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ANTE EL PROCESO SINODAL CONVOCADO POR EL PAPA FRANCISCO

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1. Una buena y ambigua noticia

Recibo con satisfacción la invitación del Papa Francisco a la reforma y a la conversión. Es una “buena noticia” que acojo con esperanza y realismo. No es una asamblea universal cristiana pero supone un avance en relación a anteriores sínodos. Es un Sínodo de Obispos participado por el pueblo. Valoro especialmente la voluntad de reforma y la apertura de la llamada de Francisco a todas las personas, tanto a las que se sitúan en una estrecha pertenencia como a las que nos encontramos en los márgenes.

Celebro el deseo de “caminar juntos” sin distinción de clase social, género, o posición jerárquica, en igualdad en cuanto a la interpretación o discernimiento del mensaje de Jesús desde una conciencia libre y sincera. Igualad que no queda clara al atribuir esta prerrogativa de modo directo y sobrenatural a los obispos por su vinculación con los apóstoles.

Muchos cristianos experimentamos ya una conversión muy importante al reunirnos en pequeñas comunidades en los años 60 y 70 como fruto del Concilio Vaticano II y de la inspiración profética de los pobres. El acercamiento a sus condiciones de vida, y la mirada a las primeras comunidades fueron nuestro modelo cristiano. La Iglesia que llamábamos jerárquica, su magisterio, posicionamiento social, teología y lenguaje celebrativo no nos parecía responder a la fe en Jesus de Nazaret lo que nos llevó a una posición crítica de nuestra pertenencia a la Iglesia.

Desde entonces nos encontramos en otra teología, en otra concepción del movimiento de Jesús y, otra visión de la verdad y de la experiencia de Dios. Nos servimos de otra gobernanza más horizontal y comunitaria, en una universalidad que excede los límites de Ia Iglesia, la propia de todas las personas que se inspiran en Jesús de Nazaret, sean católicas o no. Estamos lejos de esa exaltación de la autoridad de la jerarquía auto atribuida en virtud de ser depositaria de la Revelación. Ésta no es un conocimiento inamovible ni su interpretación encomendada a los obispos puede ser escuchada de modo literal. El Credo es una profesión de fe que tiene carácter simbólico. Y muchos de sus artículos requieren una profunda revisión.

“Caminamos juntos” también con otros muchos grupos e instituciones que siguen igualmente la inspiración de Jesús y no están en la Iglesia. Son múltiples pertenencias que no nos permiten estar con el magisterio de los obispos al pie de la letra. Basta citar los casos del ninguneo de la mujer, las inmatriculaciones de los bienes del pueblo o ese permanente alineamiento con la derecha moral por no decir también política.

No nos colocamos en una posición de superioridad sino en una fidelidad múltiple: con la cosmovisión científica, la nueva epistemología, la aceptación del pluralismo religioso, cultural y de género, con el reconocimiento pleno de la mujer y la crítica del patriarcalismo, la incardinación en la modernidad, la Justicia Global laica; con la crítica severa al sistema de dominación, la superación del antropomorfismo y de la magia en las celebraciones, y fuera del recelo ante la laicidad y otros valores de nuestro tiempo.

La autonomía moral y los seculares ideales de los derechos humanos y la democracia son otros tantos dominios donde la dogmática de la iglesia no acaba de casar. Por eso junto con nuestro agradecimiento por la invitación, expresamos una cierta incomodidad que repite la experiencia de otros sínodos. Sin embargo, los esfuerzos de Francisco por la reforma y la urgencia del cambio con que se manifiestan muchas personas dentro y fuera de la Iglesia nos merecen una respetuosa acogida

2. La ambigüedad del documento preparatorio.

El documento preparatorio propone como guía y material de trabajo un título muy atractivo “Caminar juntos” para luego caer en el distanciamiento interno entre los que van delante y los de detrás. Se repite continuamente la contradicción de llamar a la participación de todos en la perspectiva de una misma dignidad para enseguida distinguir a los pastores frente a la grey y negar el valor democrático de la igualdad de voz y voto. Afirma valores modernos de democracia, participación, camino unitario, apertura al mundo y enseguida los corrige sometiéndolos a la jerarquía en virtud de la posesión de la verdad por herencia divina. Considera la Revelación como una fuente de verdad y autoridad entendida de forma estática y medieval. Los pastores son señores del discernimiento aunque consulten al pueblo. La Iglesia se concibe excesivamente como una institución de orden divino por encima de cualquier otra organización.

Todo el documento rezuma espiritualismo y un lenguaje en desuso. El legado de Jesús, encarnado en los pobres y sus necesidades se sublima en un mundo sobrenatural que contamina todo el documento. Una remisión a un mundo irreal y superior, un constructo mental que subordina los problemas y logros reales a un mundo espiritual intangible paralelo a éste. De él se deriva la primacía de los pastores frente a la grey en virtud de la descendencia directa de los apóstoles algo que no está suficientemente justificado en los evangelios

Lo que hoy se entiende por una participación abierta sin toma de posiciones previas, por muy reveladas que se digan, no cuadra con este planteamiento. Es la misma concepción de los anteriores sínodos diocesanos en los que hemos participado y de los que no podemos decir que se haya dialogado más allá de las posiciones prefijadas por el magisterio de los obispos. “Caminar juntos” es caminar en pie de igualdad.

La conciencia personal es el mejor regalo de Dios y el soporte de las inspiraciones de bondad y sabiduría que guían nuestra vida, algo muy diferente a una Revelación entendida como un depósito de verdad inmutable filtrado a algunos privilegiados. Más bien la verdad es el fruto de un consenso crítico entre todas las personas, siempre una aproximación, y en constante reconstrucción. Pero el documento concede prioritariamente esa prerrogativa a los obispos:

«Algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás nº12

aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad» nº13

Si bien se procura matizar condicionando esa dispensa de los misterios al “sensuus fidei” o sentir de fe del pueblo que “también” participa del profetismo de Cristo

Los obispos son llamados a discernir lo que el Espíritu dice a la Iglesia no solos, sino escuchando al Pueblo de Dios, que «participa también de la función profética de Cristo» nº 14

y que es infalible por tratarse de cuestiones de fe

… cuando se ha tratado de definir verdades dogmáticas, los papas han querido consultar a los obispos para conocer la fe de toda la Iglesia, recurriendo a la autoridad del sensus fidei de todo el Pueblo de Dios, que es «infalible “in credendo”» (EG, n. 119). nº 12

… en virtud de la unción del Espíritu Santo recibida en el Bautismo, la totalidad de los Fieles «no puede equivocarse cuando cree, (nº 13)

No siempre el discernimiento de los obispos es el acertado. La pretendida naturaleza sobrenatural de su interpretación no es justificación ni garantía de acierto. El obispo es elegido a dedo entre la clerecía, o sugerido por sus compañeros obispos, y designado por el papa, a veces también a propuesta da la autoridad civil, y eso no deja de ser una limitación y un trato de favor. Además, dado el contexto interpretativo de muchos de ellos, bastante alejado de la vida cotidiana y de los condiciones de vida del pueblo en general, su discernimiento es ajeno al sentir del pueblo y prueba de ello son sus manifestaciones tan contrarias al buen sentir de la ciudadanía y del consenso de la ética global. Los obispos españoles apoyaron una mal llamada cruzada, los de todo el mundo interpretaron que la ley divina estaba por encima de la ley humana y ocultaron la pederastia por caridad mal entendida.

Hay otras maneras de entender la sinodalidad, la de todo el pueblo que encuentra en sus representantes la voz que lo aglutina. Pero para eso hace falta que sean elegidos democráticamente, algo que no quiere la teología católica.

…ese Pueblo, reunido por sus Pastores, se adhiere al sacro depósito de la Palabra de Dios confiado a la Iglesia, Los Pastores, como «auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia»… (nº 14)

El sínodo nace viciado como consulta universal,

Sin los apóstoles, autorizados por Jesús e instruidos por el Espíritu, el vínculo con la verdad evangélica se interrumpe y la multitud queda expuesta a un mito o a una ideología (nº 20)

El planteamiento de que no se puede salir de la estructura jerárquica es un error de raíz y lo que debería sustituirle es una amplia consulta y consiguiente labor de diálogo y consenso inter pares. Es el procedimiento propio de todo conocimiento y buen gobierno y de la democracia. Lo otro es aristocracia celestial.

la consulta al Pueblo de Dios no implica que se asuman dentro de la Iglesia los dinamismos de la democracia radicados en el principio de la mayoría, se trata de un proceso eclesial que no puede realizase si no «en el seno de una comunidad jerárquicamente estructurada» (nº 14).

La práctica de Jesús rompió con la sinodalidad del Sanedrín, su ley, su templo, sus celebraciones y se aproximó a escuchar a los de abajo, a asumir sus condiciones de vida. Su lenguaje es sencillo y simbólico y, no palabras infalibles. El Jesús de la Iglesia es en muchos casos una construcción histórica de la jerarquía para concederse a sí misma ese valor divino infalible   

3. Un teología que ya no es creíble

Si se quiere realmente una asamblea cristiana del pueblo de Dios donde todo el mundo puede expresarse con la misma dignidad, voz y voto, se hace preciso un cambio de la doctrina magisterial de la iglesia. Múltiples voces en muchas partes de la cristiandad realizan ya una lectura distinta de lo que fue, dijo e hizo Jesús de Nazaret. Estas voces están dispuestas al diálogo pero hasta ahora se han encontrado con una posición inamovible por parte de la jerarquía eclesiástica. Quizás en este sínodo por la impronta del papa Francisco se puedan abrir algunas ventanas de aire fresco como ocurrió con el Vaticano II, si al final no se impone el poder de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad» (DV, n. 8).

Los cristianos en general huyen de la rigidez de sus obispos y caminan por una nueva teología alejada del literalismo y del dogmatismo. El Misterio Pascual o Plan de la Salvación, la divinidad de Jesús o la otra vida, los relatos bíblicos, tienen para esas personas otro significado que el proclamado por los obispos y sus teólogos en las cartas pastorales, homilías y otros escritos. El sínodo no se molesta en preguntarse por el nuevo sentir del laicado, al que llama a secundar su doctrina, en cuestionar el tradicional Misterio de la Salvación y el carácter divino de sus enseñanzas en clara disociación con la ciencia y la cultura. No escucha las críticas, es más las desconsidera e incluso las trata en ocasiones con desdén, como frutos de la insidia. (nº 21)

la consulta al Pueblo de Dios no implica que se asuman dentro de la Iglesia los dinamismos de la democracia radicados en el principio de la mayoría, porque en la base de la participación en cada proceso sinodal está la pasión compartida por la común misión de evangelización y no la representación de intereses en conflicto. (nº 14)

1. Otra teología, otra iglesia son posibles.

La nueva concepción del conocimiento humano y de la realidad, los estudios bíblicos más recientes, la convivencia con otras religiones, el respeto a los derechos humanos y a los ideales de democracia y ecología profundas, y una participación sociopolítica cooperativa ofrecen motivos muy valiosos para “caminar juntos” toda la humanidad. Los movimientos sociales y las oenegés, las instituciones de cooperación internacional, los voluntariados, algunas parroquias, abren una senda común humanitaria, donde la Iglesia también es evangelizada, y puede reiniciar y reconstruir un mensaje que a lo largo de los años se ha ido desvirtuando y fosilizando

No podemos saber de modo detallado quién fue históricamente Jesús de Nazaret pues los relatos más antiguos de su vida ya están mediatizados por la fe de los discípulos y la cultura judía y grecolatina de su tiempo. No conocemos un Jesús de la historia a secas, siempre es el de la fe de los primeros discípulos y eso es lo importante. Jesucristo se ha ido reconstruyendo luego históricamente como Cristo al ser ungido y elaborado por la cultura y devoción de cada época. Es el Cristo de la historia.

Ahora bien la figura de Jesús que ha prevalecido históricamente es la del Cristo Hijo de Dios expresada de forma literal. Y con ella la imagen de un Dios omnipotente y trinitario, creador del mundo que actúa sobre él y le ha provisto de un grandioso Plan de salvación para rescatarnos del infinito pecado original. Excelente y efectiva elaboración que ha durado dos mil años y hoy requiere ser reinterpretada. Es el llamado Misterio Pascual o de la Redención y constituye el núcleo principal del depósito de la fe.

Está formulado en el Credo o símbolo de los apóstoles, el poema y confesión de los primeros cristianos. Hoy se hace preciso renovar esa gran metáfora cuyo sentido es dar unidad, aliento y esperanza a toda la humanidad. Y para lograrlo hay que hablar su lenguaje de hoy. No podemos presentar esta esperanza como una explicación de la historia. El misterio de la salvación no es un conjunto de secuencias temporales que van desde la preexistencia de Jesús como segunda persona de la Trinidad hasta el paraíso como prolongación eterna de la vida humana.

La encarnación, muerte y resurrección de Jesús, el conjunto de episodios que se nos cuentan detalladamente en los evangelios acerca de la infancia, la predicación y la pasión carecen de suficiente apoyo histórico. Sin embargo están colmados de inspiración y esperanza. El sínodo debe abordar con sinceridad la naturaleza del relato sobre Jesús, sobre Dios, sobre el misterio pascual, y la explicación popular que se da. No advertir de su valor simbólico es incurrir en un piadoso engaño más o menos deliberado como ocurre en la novela de Unamuno “San Manuel bueno y mártir”.

La fe crece con la inteligencia y se muestra más auténtica en la armonía con la ciencia, en la colaboración con las iniciativas sociales por la dignidad y la igualdad y en el diálogo con las religiones y los humanismos que, ateos o creyentes, trabajan de un modo abierto por un mundo mejor. Una internacional de la esperanza anima a todos estos movimientos y grupos humanos. El camino unitario de toda la humanidad se nutre de las vetas de compasión de mucha gente fuera de la doctrina eclesial. Parece como si Jesús hubiera dejado Jerusalén antes y hoy Roma y estuviera con los samaritanos y los exiliados de la religión.

No hay una ley divina superior y fuera de la dinámica universal de los derechos humanos, muchos de ellos frutos seculares del evangelio. Es más, el cristianismo podría definirse como una supra ética del amor incondicional ejercitado desde una esperanza sin certezas y compartida genéricamente por todos en caminos diferentes.

Fe y razón se complementan para explicar el mundo y darle sentido y se suplementan con la poética del amor. No hay una historia sagrada paralela y diferente de la gran historia cósmica a la que pertenecemos, descrita por la ciencia y admirada desde la fe. Somos seres evolucionados, fruto de sucesivas emergencias de la materia primordial, desde un también misterioso vacío, una sorprendente explosión y múltiples formas de energía, partículas, vida y conciencia. Esa realidad hay que entenderla de un modo holístico y emergente. Y considerarla bajo las bellas metáforas de la Creación.

No podemos afirmar una trascendencia que constituya un mundo distinto y separado de este, tampoco su contrario, ni un Dios arriba y afuera dominador de nuestras vidas. Sí que hay una trascendencia de lo inmanente, un valor inviolable y sagrado de todo cuanto hay. Una dignidad y buena voluntad nacida en el corazón humano y que brota para superar la maldad y la limitación. Todas estas experiencias constituyen elementos para un nuevo relato más creíble para el mundo actual que el de la tan interiorizada Redención de un pecado hereditario. Y esta es la gran y profunda reforma que me gustaría se abriera paso en el sínodo

La iglesia podría situarse en el mundo como un ámbito unitario junto a otras religiones y humanismos contribuyendo personal y políticamente a un mundo mejor gobernado y más respetuoso con el medio ambiente y donde ella sea la poética que anima y crea. En ese sentido la predicación, las homilías, los encuentros, retiros y reflexiones podrían iniciarse explicando la maravilla de la realidad, su evolución y formas constituidas, informar verazmente de la naturaleza metafórica de su lenguaje, dar cuenta del estado del mundo e inducir a la compasión. Y allí en la memoria de Jesús y otros profetas cuidar el corazón de donde nace lo mejor del ser humano. Eso sería un sínodo permanente, una celebración de la confianza universal en la realidad que es en el fondo confianza en Dios sin saber qué es y si es.

EL documento ya presiente de algún modo estas innovaciones y así afirma:

La perspectiva del “caminar juntos”, además, es todavía más amplia, y abraza a toda la humanidad, con que compartimos «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias» (GS, n. 1). (Nº15)

Aunque enseguida aparece un sentido exclusivita que minusvalora el trabajo de los demás:

Una Iglesia sinodal es un signo profético sobre todo para una comunidad de las naciones incapaz de proponer un proyecto compartido, a través del cual conseguir el bien de todos: (nº 15).

Pero este proyecto cuya capacidad se niega a la comunidad internacional ya es compartido y está expuesto y realizado por muchos y es precisamente la dogmática católica la que se desmarca por considerarlo ajeno a la revelación y al origen sobrenatural que debe caracterizar todo proyecto de valor. Parece como si solo fuera válida la liberación que se deriva de la mítica encarnación y redención sobrenatural. No estamos ante el ya superado “fuera de la iglesia no hay salvación” pero sí en el creerse que toda salvación nos pertenece a nosotros los cristianos.    

2. De la sinodalidad de los obispos al Concilio del pueblo

Las viejas estructuras de la Iglesia se resisten al cambio. Tal como ha ocurrido en muchos otros ámbitos del conocimiento y de la práctica humana las evidencias sociales y los convencionalismos colectivos extremadamente arraigados impiden abrirse a nuevos modelos y paradigmas. La iglesia sigue fundando sus explicaciones desde una lectura mítica de la Biblia hoy en revisión y desde una verdad considerada incuestionable. De ahí que el “caminar juntos” despierte cierto recelo.

La insidia que divide – y por lo tanto contrasta un camino común – se manifiesta…en la seducción de una sabiduría política mundana que pretende ser más eficaz que el discernimiento de espíritus. (nº 21)

Quien esto escribe camina en los márgenes y es consciente de la distancia que le une a los que van por el centro, que esta posición puede suscitar a la vez acogida y censura, por eso me limito a exponer mi visión y ofrecer mi colaboración y dialogo. Me siento inclinado a caminar a la par y trabajar por un cambio como el que el documento refiere de Pablo tras la visita de Cornelio:

“una verdadera y profunda conversión, un paso doloroso e inmensamente fecundo de abandono de las propias categorías culturales y religiosas: Pedro acepta comer junto con los paganos el alimento que siempre había considerado prohibido, reconociéndolo como instrumento de vida y de comunión con Dios y con los otros. (nº 23)

Quizás la Iglesia tengamos que atravesar ese “paso doloroso e inmensamente fecundo de abandono de las propias categorías culturales y religiosas” de veinte siglos y aceptar lo que se ha considerado prohibido, o no se lleva a cabo de modo importante, como es la democracia, el valor de la ciencia, la preferencia por los vulnerables; a poetizar y encantar de nuevo la conciencia colectiva y reconocer la igualdad de la mujer, no con el varón católico o el clérigo actual y sus funciones sino en el modelo común de la profunda reforma cristiana que buscamos. Promover una convergencia de las esperanzas de todos los grupos y religiones y salir de una religión particular hacia una secularidad significante. Acepto el lento caminar a la par en el marco del cambio posible.

 

Santi Villamayor

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