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DECONSTRUIR EL LENGUAJE RELIGIOSO... PARA AFIRMAR LA FE

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La Iglesia católica viene utilizando un lenguaje religioso que cada vez resulta más incomprensible al hombre y la mujer del siglo XXI. Y no es sólo cuestión de lenguaje, sino de las ideas y representaciones que hay detrás del lenguaje, y que éste expresa... La Iglesia Católica arrastra representaciones a veces medievales, hoy día totalmente superadas por la modernidad, y sin cuya renovación, la Iglesia no tiene ningún futuro en el mundo moderno.

Hasta el siglo XVI, en todas las culturas del pasado, incluyendo el occidente cristiano y aún hoy en la gran mayoría de los cristianos, se tiene la idea de que este mundo nuestro depende absolutamente de otro mundo, al que se lo piensa y representa de acuerdo al modelo nuestro. Ese mundo de arriba, colocado sobre el nuestro, llamado por eso «sobrenatural». En esa representación, Dios, que está en el cielo, bajó de aquel otro mundo a nuestro planeta para volver al cielo después de su muerte y resurrección, dejando en la tierra a un vicario al que hizo partícipe de su poder total. Así que todo lo de este mundo «natural» está controlado y condicionado por el otro mundo: «sobrenatural».

A este universo mental se le llama «heterónomo», porque nuestro mundo es completamente dependiente del otro. Sin embargo, la existencia de aquel otro mundo es un axioma, un postulado que es tan imposible de probar como de contradecir.

Así la humanidad ha pensado de forma heterónoma durante milenios. Jesús mismo y los apóstoles y profetas, sobre los que se funda el credo cristiano, han pensado en forma heterónoma, como no podía ser de otro modo en su contexto cultural y religioso. Y así ha seguido en la Iglesia Católica... al menos hasta la modernidad, e incluso hoy mismo en muchas mentalidades religiosas conformistas.

En el siglo XVI empieza a agrietarse ese universo, con el avance de las ciencias y el humanismo. En la medida que la ciencia va dando respuestas a cuestiones que antes se explicaban recurriendo a «poderes sobrenaturales» y ahora se explican con la ciencia y la autonomía humana, va dejando de tener sentido ese recurso a lo sobrenatural. La Ilustración abrió ese camino, al que la rígida institución eclesiástica se cerraba. La jerarquía de la iglesia negó la autonomía del cosmos que se hacía evidente a los ojos del espíritu moderno. Lo que antes se atribuía a intervenciones divinas eran sólo fenómenos intramundanos. Pero la Iglesia se aferraba a lo que sustentaba su poder. No aceptaba traducir la doctrina de la fe al lenguaje de la modernidad.

Heteronomía – Autonomía – Teonomía

La «heteronomia» no es sólo creer la existencia de un mundo sobrenatural. Es también tener en cuenta que «otro» (hetero) te impone su ley (nomía), sus leyes. Siempre serás un sometido, un menor de edad.

La «autonomía» es aceptar que tú eres responsable de lo que haces (tú eres tu propia ley), es aceptar la propia madurez y responsabilidad. . «Entre los adultos no hay obediencia, hay consentimiento» (Larrauri)

¿Es posible traducir la experiencia creyente al lenguaje de la modernidad? ¿Hay todavía lugar para Dios en este pensamiento?

La autonomia, lejos de conducir a la muerte de Dios, lleva irrecusablemente a la muerte de aquel insuficiente «Dios-en-el-cielo», pues era ésta una representación humana del Dios que se revela en Jesús. Esa representación, a menudo demasiado humana («antropomórfica»), en todo caso se vuelve inútil para la modernidad.

Esta reconciliación entre la autonomía del ser humano y la fe en Dios, ha recibido el nombre de «teonomía». Quien piensa en términos teonómicos, confiesa a Dios como la más profunda esencia de todas las cosas y por ello también como la ley interna del cosmos y la humanidad.

En el pensamiento teónomo sólo hay un mundo, el nuestro. Pero éste es santo, porque es la auto-revelación de aquel misterio santo que significamos con la palabra Dios. Él es el núcleo creador más profundo de aquel proceso cósmico. Dios no está nunca afuera, sino que ha estado siempre al centro.

La internalización absoluta de la manera heterónoma de pensar a lo largo de toda la historia de la iglesia, trae como consecuencia que su reemplazo por una forma teónoma sea muy difícil... Es inevitable el derrumbe, porque ya no hay nada absoluto. Todo lo que pensamos sobre «Dios» o lo que se refiere a él, proviene de nuestro pensamiento, y se halla en una evolución constante. Las formulaciones son verdaderas o buenas sólo hasta cierto grado, y son por tanto relativas. Correcto o incorrecto son conceptos relativos, también aplicados a los artículos de fe: Las formulaciones del catecismo o del credo hay que cuestionarlas desde esos esquemas.

Revisión y reformulación del lenguaje religioso.

Algunas pistas para una tarea pendiente de hacer: revisar el lenguaje habitual y buscar nuevas formas de expresar asequiblemente lo que se quiere decir. Por ejemplo:

1.- Dios Creador, no en seis días, de una vez por todas. Ni es el todopoderoso responsable de todo los males que existen y han existido en el mundo. Ni el ser humano es dueño y dominador de la creación. Dios genera el misterio de la vida evolutivamente, es energía creadora. El ser humano es cocreador, está llamado a colaborar en la evolución con respeto.

2.- El Dios de Jesús no es el Ser Supremo alejado, Juez y Señor de los Ejércitos, terrible y castigador. Jesús nos lo muestra como Padre-madre bondadoso, que nos quiere, desea que seamos felices, y lo que nos pide es que trabajemos por hacer felices a los otros. Dios trasciende nuestro entendimiento. Los cristianos creemos en el Dios que con su mensaje y su vida nos mostró Jesús de Nazaret.

3.- Jesús de Nazaret no fue un taumaturgo milagrero, ni un Dios Sobrenatural. Es un ser humano cabal. Es la humanización de Dios, amor liberador. Es un profeta del amor de Dios y de la liberación de la humanidad y de toda la creación.

4.- Su mensaje, la Buena Noticia del Reino de Dios no es para otro mundo, sino clave de humanización, de liberación y de felicidad para todo ser humano y para toda la humanidad.

5.- María no es Virgen Santísima Madre de Dios. Es la madre de Jesús, una sencilla mujer del pueblo, fiel seguidora de Jesús y su mensaje.

6.- La muerte de Jesús en la cruz no es el sacrificio querido por Dios para salvarnos del pecado original y redimirnos. No es un sacrificio ofrecido a Dios por nuestros pecados. Fue un asesinato de las autoridades religiosas y romanas, acusándole de blasfemo y subversivo porque su mensaje cuestionaba la Religión, la religión en la que había sido educado y que hoy se ha vuelto a hacer una realidad con creces.

7.- La Resurrección de Jesús no es la reanimación de un cadáver, sino la experiencia de que Jesús vive y que su causa sigue viva refrendada por Dios. «lo de Jesús sigue adelante»

8.- La Iglesia no es una Institución vertical y patriarcal, con la cúspide de un poder absoluto sacralizado. Es la comunidad de Jesús, el Pueblo de Dios, comunidad de comunidades igualitarias, fraternas y al servicio del Reino de Dios desde los pobres.

9.- La espiritualidad cristiana no es una religiosidad evasión a lo sobrenatural, ni intimista desligada de la realidad. Es el estilo y talante de creyentes en Jesús de Nazaret, a quienes anima su espíritu de libertad, de esperanza, de alegría y amor. Espiritualidad laica y no dualista centrada en la vida y en su misterio de amor.

Lo que mide nuestra religiosidad no son actos religiosos, ni el cumplimiento de normas de la Iglesia, ni nuestras creencias en dogmas y verdades que enseña la Iglesia, sino nuestro comportamiento con los otros. "Lo que hacéis con vuestro prójimo conmigo lo hacéis".

11.- Los sacramentos nos son ritos mágicos que valgan automáticamente (ex opere operato), no son ritos anquilosados en lenguajes extraños. No son ritos clericales ni individuales. Son celebraciones comunitarias de la vida, festivas, animadas y animadoras. Son experiencias simbólicas de vivencias profundas de momentos importantes de la vida. Con lenguaje simbólico, creativo y creador de vida y de significado.

12.- La Eucaristía no es la Misa que «se dice» y «se oye». No es el sacrificio de Jesús que se ofrece a Dios. No es canibalismo litúrgico fuera de nuestra cultura y simbología. Es la celebración comunitaria de una comida simbólica, memorial de la última cena de Jesús y de su presencia entre nosotros. Es un símbolo del banquete del Reino para toda la humanidad con preferencia de los últimos.

13.- La mujer en la Iglesia no es persona sumisa al varón y al clérigo, ni la persona sexualmente peligrosa o que se redime con la maternidad. La mujer es una persona igual al varón, hermana en la comunidad de iguales, que aporta sus capacidades femeninas complementarias con las masculinas en plan de igualdad.

14.- El diálogo interreligioso e intercultural es la actitud del cristianismo, no como única religión verdadera fuera de la cual no hay salvación. Todas las religiones pueden ser camino de encuentro con Dios y de humanización, salvación y liberación. El pluralismo religioso y la diversidad cultural son riquezas que complementan y no excluyen.

15.- Ciencia y fe no son realidades contradictorias. Son dos instancias humanas complementarias que deben escucharse y enriquecerse mutuamente.

16.- La Biblia no es «Palabra de Dios» literal y absoluta (aplicada a algunas expresiones sería un disparate). Es «palabra humana que nos habla de Dios» en cuanto Dios se revela y «habla» de muchas formas, pero metafóricamente, no literalmente.

Revisar el lenguaje sexista

Además de esos matices más religiosos, es evidente que el lenguaje religioso, eclesiástico y litúrgico pecan tanto o más que otros en ser lenguajes sexistas, machistas, patriarcales.

Es obvio que casi toda la Biblia ha sido escrita por hombres, y luego casi toda la teología de la historia de la Iglesia (salvo contadas excepciones que a su vez han sido ignoradas o marginadas en muchos casos); y no digamos ya del Magisterio de la Iglesia, el Derecho Canónico, el Catecismo y todos los escritos eclesiásticos, incluyendo encíclicas papales y textos litúrgicos. Tal vez son estos los que más afectan directamente en el uso diario o frecuente de fórmulas ya estereotipadas, asumidas casi inconscientemente y repetidas mecánicamente sin ponerse a cuestionar por qué son así.

No es sólo la denominación de Dios en masculino, como Padre, sino patriarcalmente como Señor, olvidando el «rostro materno de Dios», y siendo conscientes a la vez de que todo nuestro lenguaje sobre Dios es metafórico, inadecuado y balbuciente, de intentar expresar algo que nos sobrepasa.

Es también la generalización del masculino, la alusión al «hombre» sin nombrar a la mujer, o la generalización de hijos, hermanos, los fieles, etc.

El Pueblo de Dios, o la Comunidad de creyentes, o la Asamblea reunida son más inclusivas, pero hay que tener la deferencia de expresar la diversidad.

En la liturgia se nombra al Papa, al Obispo, los sacerdotes que cuidan de tu pueblo..., pero marcando siempre esa escala vertical y jerárquica de la Iglesia, y dejando de lado la dimensión más horizontal de la igualdad, de la fraternidad, de la diversidad... Y lo que no se quiere, ni se nombra, como la diversidad de orientación sexual, o la disidencia con la doctrina o disciplina oficial.

Hace falta un lenguaje más inclusivo Lo hace falta en toda la sociedad, pero más aún debería ser en una comunidad que se proclama de iguales, de hijos e hijas del Dios que no hace acepción de personas.

Asimismo el lenguaje denota muchas veces el eurocentrismo de la Iglesia Católica, no sabiendo adaptarse a otras lenguas y culturas. Y más aún el olvido de los pobres en el lenguaje, generalizando como si no existieran, como si todo el mundo fuera igual, como gente acomodada, o a lo sumo acordándose de ellos caritativamente para pedir por ellos, sin más.

 

José Ignacio Spuche, Ovidio Fuentes, Faustino Pérez y Deme Orte

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