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EL RÍO DE SÍ MISMO

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"Amar a un extraño como a uno mismo implica, como contrapartida amarse a sí mismo como a un extraño" (Simone Weil)

23 de febrero, domingo VII de TO

Lev 19, 18

"No serás vengativo ni guardarás rencor a tu propia gente. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor".

Mt 5, 38-48

"Si amáis solo a los que os aman, ¿qué precio merecéis? También hacen lo mismo los recaudadores".

Somos hombres en nacimiento de humanidad; con capacidad para ser devorados o devorarse a sí mismos. Pero al fin, aniquilados; da lo mismo que esto suceda a manos de Eco o de Narciso.

El mito de Narciso tiene siempre sentido funerario. Psicológica y simbólicamente ocurre en un desplazamiento del mundo exterior, y un desarrollo egocéntrico de la vida interior del sujeto. Una especie de agujero negro en el universo de la persona, que reduce a antimateria cuanto gira a su alrededor para finalmente tragársela a ella y a sí mismo.

El hijo del río Cefiso muere ahogado en el acto pancista de pensarse, en la actitud personal autocontemplativa, absoluta e introvertida. Para las personas exclusivamente centradas en su interior no hay más que una realidad: la de sus propios pensamientos, sentimientos y necesidades. En estas condiciones, viene a decir Erick Fromm, se pierde el contacto con el mundo y sólo se reacciona de acuerdo con los propios procesos intelectuales y afectivos.

En el polo opuesto se encuentra Eco, la ninfa que se deja seducir por el padre de los dioses, y a la que Juno condenará a repetir las palabras de los demás, a no poder hablar ella misma. Despreciada, se esconde en el bosque y vive solitaria. Su amor y su dolor la transforman en piedra. Su vida languidece hasta consumirse, y sólo le queda la voz. Una voz que no es suya, cuyo sonido vacío de sí misma, resonará eternamente hueco en los bosques y valles de la geografía de los otros.

Eco y Narciso no dejan de ser protagonistas de una común historia. Pero el hombre tiene infinita capacidad para expresar su infinita capacidad de relación. Existe en él el sentimiento profundo, una tendencia innata a la coparticipación, que permite el pleno despliegue de la actividad interna de cada uno, pues no hay autorrealización sin heterorrealización. En la película Nunca es tarde para enamorarse, los protagonistas ponen fin a su tediosa soledad con una conexión que transformará sus vidas.

Cuando alguien se enraíza en su propio ser, creciendo únicamente hacia dentro arqueándose sobre su propio ombligo, cuando siente que "ya he llegado" y se limita a sí mismo, probablemente la canción de su vida empiece a sonar a "Pavana para una infanta difunta".

Los solos, como sucede en el concierto para piano y orquesta nº 3 en su tercer movimiento Alla breve, de Sergei Rachmaninoff, adquieren toda su fuerza y toda su belleza cuando recapitulan la melodía diseñada por los demás instrumentos y la retornan luego al viento y a las cuerdas. Es en este diálogo constante de uno y otros donde se hacen mutuamente, donde la interioridad y la exterioridad, se encuentran como en un rosetón gótico la luz y la materia, para construir y relatar la partitura de la vida.

La vía interiorista, que nos llega desde Platón a través del misticismo de Avicena, no desemboca en el individualismo de Narciso sino en la transcendencia de Viktor Frankl. En lo demás y en los demás. El amor a sí mismo implica el reconocimiento objetivo de la propia realidad y la aceptación de esa realidad como valiosa. Es una virtud, una sabiduría, una fuerza que nos conduce a la satisfacción y el gozo de la propia existencia.

El amor propio es diferente: está centrado en el hecho de amarse solamente a sí mismo. El narcisista se ama a sí como a nadie. Lo cual, valga la cita del filósofo ateo André Comte-Sponville, "es una debilidad, y una desgracia: es la incapacidad de amar a los demás, de amarles verdaderamente tal cual son y porque son, y no por el bien que nos hacen o que esperamos de ellos".

El Señor lo mando transcribir en el Levítico y Jesús lo subrayó en pirograbado como mandamiento capital de la Nueva Ley en Mt. 22, 39: Amarás al prójimo como a ti mismo.

 

SOBRE TODO, EL AMOR

"La conmoción interior provocada por la belleza de una obra de arte o del esplendor de la naturaleza, o por sentir –por el amor- el cercano calor de otro ser humano. El amor es el único camino para arribar a lo más profundo de la personalidad de un hombre. Nadie es conocedor de la esencia de otro ser humano si no lo ama.

Por el acto espiritual del amor se es capaz de contemplar los rasgos y trazos esenciales de la persona amada; hasta contemplar también lo que aún es potencialidad, lo que aún está por develarse y por mostrarse. Todavía hay más: mediante el amor, la persona que ama posibilita al amado la actualización de sus posibilidades ocultas. El que ama ve más allá y le urge al otro a consumar sus inadvertidas capacidades personales"

Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido


Vicente Martínez

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