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LO QUE NO ES EL REINO DE DIOS

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Mt 13, 44-52

Jesús lo tiene claro: el "Reino de los cielos" es el tesoro por antonomasia, aquel que, al descubrirlo, llena de gozo desbordante y te capacita para desprenderte de todo lo demás.
El siguiente paso consiste en preguntarnos en qué consiste exactamente ese "Reino de los cielos".
Durante mucho tiempo, se pensó que se trataba del cielo posterior a la muerte, o de la fe que nos garantizaba la salvación, o incluso de la propia Iglesia. Sin embargo, estas lecturas nos resultan hoy insuficientes y, en último término, inadecuadas para comprender lo que Jesús quería transmitir.

El "Reino de Dios" no es el "cielo".

Uno de los motivos por el que se cayó en esa confusión se debió al hecho de que fuera el propio evangelio de Mateo –el más leído en toda la historia de la Iglesia- el que hablara de "Reino de los cielos". Sin embargo, es claro que tal denominación se debe únicamente al hecho de que, en el judaísmo, se evitaba pronunciar el nombre divino, sustituyéndolo por algún otro término equivalente: Señor, Altísimo, Gloria, Cielos... Pero parece claro que Jesús no hablaba de un reino que sería posible "post mortem", sino del "Reinado de Dios" en medio de nuestra vida, aquí y ahora.
Al identificarlo con el cielo, el proyecto de Jesús se espiritualizó y se pospuso, al tiempo que, en la práctica, fue adquiriendo un tono cada vez más doctrinal y más individualista, en una línea similar a como se entendía la "salvación del alma".
Pero a Jesús no le preocupaba el "más allá" de la muerte, sino el "más acá" de la vida de los humanos. Por eso, no habla del "tesoro" como de una realidad futura, sino como un acontecimiento presente, que solo necesita ser descubierto, acogido y vivido.
Para él, el "Reino de Dios" constituye el secreto último de lo real: por eso es fuente de gozo y, al mismo tiempo, de transformación personal en radicalidad. Se trata, en definitiva, de otro modo de ver y, en consecuencia, de otro modo de vivir.

El "Reino de Dios" no es equivalente a la fe.

A veces se ha identificado el Reino con una adhesión mental a determinadas creencias. El motivo es que, según se enseñaba, era precisamente la fe la que garantizaría nuestra salvación eterna. De ahí que se concluyera que se entraba en el Reino a través de la fe.
Sin embargo, el Reino no es objeto de fe, del mismo modo que un tesoro no es algo "creído", sino descubierto. Por eso, al reducirlo a un objeto de fe, el tesoro dejaba de ser tal, porque no se veía ni se experimentaba.

El "Reino de Dios" no es la Iglesia.

Durante siglos, en una eclesiología que no está del todo superada, se llegó a identificar, en la práctica, el Reino con la Iglesia, a veces incluso contraponiéndola con el "reino del mundo".
Esta confusión llevó a absolutizar la Iglesia –y el poder jerárquico dentro de ella- y a vivirla enfrentada al "mundo", que se consideraba pecador y adversario. Las consecuencias de tal postura se manifestaron pronto en forma de dualismo casi maniqueo, fundamentalismo, fanatismo y proselitismo.
Si tenemos en cuenta que Jesús ni siquiera fundó una iglesia, advertiremos fácilmente que tal "deslizamiento" –del Reino a la Iglesia- no solo carecía de cualquier fundamento, sino que fue origen de peligrosos malentendidos y de creencias sectarias.
El "Reino (reinado) de Dios" es una expresión que designa el proyecto de Jesús. Con él se apunta a un tipo de comunidad humana regida por la fraternidad, desde la consciencia de compartir el mismo origen y la misma fuente (Dios, "Abba").
Y dado que "el Padre y yo somos uno", y nuestro fondo es el mismo y único fondo de todo lo real, el "Reino de Dios" es otro nombre más para referirnos a él, a ese fondo que constituye nuestra verdadera identidad.
Desde esta perspectiva –y me parece que así es como lo vivía y lo anunciaba Jesús-, no cabe ningún dualismo ni tampoco ningún exclusivismo. El Reino de Dios no esta separado de nada ni deja nada fuera, sino que es el fondo común que todos compartimos.
Y no se trata, según el propio Jesús, de creer en él, sino de verlo. Cuando "tocamos" ese fondo que nos constituye –y constituye todo lo real- hemos descubierto y palpado el tesoro, nos llenamos de alegría y "vendemos" (nos despojamos de) lo que tenemos para hacernos con él y vivirnos desde él.

 

Enrique Martínez Lozano
www.enriquemartinezlozano.com

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