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SE PUEDE TENER MUCHA CIENCIA Y NO SABER VIVIR (SABIDURÍA)

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1. Sabiduría y sensatez. 

Las dos primeras lecturas de hoy nos hablan de vivir en sabiduría y sensatez, sensatamente, no estéis aturdidos.

Nuestra tradición cultural europea (occidental) dio un brusco giro en el siglo XVIII, el siglo de la Ilustración (siglo de las luces), de la razón. Es el siglo de la Revolución francesa (1789).

Lenta y casi inconscientemente fuimos prescindiendo de pensar y vivir desde la fe y la religión a vivir exclusivamente de la razón. Pasamos de la biblia a la ciencia, de la esperanza al progreso, del poder sagrado al poder laico (laicismo).

Es el pensamiento moderno que nosotros lo vivimos casi sin darnos cuenta. El hombre moderno confía en las ciencias, en la razón, en el progreso de la medicina, de la tecnología, etc. La solución está en la política, en la tecnología, no en la Iglesia ni en la religión.

(Creo yo que el hombre post-moderno -que somos nosotros- ya no confía en nada).

Ciertamente la modernidad supone un valioso despliegue científico. Tenemos mucha ciencia, muchos conocimientos científicos, ahora ya hasta la inteligencia artificial.

Tenemos ciencia, conocimientos científicos, pero ¿tenemos Sabiduría?

Con mucha sorna e ironía decía hace unos años el Director del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid en la lección inaugural de curso de la Facultad de Teología de Vitoria, decía que: entre los científicos algunos -algunos- también piensan.

Porque no es lo mismo ciencia que sabiduría.

· La ciencia es el conjunto de conocimientos que se obtienen por verificación, comprobación. Es un mundo y un ámbito importante: en medicina, en tecnología, medios de comunicación, transporte, etc.

· La sabiduría viene de sapere: saborear, saber vivir.

Se puede tener mucha ciencia, conocimientos y no saber vivir. Lo estamos viendo (y padeciendo todos los días).

Y también se puede tener escasos estudios, pocos conocimientos y saber vivir sensatamente y con gozo. Basta mirar a mucha gente sencilla, a nuestros mayores. No tenían conocimientos, pero sí sabiduría, sabían vivir.

Ante las grandes cuestiones de la vida: el sentido de la vida, cuestiones ético-morales, la muerte, la convivencia, etc. el hombre rural, el hombre primitivo estaba infinitamente mejor dotado que el ingeniero del parque tecnológico de Algete o de donde fuere.

Por otra parte, los conocimientos no científicos y más bien existenciales son más envolventes que los científicos. Hay experiencias en la vida que no son científicas, incluso son más bien “irracionales”, pero son hondas y ayudan a saber vivir. Por ejemplo las vivencias provenientes del amor, de la amistad, de la familia, de la fe, del pueblo no son lo más mínimo científicas pero impregnan profunda y positivamente la existencia humana.

Incluso también en otras cuestiones de la vida (positivas o negativas) convencimientos deportivos, de pueblos y patrias, convencimientos religiosos, políticos, son enormemente envolventes, te “pillan” -más o menos- toda la existencia.

Y no es lo mismo tener conocimientos, tener la razón que ser sensato. Se puede conocer, se puede tener razón y no ser sabio ni sensato. Esto ocurre con frecuencia en la familia, en quienes tienen poder en la comunidad, en la vida política, en la iglesia. Generalmente los que tienen fuerza y poder, los que regulan las leyes, e tienen la razón, pero muchas veces insensatamente. Esto nos pasa en la familia, en la vida de las comunidades religiosas, con muchos políticos y obispos de cuyo nombre no debo acordarme. Tienen razón (¿), pero no tienen sensatez.

Se trata de vivir sabiamente no tanto científicamente, se trata de ser sensatos en la vida.

1. Transmisión de la sabiduría de la fe

Enseñar a vivir sensatamente, transmitir sabiduría es una tarea noble, importante y a veces no fácil.

¿Cómo enseñar a vivir bien? No es fácil saber vivir y transmitir cómo vivir. (Absténganse políticos y medios de comunicación).

La ciencia se comunica en el aula, en la escuela. La sabiduría se transmite en la familia, en la amistad. La sabiduría se comunica casi por ósmosis y en gran medida en la vida familiar. El aprecio de la vida, el amor familiar, el respeto, el sentido de la vida, la fe, los valores éticos no se enseñan científicamente, se viven con los demás y así se aprenden, casi por “contagio”.

Es necesario un buen sistema docente, sin duda. Pero un sistema educativo, una universidad que se limite a transmitir meros conocimientos se convierte en un almacén de datos.

De ahí la importancia de que los maestros y profesores no sean meros puestos de trabajo para ganar un sueldo, sino que debieran ser personas vocacionadas que enseñan más por su presencia que por lo que dicen. La escuela y la universidad actuales transmiten muchos conocimientos, ciencias, pero no me parece que comuniquen sabiduría, ni que enseñen a vivir, porque no se trata de enseñar cosas, sino de enseñar a vivir. Un maestro enseña más con su actitud ante los alumnos que con sus palabras.

JesuCristo no fue un profesor de religión que enseñara unos conocimientos de religión o cosa parecida. Jesús no fue un hombre científico, un “enterado” de la religión. Jesús fue maestro en el sentido más clásico: quien enseña no cosas, sino que enseña a vivir.

Creo que la fe se transmite principalmente en casa, al menos si hay fe en la familia y de modo afectivo, no doctrinal. Para transmitir la fe, el sentido de la vida, el sentido de la ética no hace falta grandes universidades ni medios.

1. Alimento para la vida.

Continuamos meditando durante los domingos de este mes de agosto el capítulo 6º de San Juan sobre “pan de vida”.

Alimentemos nuestras vidas con esa sabiduría y sensatez que dimanan del pan de vida, de Cristo como pan de vida.

Seguramente la sabiduría no está en las masas sanfermineras o del cañonazo donostiarra, sino en los pocos sabios que en el mundo han sido

¡Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruido y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido!

Fray Luis de León (1527-1591)

 

Tomás Muro

Religión digital

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