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COVID-19: LA OTRA PRESIÓN HOSPITALARIA

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Desde hace un año las personas ingresadas en los hospitales por otras patologías NO-COVID sufren un confinamiento semipermanente que les aísla del soporte afectivo, afectando su estado anímico y su recuperación completa.

En el primer cumpleaños de pandemia, el coronavirus en España ya supera los 3,1 millones de contagios y las 72.000 muertes, y mantiene a los hospitales en situación límite. Los centros hospitalarios, que se vieron desbordados durante la primera ola, siguen teniendo una elevada presión. Según datos del Ministerio de Sanidad el indicador se sitúa en el 21,6% de las camas disponibles para cuidados intensivos (UCI), que están ocupadas por pacientes de COVID-19, lo que nos coloca en riesgo alto.

La calidad de vida de las personas hospitalizadas por otras patologías se ve resentida por la pandemia.

Si en España hay 8.540 personas hospitalizadas por la COVID-19 que ocupan el 6,8% de las camas, eso significa que hasta completar el 100% de aforo en nuestros hospitales hay un 93,2% de camas hospitalarias ocupadas por pacientes con otras enfermedades, lo que supone unas 125.404 personas. Pacientes hospitalizados que, desde marzo de 2020, son los que están soportando una verdadera presión en sus ingresos, con pautas de visitas y de estancia que afectan a su estado anímico.

Si el contacto social es la clave para disminuir el contagio del coronavirus, es lógico ver cómo se blindan los hospitales, se eliminan las visitas, se limitan los acompañamientos familiares, etc… Pero también cabe preguntarse cómo afecta esta separación afectiva a los enfermos ingresados que ya sufren las propias dolencias de su patología.

Además del miedo de estar ingresado en plena pandemia y “coger lo que no tienes”, los pacientes se enfrentan a estadios de soledad que pueden volverse muy duros en ingresos prolongados y afectar a su favorable recuperación.

Cabe preguntarse cómo afecta esta separación afectiva a los enfermos ingresados que ya sufren las propias dolencias de su patología.

Antes de que comenzara el estado de alarma y el confinamiento domiciliario en 2020, las personas ingresadas en los hospitales comenzaron a sufrir las consecuencias de la necesaria distancia social que exige el coronavirus viendo cómo se restringían cada vez más las visitas y la posibilidad de contar con acompañamiento familiar en las habitaciones.

También se redujeron o cancelaron las actividades de voluntariado que diversas ONG realizan para hacer más llevadera la estancia a quienes están ingresados. Cada hospital ha ido variando las pautas al hilo de la normativa que se vive también fuera y de las distintas escaladas y desescaladas según las cifras de contagio.

En muchos casos, a medida que se han ido produciendo los contagios y cerrando las plantas en los hospitales para evitar la propagación del virus dentro del propio recinto, los pacientes han visto reducido su espacio de actividad a su propia habitación, estando limitados hasta los pasillos de la planta para poder caminar o despejarse un poco, una suerte de confinamiento en un espacio muy limitado con pocas opciones que en estancias largas incrementa los niveles de angustia en los pacientes y la sensación de soledad, lo que afecta la salud mental de las personas ingresadas y a su recuperación completa.

Un ejemplo de lo que eso significa es la campaña que desde la Fundación Josep Carreras contra la Leucemia han puesto en marcha: “No estáis solos”, donde cuentan diferentes testimonios de personas enfermas y piden a la población enviar un mensaje de ánimo y solidaridad.

Las medidas sanitarias de prevención contra el COVID están claras y son necesarias, pero la manera en que se gestionan en los diferentes contextos es la clave del bienestar de muchas personas que están sufriendo un “extra” de soledad en este tiempo de distanciamiento social o de angustia por la incertidumbre de encontrarse en espera de una intervención o tratamiento.

Hace un año, la presión hospitalaria relativa a las camas UCI, que requieren de un equipo -monitorización, respiradores- y personal especializado para su tratamiento, obligó a cerrar los quirófanos y a suspender las citas de especialidades médicas.

Los pacientes crónicos, que representan el 60% de los ingresos hospitalarios, han visto cómo sus citas eran canceladas, siete de cada diez consultas se suspendieron en el confinamiento, pero apenas un 25% se han recuperado desde el mes de junio de 2020. Las listas de espera han visto cómo crecían interminablemente sus tiempos de permanencia, mientras la atención primaria tampoco ha dado respuesta a las necesidades de los pacientes NO-COVID.

El informe refleja la desatención a personas vulnerables, el diagnóstico tardío para algunas enfermedades y la discriminación indirecta de personas con patologías NO-COVID

Organizaciones como Amnistía Internacional (AI) han visto en ello una vulneración del derecho a la salud física y mental de la población en nuestro país. En el mes de febrero han presentado el informe La otra pandemia. Entre el abandono y el desmantelamiento: el derecho a la salud y la atención primaria en España que muestra las carencias de gestión de la pandemia de coronavirus por la falta de planificación e inversión suficiente, arrastrada ya en la Atención Primaria durante 12 años en los que España desoye las recomendaciones de organismos internacionales, como la OMS, en cuanto a inversión en sanidad. El informe refleja la desatención a personas vulnerables, el diagnóstico tardío para algunas enfermedades y la discriminación indirecta de personas con patologías NO-COVID.

La presión hospitalaria en nuestro país irá variando en función de cómo se controle el virus, se cumplan las normas de distanciamiento y avance la campaña de vacunación. De esta forma podrá disminuir también la presión que sufren los pacientes NO-COVID ingresados en los hospitales rompiendo su confinamiento y dando paso a un apoyo afectivo presencial que sustente su posible mejora. Ojalá sea muy pronto.

 

Corina Mora, voluntaria social

Alandar

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