Acuden a la cita por sendas oscuras,
bajo la sombra de grandes árboles protectores,
la maleza alta, invasora, amenazante
y las hirientes zarzas colmadas de espinas.
Aparecen por caminos distintos
desde diferentes y alejadas procedencias,
tan peculiares y vivos los colores de sus camisas,
las miradas y el tono de sus cabellos.
Una llamada ancestral las convoca,
un eco primigenio en el que estalla
el clamor conjunto de alaridos sufrientes y lágrimas,
risas, confidencias, anhelos y gemidos.
Nada ni nadie logrará detener sus pasos,
ni siquiera el obligado, callado silencio,
la palabra lacerante, la sangre hirviendo
dirigiendo sus pasos y sus miradas
más allá del horizonte.
No son ni están todas,
es tan ancho y tan plural su mundo…
Quisieran ser una inmensa cosecha,
una tormenta, un huracán, un maremoto,
una avalancha de nieve ardiendo.
Son miles, millones de gotas únicas, hermanadas,
que se unen, cuidan, celebran y abrazan
contra el desprecio y el frío de la noche.
No llegan a ser océano, ni mar, ni río,
pero forman una creciente ola revestida de espuma.
Siguen acudiendo a la playa y a la fiesta del encuentro,
empapando la tierra de sonrisas y futuro,
pues no hay quien detenga esa lluvia fina, persistente,
contra los insultos, los odios y los muros.
Recuperan la música que las invita a danzar,
resuenan canciones, vuelan mariposas, pañuelos y abrazos,
y se sienten felices, cómplices, unidas,
como hermosas y abiertas flores violetas,
llamando a despertar el alba de la dignidad y la belleza.
(Miguel Ángel Mesa Bouzas)