Buscador Avanzado

Autor

Tema

Libro de la biblia

* Cita biblica

Idioma

Fecha de Creación (Inicio - Fin)

-

SUPERAR EL ASEDIO DEL CORONAVIRUS

Rate this item
(8 votes)
  1. La Vacuna de la Buena Noticia de Jesús de Nazaret

Autor: Juan Marcos, evangelista, año 50

Después de llevar semanas y meses intentando dar con la vacuna que nos libre del asedio de la COVID-19, resultará fantasioso y extraño que alguien se atreva a señalar que hace ya dos mil años que la vacuna se dio a conocer, y que fue un tal JESUS DE NAZARET quien la registró como patente propia, sin que nadie la haya podido reemplazar impugnándola.

Lo acaecido tiene su historia, una historia que, aunque vivida en territorio limitado, se extendió luego a la tierra entera.

El caso es que este personaje, judío, nacido en Nazaret, de María y José, tras hacerse bautizar por Juan Bautista en el Jordán, decide ir a Galilea a pregonar la Buena Noticia: “Ha llegado el reinado de Dios”.

Este Jesús invita a algunos pescadores a que le sigan, lo hacen dejando su oficio y le acompañan como discípulos primeros. Comenzó a enseñar en la sinagoga de Cafarnaún, y en otras de la comarca. Y lo hacía, anota el narrador Juan Marcos, como quien tiene autoridad, no como los Letrados.

La gente quedaba maravillada por su modo de enseñar y por las cosas que hacía: curaba ciegos, leprosos, paralíticos y hasta perdonaba los pecados. Y, encima, se juntaba con recaudadores y descreídos y no guardaba el sábado.

La gente acudía cada vez más de todas partes, tanta que ni le dejaban tiempo para comer. Todos querían tocarle, seguros de poder alcanzar la salud.

En ese entre tanto, enterados los Letrados y fariseos de sus andanzas, comenzaron a espiarle. No tardaron en escucharlo y arrogantes le preguntan: “¿Se puede saber por qué no sigues las tradiciones de los mayores?”.

Jesús ya suponía que estaban tras él. Les contestó: “Yo no he venido a restañar lo viejo, a mejorar un vestido viejo con otro nuevo, ni a meter vino nuevo en odres viejos. Lo que yo anuncio es otra cosa: el Reino de Dios, en el que todos, cumpliendo la voluntad de Dios, podemos entrar y vivir como hermanos”.

 Quede, pues, claro porque vosotros, Letrados y fariseos, mucho rezar, mucho culto, pero vuestro corazón está en otra parte. ¡Sois Hipócritas! ¿Y me pedís una señal que venga del cielo? ¿Vosotros? A gente como vosotros no se le puede dar esa señal.

Los primeros discípulos le seguían y lo escuchaban embelesados, pero mostraban andar muy lejos de entenderlo. Veían en él algo especial que les llevaba a pensar que pudiera ser el Mesías esperado, restaurador de la independencia de Israel. Y les pasaba por la cabeza poder tocarles entonces algún cargo relevante y se ponían a discutir entre ellos quien lo merecería más.

Jesús, como quien no quiere, los había escuchado y les pregunta sobre qué discutían. Ellos, corridos, tratan de disimularlo.

Jesús aprovecha entonces para advertirles: No os hagáis ilusiones, de seguir las cosas como van, la Buena Noticia que yo anuncio, a gente importante no le va a caer bien, se van a indignar, me hostigarán y hasta tratarán de eliminarme. Jamás tolerarán que yo pueda seguir enseñando que en ese Reino de Dios no habrá desigualdad ni dominación y que su norma fundamental será: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

De esta manera, Jesús, en el ir y venir de cada día, les iba mostrando otra cara de la vida, la de la hermandad universal, que todos llevamos dentro y que él ha venido a hacerla realidad, comenzando paradójicamente por los más pobres y marginados.

Pasados unos días, cuando iban caminando hacia Jerusalén, se le acerca uno corriendo, se arrodilla y le pregunta: “¿Maestro bueno, qué tengo que hacer para heredar vida eterna?”.

 Jesús, mirándole con cariño le responde: “Bien, que hayas cumplido los mandamientos. Pero, te falta una cosa: vete a vender lo que tienes, y dáselo a los pobres, que Dios será tu riqueza; y anda, sígueme a mí”.

El joven rico, que tenía muchas posesiones, se marchó entristecido. “Muy difícil, añadió Jesús, entrar en el Reino de Dios. Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja, que no que entre un rico en el Reino de Dios”.

Los discípulos quedaron asustados: imposible, decían, esto no se puede. Jesús les replica: “Contando con Dios se puede y cierto que quien eso hace por mí y por la Buena Noticia recibirá en este tiempo cien veces más y en la edad futura vida eterna. Pero, todos aunque sean primeros, serán últimos y esos últimos serán primeros. (Mt 10, 17-31).

Con mezcla de duda y asombro, siguieron caminando hacia Jerusalén. Pero entre ellos, Santiago y Juan vuelven a la idea de que Jesús podía ser el Mesías y se atreven a pedirle que el día en que eso suceda, los siente uno a su derecha y otro a su izquierda. Los otros diez, lógicamente, se indignaron al oír la propuesta.

Jesús los calma y reuniéndolos aparte, les explica:

 -“Mirad, les dice, me seguís porque estáis dispuestos a compartir el Reino de Dios, que yo predico. Pero deseo que os quede claro que el Reino de Dios es también para este mundo, se puede y se debe implantar para conseguir una convivencia fraterna universal. Pero tal convivencia está a mil leguas de la que los grandes y jefes de los pueblos ejercen con tiranía y opresión, no encaja de ninguna manera con el Reino de Dios. Entre vosotros, el que quiera subir, sea servidor vuestro; y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos, porque tampoco este Hombre ha venido para que le sirvan sino para servir y para dar su vida en rescate de todos”.

El viaje emprendido llegaba a su término con su entrada en Jerusalén. A Jesús le faltó tiempo para situarse y hacerse encontradizo con los mercaderes del templo: “Según está escrito, les dice, mi casa será casa de oración para todos los pueblos. Pero, vosotros la tenéis convertida en una cueva de bandidos”.

Sus palabras y su acción llegan escandalosamente a los Sumos sacerdotes, Letrados y Senadores. Lejos de esquivarlos, Jesús los afronta públicamente, les muestra su ignorancia, los deja humillados y ellos, sintiéndose más que aludidos, hubieran buscado detenerlo, pero tuvieron miedo de la gente.

La pelea no acabó ahí y unos y otros (letrados, fariseos, saduceos, senadores,…) no se daban descanso para cazarlo con preguntas comprometidas, poder prenderlo y darle muerte, pero no se atrevían en la fiesta de Pascua por temor a un tumulto popular en favor suyo.

Llegó el mismo día de Pascua y los discípulos hablaron con Jesús dónde celebrarla. Emotiva y tremenda les iba a resultar aquella Pascua, pues Jesús trataría de hacerles ver que aquella Cena les debía recordar, siempre que la repitieran, que él no pactaba con los traidores, que renegaba de su proyecto y firmaba pacto de fidelidad al Reino de Dios, aunque le costase la vida. Dicha reunión debía recordarles que la toma del pan y del vino equivalía simbólicamente a la apropiación de su misma vida, un símbolo de fidelidad a las nuevas relaciones de igualdad, justicia y amor, propias de la fraternidad del Reino de Dios.

Aún no habían acabado la Cena y les sorprendió el momento de la detención de Jesús. Hubo resistencia, pero Jesús la cortó en seco. Y en cuestión de segundos, los que venían por él, lo prendieron, no sin que antes les echara en cara la cobardía de no haberlo hecho cuando enseñaba en el templo.

Y, en cuestión de unos instantes, Jesús vio que se quedaba solo. Todos lo abandonaron y huyeron.

 Siguió el juicio ante el Sumo sacerdote. Le interrogó. Jesús no contestaba. Y entonces toma la palabra el Sumo Sacerdote: “¿Tú eres el Mesías, el hijo de Dios bendito?

– Yo soy, contestó Jesús.

Oída la blasfemia, todos sin excepción pronunciaron sentencia de muerte.

Apenas se hizo de día, lo condujeron y lo llevaron a Pilatos.

Pilatos comienza a interrogarle y se extraña de cómo le responde Jesús, aunque sabía que los Sumos Sacerdotes se lo habían entregado por envidia y que habían sublevado a la gente para que soltara a Barrabás y no a Jesús. Pilatos pregunta entonces a la gente: ¿Qué hago con éste al que llamáis rey de los judíos? El grito del pueblo fue: - A la cruz con él.

Y Pilatos, para darles satisfacción, se lo entregó para que lo azotaran y crucificaran.

Después de ser crucificado, su cadáver fue puesto en un sepulcro excavado en la roca.

El primer día de la semana, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé fueron muy de mañana al sepulcro. Entraron en él y un joven vestido de blanco les dijo: “No os espantéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí”.

Jesús resucitó, se apareció primero a María Magdalena, se lo dijo a sus compañeros, que estaban llorando y se negaron a creerle; después se apareció por el camino a dos más, que tampoco los creyeron; y por último se apareció a los Once, cuando estaban a la mesa y les echó en cara su incredulidad y terquedad en no creer a los que lo habían visto resucitado.

Y añadió: “Id por todo el mundo pregonando la Buena Noticia a toda la humanidad”.

 

  1. “Id y pregonadlo a la humanidad entera: todos vosotros sois hermanos”

Escuchar el relato que precede, se hace necesario hoy más que nunca. Por una razón muy simple pese a estar hablando de una realidad bimilenaria, que ha marcado la vida e historia de Occidente y buena parte del mundo entero, hablar hoy de Jesús de Nazaret resulta poco menos que vano y ficticio. Son poquísimos los que, contraviniendo la corriente dominante, se han ocupado de conocer el origen y significado histórico de este personaje. Se han limitado a percibir quizás o releer fallos y contradicciones incontables de su Iglesia, -una Iglesia prostituida- sin indagar para nada la verdad sanadora y liberadora de Jesús que en ella existe.

Sin Jesús, nada justifica la presencia de la Iglesia en la historia. Y hablar de ella sin él, es ponerse a dar golpes en el vacío.

El retorno a la persona de Jesús, es el que de una manera u otra, siempre ha subsistido en la Iglesia, por más que su figura y mensaje hayan quedado no pocas veces desvanecidos, tergiversados o incluso negados.

Y esto es lo que explica que muchos, ante esta realidad mal conocida, muestren desprecio o indiferencia.

Pero, se quiera o no, la realidad y la historia son lo que son, y la Iglesia, pese a sus errores y alianzas con el poder y el dinero, ha vivido y guardado siempre en sí, en millones de seguidores, la verdad de Jesús de Nazaret: “Salvador = Sanador”, liberador de la humanidad.

El habla y representa a un Dios liberador, -liberador de todo pecado, de toda esclavitud y de la misma muerte- y , en consecuencia, todo en su Iglesia tiene que ser liberador: fe liberadora, ecoteología liberadora , liturgia liberadora, espiritualidad liberadora, política liberadora.

Y, a este efecto, la narración de Juan Marcos, (años 50), sintetizada, demuestra que el Nazareno sobrevive y brinda a la humanidad la vacuna que él patentizó como sanadora del virus de la COVID-19.

Pandemias de uno u otro género existieron y existirán siempre, pero no se las podrá neutralizar debidamente, si antes no se elimina la causa generadora de todas ellas: la negación de la fraternidad universal: extirpadora de la desigualdad, de la injusticia y de otros mil errores y desastres que con ella no existirían.

Hace dos milenios que Jesús de Nazaret registró la vacuna, hoy tan obsesivamente buscada: “Todos vosotros sois hermanos “, que luego en 1948, la ONU solemnemente ratificó en la Declaración universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros” (Art. 1).

Es esa, ni más ni menos, la misión con la que vino Jesús de Nazaret: anunciar la Buena Noticia a los pobres, la libertad a los cautivos y la libertad a los oprimidos, que en nuestro mundo tiene marca y vigencia en el capitalismo neoliberal globalizado.

La novedad y peligrosidad de la COVID-19, es que se ha extendido a todas las naciones. Pero esta universalidad no es efecto de la casualidad ni, mucho menos, de la voluntad de Dios, sino efecto del egoísmo y avaricia humanas. La riqueza y la pobreza en abstracto no existen, existen personas, naciones y estados que se hacen ricos a base de explotar, robar y empobrecer a otras personas, naciones y estados. No habría empobrecidos sin empobrecedores, es una relación dialéctica.

La maldad del poder y de la riqueza –del dios dinero - consiste en que la riqueza se convierte en instrumento para asegurar la creación y perpetuación de estas dos clases.

Pues bien, estas dos clases, desiguales y hostiles, es el virus que elimina la vacuna sanadora de Jesús: Todos vosotros sois hermanos. Elimina la criminal hipocresía de quienes se creen con el derecho a dominar, invadir, explotar, crear hambre y pobreza, enfermedad y sufrimiento, guerras y muerte.

Es la ley de los idólatras del dios dinero, que les consiente explotar, robar, empobrecer y matar; el virus radical, el más cruel y peligroso pero oculto, que se autojustifica como el más productivo, querido incluso y bendecido por Dios.

Este marco de comprensión del sistema, generador de la pandemia actual, requiere análisis e investigaciones de las diversas ciencias, para discernir y extraer soluciones que pueden determinar la disolución ideológica y estructural de este inhumano sistema.

La incompatibilidad del capitalismo neoliberal con el Evangelio es total, pero hay que encontrar alternativas socioeconómicas y jurídico políticas que traduzcan en realidad viva la igualdad, la justicia y la libertad, derivadas de la fraternidad universal.

 

Benjamín Forcano

Read 1542 times
Login to post comments