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Fecha de Creación (Inicio - Fin)

-

LA CRUZ DE JESÚS: NI MAGIA NI MITO

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Jn 3, 13-17

Para comprender mejor el texto, quizás sea útil alguna puntualización previa acerca de este capítulo tercero del evangelio de Juan.

Lo primero que hay que señalar es que, desde un punto de vista literario, este capítulo es un auténtico rompecabezas. El lector aprecia saltos de la primera persona del plural (“nosotros”) a la tercera del singular, así como repeticiones y añadidos forzados que, en conjunto, constituyen una especie de galimatías, en una monotonía de temas reiterados, que se yuxtaponen sin llegar a alcanzar un conjunto bien trabado.

Todo ello indica algo evidente: este texto no es producto de una redacción momentánea, ni es obra de un único autor. Durante un tiempo prolongado, se han ido añadiendo reflexiones que surgían en medio de la comunidad, y que algún nuevo glosador yuxtaponía al texto original.

Estas anotaciones tienen que servir al lector para que no intente acercarse a este capítulo como si se tratara de algo bien elaborado, en torno a un tema o hilo conductor claramente definido. Tendrá que verlo, más bien, como una serie de reflexiones simplemente yuxtapuestas, provenientes de momentos diferentes de la vida de la comunidad.

En segundo lugar, todo este capítulo expresa el diálogo de las comunidades joánicas con el judaísmo, representado en la figura de Nicodemo. Este aparece como un hombre honesto y buscador, que va al encuentro de Jesús. Por eso, es precisamente a Nicodemo (al judaísmo) a quien se le va a insistir en la necesidad de “nacer de nuevo”, tema que constituye el eje vertebrador de todo ese capítulo.

En el texto que leemos hoy, aparece la imagen de Moisés levantando la serpiente en el desierto. Para el pueblo judío, la imagen de la serpiente recordaba, a la vez, las quejas del pueblo y la misericordia de Yhwh. Tal como se narra en el Libro de los Números (21,4-9), ante la dureza de la marcha a través del desierto, el pueblo empezó a murmurar contra Moisés y contra Yhwh, que envió serpientes venenosas cuya mordedura les provocaba la muerte. Tras el arrepentimiento y la intercesión de Moisés, este recibió el encargo de colocar una serpiente de bronce sobre un asta: bastaba mirarla, para quedar curado del veneno mortal.

Cuando este texto se lee de una manera literalista –propia de una consciencia mítica-, se concluye fácilmente en una idea mágica de la salvación. De hecho, esto fue lo que ocurrió en la historia del cristianismo: la idea de la expiación marcaría dolorosamente la consciencia colectiva cristiana durante más de un milenio.

Pero esa es solo una lectura, hecha desde un determinado nivel de consciencia. Así como el pueblo judío pudo creer que bastaba mirar a una serpiente de bronce para quedar curado de la mordedura venenosa, de un modo similar, durante siglos, muchos cristianos pensaron que la salvación venía producida por la muerte de Jesús en la cruz.

Quiero insistir en el hecho de que, mientras alguien se halla en ese nivel de consciencia, tal lectura es asumida sin dificultad. Lo cual no quiere decir que no contenga consecuencias sumamente peligrosas, entre las que habría que apuntar las siguientes:

· imagen de un dios ofendido y vengativo hasta el extremo;

· idea de un intervencionismo divino, arbitrario y desde "fuera";

· idea de una pecaminosidad universal, previa incluso a cualquier decisión personal (creencia en el "pecado original");

· instauración de un sentimiento de culpabilidad, hasta alcanzar límites patológicos;

· creencia en una salvación "mágica", producida desde el exterior.

Sin embargo, es posible otra lectura que, reconociendo el carácter “situado” y, por tanto, inevitablemente relativo de los textos sagrados, accede a un nivel de mayor comprensión y libera al creyente de tener que seguir aferrado a un pensamiento mágico o mítico que, por la propia evolución de la consciencia le resulta ya, no solo insostenible, sino perjudicial.

Desde esta nueva lectura, el cristiano sigue fijando su mirada en Jesús, y en Jesús crucificado. Pero ya no es una mirada infantil ni infantilizante. Ahora ve en Jesús y en su destino –provocado por la injusticia de la autoridad de turno- lo que es el paradigma de una vida completamente realizada: fiel y entregada hasta el final. Por ese motivo, el hecho de “mirar la cruz” empieza a ser ya salvador: nos hace descubrir en qué consiste ser persona.

Pero no se trata solo de una mirada “externa”, que podría desembocar, en el mejor de los casos, en una conducta imitativa, que no dejaría de ser alienante. Desde una consciencia transpersonal y desde el modelo no-dual de conocer, la lectura se ve enriquecida hasta el extremo.

Al ver a Jesús, nos estamos viendo a nosotros mismos. Desde esta nueva perspectiva, Jesús no es un “mago” que nos salvara desde fuera; tampoco es un “ser celestial separado” diferente de nosotros. Es lo que somos todos…, aunque sigamos sin atrevernos a reconocerlo.

 

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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