidad y todos seguimos ganando con ellos dos.

Fue un "dominó" con muchas fichas: San Romero, San Rutilio Grande, Semana Pastoral del CELAM, Monseñor Proaño, el IPLA, los Equipos de Reflexión de América Latina, la Conferencia de Medellín, el Concilio Vaticano II, la Iglesia de Gaudium et Spes fermento de la humanidad, La Buena Noticia del Evangelio- de Jesús el Galileo y El Padre que tiene desde la creación su "Proyecto de Reino de Amor" en la fuerza de su Espíritu.

Este Dios de la Historia continúa jugando su "dominó". Ahora es contigo, conmigo, con nosotros. Y Él juega a ganar, y a que ganemos con Él. "Sí podemos", como decimos los hispanos en Estados Unidos. Y el Padre-Dios lo sigue jugando con toda la América Latina, y con todos los creyentes del mundo que se hacen pobres al elegir al Padre-Dios por su ÚNICO DIOS.

Edgard R. Beltrán

Secretario Ejecutivo del Departamento de Pastoral
del conjunto -CELAM- de 1966 a 1973



MONSEÑOR ROMERO Y EL PAPA FRANCISCO

Hace unos días se han cumplido 34 años del asesinato de Monseñor Oscar Romero, arzobispo de El Salvador, y todavía hoy resuenan sus palabras, en un contexto donde la economía de mercado se sobrepone sobre los derechos sociales.

Y tal vez ahora con más fuerza por la llegada del Papa Francisco, que una de las primeras cosas que hizo al llegar a ser papa fue desbloquear el proceso para canonizar a Romero, que estaba parado desde hacía tiempo.

¿Y cómo no lo iba a desbloquear, si precisamente Romero fue como los sacerdotes que pide el papa? Sacerdotes cercanos a la periferia; que salgan de los templos a conocer los problemas de la gente; no acomodados en los despachos, sino pastores con olor a oveja; que se manchen con el barro del mundo porque se meten en ese barro para ayudar a los que sufren. Como el papa desea una Iglesia pobre y para los pobres, así fue el sacerdocio y la vida de Romero, pobre y para los pobres.

Para entender a Romero hay que entender el contexto histórico donde vivió, en un país gobernado por una minoría rica, que abusaba de los obreros y los campesinos, con salarios injustos y una situación social insostenible. Apoyados por el ejército, se encargaban de torturar y matar a los que se rebelaban contra la injusticia que reinaba en el país, y así mostraban lo que les iba a pasar a aquellos que se opusieran a su forma de gobernar. El ambiente estaba muy tenso y los pobres eran los que más sufrían la situación.

En un contexto donde lo fácil sería no meterse en problemas y mirar para otro lado, Monseñor Romero interpretó lo que pasaba en su país a la luz del Evangelio, y no pudiéndose quedar callado, se convirtió en la voz de los sin voz, ya que a los pobres nadie los escuchaba.

Pero a él sí lo escuchaban, ya que él era la cabeza principal de la Iglesia de su país. Sus homilías se convirtieron, a la luz del Evangelio, en una denuncia profética de los acontecimientos del país, y ofrecía rayos de esperanza para cambiar esa estructura de terror, haciendo un llamamiento a la conversión y al diálogo. Sus palabras eran para muchos motivo de consuelo y esperanza.

Denunció las injusticias sociales, rechazando la violencia, y pidiendo a los opresores que actuasen conforme al mandato de Dios de amarnos como hermanos. No sentaban bien sus palabras a aquellos que eran los opresores, gobierno y ejército, y que él estaba denunciando públicamente.

A pesar de la claridad de su actuación y mediación, Romero, como Jesús, fue calumniado, y le acusaron de revolucionario y de incitar a la violencia. Pero nunca tuvo una palabra de rencor o de violencia.

Tras las calumnias vinieron las amenazas, y lo avisaron de que si seguía con la denuncia lo iban a matar. Pero como fiel seguidor de Cristo, no se bajo de la cruz del sufrimiento y siguió al lado de los pobres. Fue ello lo que le llevó a la marginación del gobierno de su país, de un sector de la jerarquía de la Iglesia que no quería problemas con el gobierno, y al final, a su asesinato, cuando estaba celebrando misa.

No queremos olvidar a este hombre porque vemos que es justo recordar a los que han dado la vida por los demás, sobre todo por los pobres, y han conseguido ser coherentes con lo que creen hasta las últimas consecuencias.  Se necesitan ejemplos como él, y el Papa Francisco lo sabe.  Ejemplo de una Iglesia pobre y para los pobres.

Jesús Diaz Gómez