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Fecha de Creación (Inicio - Fin)

-

DE LA RELIGIÓN ALIENANTE A LA ESPIRITUALIDAD LIBERADORA

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Mt 20, 1-16

A veces, las religiones se han movido entre la utilidad y el temor. Es fácil comprenderlo, si tenemos en cuenta que el ser humano se percibe como necesidad y debilidad. Desde la necesidad, Dios es visto como quien puede llenar los propios vacíos: nace así la religión de lo útil. Desde la debilidad, Dios es visto como poder y, fácilmente, nace la religión del temor.

No es difícil constatar que ambas características –necesidad y debilidad- resaltan en la vivencia del niño frente a sus padres. Ambas hacen que el niño sienta un doble impulso: a “tener-que-agradar” para no ser abandonado, y a “utilizarlos”  para obtener lo que necesita. El “salto” de esta experiencia infantil a una formulación religiosa que repita aquellos mismos esquemas, fuertemente grabados en el inconsciente del niño, es prácticamente espontáneo.

Si unimos ambas características, el resultado será una religión basada en la idea del mérito, que generará una religiosidad mercantilista: “Te doy para que me des”. Gracias al mérito, el sujeto busca –como el niño ante sus padres- agradar a Dios; pero, al mismo tiempo, se cree con ciertos “derechos” ante él (como los jornaleros de la primera hora).

¿Dónde se esconde la trampa de este planteamiento? En concebir a Dios como un “patrón” separado, que premia o castiga según nuestros méritos o nuestros pecados.

De hecho, esa idea de Dios salta por los aires en el mensaje de Jesús. Lo que este revela de Dios supone un giro de ciento ochenta grados con respecto a lo que enseña la formación “religiosa” habitual. Para Jesús, Dios es Gracia, Amor gratuito que es solo bondad (“¿Vas a tener envidia porque yo soy bueno?”).

Cuando vemos a Dios como un Ente separado, no podemos sino pensarlo como un “señor” que “controla” nuestros actos y que nos recompensará de acuerdo con ellos. Por eso, es normal que la persona religiosa trate de obtener de él un beneficio, aunque sea a costa de un comportamiento alienante. Ello podría explicar que, con frecuencia, cuando la persona crece en autonomía y en seguridad, aquella imagen de Dios se venga abajo. Es decir, cuando la persona se encuentra en profundidad, la religión se pierde.

En realidad, aquel dios nunca había existido sino en la mente de quien así lo proyectaba. Todo ello parece que nos invita a pasar de la “religión” –entendida como una construcción humana- a la “espiritualidad” –en cuanto dimensión básica del ser humano-. Aun asumidas conscientemente la necesidad y la debilidad (fragilidad, vulnerabilidad) del yo, la espiritualidad –la inteligencia espiritual- nos hace caer en la cuenta de que nuestra identidad no es ese yo carenciado, sino la Consciencia plena, el sustrato común y compartido con todo lo que es. La religión había sido un “mapa” que quería traernos hasta aquí; la espiritualidad es el “territorio” en el que siempre –aun sin saberlo- habíamos estado.

En ese Territorio ya no buscamos que nos paguen un “denario” –o algo más, si nos creemos ser de la “primera hora”-, porque hemos descubierto que toda la “viña” es nuestra y que ahí radica precisamente nuestro Gozo. Por ello, lo que estamos deseando es que todos los seres puedan descubrirlo.

 

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

 

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