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CUARESMA, TIEMPO PARA LA ORACIÓN

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Lc 4, 1-13

El Evangelio "narra" el retiro de Jesús en el desierto, en oración y ayuno, inmediatamente después del Bautismo en el Jordán y antes de empezar su predicación. Mateo y Lucas presentan dos relatos prácticamente iguales, mientras Marcos lo hace de una manera mucho más escueta:

"Y el espíritu le hizo salir para el desierto. Y estuvo en el desierto cuarenta días tentado por el diablo. Y vivía con las fieras, y los ángeles le servían."

El relato falta completamente en Juan, que empalma el Bautismo en el Jordán con la llamada de los primeros discípulos.

El relato es histórico-simbólico. Se trata sin duda de un retiro a la soledad, de un período de oración y ayuno, frecuente en las personas religiosas de la época, y practicado después por la iglesia. Pero aquí es, sobre todo, la preparación inmediata de Jesús para lanzarse a su trabajo. Treinta años de vida oculta terminan en el bautismo del Jordán. Ahora, arrastrado por el Espíritu, se va a lanzar a su misión de curar y predicar. El espíritu de Jesús necesita alimentarse en la oración.

El relato de las tentaciones parece mucho más simbólico. Se reúnen aquí y se simbolizan las tentaciones de Jesús: el mesianismo fácil, el poder, el éxito. Jesús está "aceptando la gracia del bautismo" y sintiendo la tentación de rechazarla. Tiene para nosotros el mensaje, fuerte e inquietante, de que Jesús sufre tentación, como cualquier ser humano, y la supera con la fuerza del espíritu.

Jesús experimenta tentaciones y busca fuerza en la oración. Verdaderamente, es un ser humano. Algunas cristologías parecen mostrar a Jesús como nosotros, pero menos, porque la presencia de la Divinidad altera la humanidad. Es el peligro de algunas cristologías derivadas del cuarto evangelio (que omite estas tentaciones, como omitirá la angustia de Getsemaní y el abandono de la cruz).

En cristologías de este tipo, que profesamos inconscientemente, Jesús pasa por la vida terrestre pareciéndose a nosotros, pero con "poderes especiales" que le hacen invulnerable, conocedor de todo futuro; cuando ora no hace más que actualizar y expresar su unión hipostática; camina, pero podría volar...

Las tentaciones en el desierto, la tentación de Getsemaní, la tentación de la cruz nos hacen sospechar de esa "fe" en la apariencia humana de Jesús. Es un hombre; nos parecemos en lo más íntimo de nuestro ser humano: la tentación y la necesidad de alimentar el espíritu en la oración.

Todo ser humano es un caminante. Jesús camina hacia la Resurrección. Tendrá que superar la cruz y entonces llegará, llegará hasta ser constituido Señor y glorificado a la derecha del Padre. Jesús es también modelo de caminantes, porque es caminante. Toda cristología que anule o disminuya la humanidad de Jesús es una falsa cristología. En el hombre Jesús descubrimos a Cristo el Señor. En el hombre Jesús vemos la fuerza del Espíritu divinizando sin deshumanizar. Quizá sea éste el centro más esencial de nuestra fe: humanizar y divinizar es lo mismo. Por eso creemos en Jesús tan verdadero Dios como verdadero hombre. Decía nuestro viejo catecismo: "Sin dejar de ser Dios quedó hecho hombre". Podríamos darle la vuelta y decir que nuestra fe en Jesús cree en su divinidad "sin dejar de ser hombre".

Esto es iluminador para nuestro camino hacia la resurrección: el camino que es toda nuestra vida y el camino representado en la Cuaresma. Ninguna deshumanización, sino divinización, que es liberación de todo lo que deshumaniza.

El camino de Jesús se inicia en el seno de su madre, pero su entrega incondicional y definitiva a la Misión arranca en el bautismo. ¿Podemos imaginar que en sus años oscuros Jesús va sintiendo la llamada a la Misión, y que en el Bautismo el Espíritu se le hace imperioso y definitivo, y Jesús se sumerge en la Misión, se tira de cabeza al agua de una vida total y definitivamente entregada a lo que el Padre le pide? Es ir demasiado lejos, es forzar los textos, pero no deja de ser una imagen subyugadora.

Y en el momento mismo de lanzarse a su misión Jesús da muestras de que sabe bien lo que esa misión significa. En el horizonte del monte de la tentación está el calvario. Como siempre hará en su vida, Jesús afronta todos los momentos difíciles preparándose con la oración. Éste es el más difícil de todos los momentos que ha vivido hasta ahora. Podríamos decir que Jesús siente una vocación y sabe cuál va a ser el riesgo de seguirla. El Espíritu se le ha mostrado en el Jordán, se sabe Hijo, conoce su misión. Y el Espíritu es fuerte, pero la carne es débil. La oración hará que el Espíritu sea más fuerte que la debilidad de la carne.

Es frecuente desmenuzar las tentaciones que presentan los evangelistas y presentarlas como tentaciones de falso mesianismo. También es frecuente recordar que la tentación – y esas tentaciones - estará presente en toda la vida de Jesús. Pero es necesario que nos detengamos también en este arranque de la vida pública de Jesús, y en su primera tentación: soslayar su vocación, eludir la misión. Los discípulos le seguirán "dejándolo todo". Y él también está ahora en el trance de dejarlo todo y dejarse llevar por el Espíritu.

Es una hermosa imagen para nuestro comienzo de Cuaresma. En nuestra vida está siempre el Espíritu invitando a más: a más misión, a ser más hijos. Se nos ofrece un magnífico destino: entregarnos al Reino. Pero la carne es débil, habrá que dejar algunas cosas, muchas cosas quizá. Nos encontramos quizá en la situación de aquel joven rico invitado por Jesús al Reino, y sentimos la gran tentación: retroceder hacia la vulgaridad de nuestra vida, cerrar las alas al Espíritu. En esa misma situación, Jesús cobra fuerzas en la oración. Bajará del monte y no volverá a Nazaret: ha vencido a la tentación y se entregará a la misión.

En este primer domingo de Cuaresma se nos ofrece la oportunidad de contemplar la vocación de Jesús, y nuestra propia vocación. El principio de la vida pública de Jesús, representado en la cuarentena en el monte nos lleva a pensar que Jesús está buscando la Voluntad de Dios sobre su vida. Buen tema parta reflexionar en Cuaresma. La voluntad de Dios: qué espera mi Padre de mí.

La voluntad de Dios sobre una persona puede encontrarse en un momento de iluminación, en sentir un llamamiento especial, personal. Y puede encontrarse de manera cotidiana, insistente, al modo de la levadura y de la semilla de mostaza. Esto es fruto de la oración, de la contemplación de Jesús, del contacto con el evangelio, que siempre se traduce en una llamada a caminar, a seguir a Jesús más de cerca.

La cuaresma no es un tiempo de excepción sino de intensificación. Y desde luego, en la oración: mejor que hacer acciones excepcionales –ayunos y abstinencias por ejemplo– hacer tiempos excepcionales, hacer huecos a la oración, retirarse como Jesús a contagiarse del evangelio, de los criterios y valores de Jesús, dejarse afectar por la fascinación de Jesús, hacer silencio para que se oigan mejor sus palabras.

Y si esa intensificación no termina con la Cuaresma, sino que se hace costumbre... mejor que mejor. Así, estos cuarenta días no serán excepciones en la vulgaridad de la vida, sino peldaños de crecimiento.

 

José Enrique Galarreta

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