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DESPUÉS DE JESÚS, NOSOTROS LA IGLESIA

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Mc 6, 7-13

«Y llamó a los doce, y comenzó a enviarlos de dos en dos»

Enviados por Jesús con su misma misión; excelente definición de Iglesia. Jesús se siente enviado por el Padre para proclamar la buena Noticia y nos pide que le echemos una mano. Primero se lo pide a los doce, luego a los setenta y dos, y luego, tras su muerte, a los Testigos y, a través de ellos, a todos nosotros. Como decía Ruiz de Galarreta: «Después de Jesús, nosotros la Iglesia».

Al menos en teoría, todos los colectivos humanos —desde las órdenes religiosas a los partidos políticos— trabajan para mejorar la sociedad. Cada uno desde sus creencias, su ideología o su óptica, y cada uno esforzándose para que el mundo siga los derroteros que considera más adecuados. Unos lo hacen a través de la oración, otros promulgando leyes que fomenten la convivencia, otros promoviendo las artes y las letras, otros propiciando el desarrollo económico, otros trabajando en defensa de los más vulnerables o defendiendo los intereses de un determinado grupo social…

Y dentro de ese panorama general, los cristianos tenemos encomendada la misión de sembrar humanidad y hacerlo al estilo de Jesús, es decir, no por la fuerza del dinero ni el ejercicio del poder, sino desde dentro, como la semilla que en unos casos da abundante cosecha y en otros se convierte en árbol frondoso donde anidan las aves del cielo… o como la levadura que fermenta toda la masa.

Las parábolas vegetales nos muestran la fe que tenía Jesús en el poder de la semilla sembrada; su primacía sobre la ley. Si tratamos de lograr la convivencia a través de las leyes, fracasaremos, pero si la sembramos, dará el ciento por uno. Porque la Ley deja a la persona a sus fuerzas, le pone preceptos que ha de esforzarse en cumplir, le amenaza, le premia, le castiga... pero no cambia su corazón. El evangelio le coloca ante el don de Dios, le hace conocer a su Padre, le convierte en Hijo, lo cambia por dentro… y ya no tiene que mandarle nada.

La esencia de nuestra pertenencia a la Iglesia es aceptar la misión; considerar la vida como misión. Para eso sirve la vida, para eso fuimos engendrados por Dios, por eso cuenta con nosotros. Unos lo hacen de forma radical, dejándolo todo para dedicarse a los más necesitados allí donde se encuentren. Otros tenemos la oportunidad de hacerlo desde nuestras ocupaciones habituales, las de todos los días, sin necesidad de hacer cosas nuevas, pero esforzándonos en hacer bien lo que hacemos; tomando como guía de nuestra conducta los criterios de Jesús; sembrándolos en el mundo.

Jesús resumió la misión en una frase sencilla e interpelante: «Que los hombres vean en vuestras buenas obras el amor del Padre» … Y aunque parezca lo contrario, este tipo de comportamiento tiene un notable efecto contagioso (las primeras comunidades cristianas eran contagiosas y no dejaban de crecer), y Jesús contaba con ello para extender el Reino. Si una parte significativa de los cristianos nos tomásemos en serio la misión, la sociedad humana se convertiría, sin eufemismos, en el reino de Dios.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

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