SAMUEL 7, 1-5, 8-11 y 16 / ROMANOS 16, 25-27
José Enrique GalarretaDomingo 4º de Adviento
El Rey David quiere hacer una casa para Dios, puesto que él mismo vive en un palacio. No lo quiere Dios. Será un descendiente de David, Jesús, el que construya el Templo, la Morada de Dios entre los hombres. Será un gran misterio, es decir, algo que los hombres no pudieron ni soñar. Será que Dios y el hombre se encontrarán, en el seno de María, en la Iglesia, en el corazón y el destino de todos los hombres.
Samuel 7, 1-5, 8-11 y 16
Cuando el rey se estableció en su casa y Yahveh le concedió paz de todos sus enemigos de alrededor, dijo el rey al profeta Natán: «Mira; yo habito en una casa de cedro mientras que el arca de Dios habita bajo pieles.» Respondió Natán al rey: «Anda, haz todo lo que te dicta el corazón, porque Yahveh está contigo.»
Pero aquella misma noche vino la palabra de Dios a Natán diciendo: «Ve y di a mi siervo David: Esto dice Yahveh. ¿Me vas a edificar tú una casa para que yo habite? No he habitado en una casa desde el día en que hice subir a los israelitas de Egipto hasta el día de hoy, sino que he ido de un lado para otro en una tienda, en un refugio. En todo el tiempo que he caminado entre todos los israelitas ¿he dicho acaso a uno de los jueces de Israel a los que mandé que apacentaran a mi pueblo Israel: "¿Por qué no me edificáis una casa de cedro?"
Ahora pues di esto a mi siervo David: Así habla Yahveh Sebaot: Yo te he tomado del pastizal, de detrás del rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo Israel. He estado contigo dondequiera has ido, he eliminado de delante de ti a todos tus enemigos y voy a hacerte un nombre grande como el nombre de los grandes de la tierra: fijaré un lugar a mi pueblo Israel y lo plantaré allí para que more en él; no será ya perturbado y los malhechores no seguirán oprimiéndole como antes, en el tiempo en que instituí jueces en mi pueblo Israel; le daré paz con todos sus enemigos.
Yahveh te anuncia que Yahveh te edificará una casa. Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. (El constituirá una casa para mi Nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre.)
Yo seré para él padre y él será para mí hijo. Si hace mal, le castigaré con vara de hombres y con golpes de hombres, pero no apartaré de él mi amor, como lo aparté de Saúl a quien quité de delante de mí. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente.»
Los dos libros de Samuel se llaman así no en referencia a su autor sino a su protagonista, el gran profeta y "juez" de Israel, que aparece como una figura esencial en el paso de la "anfictionía" (confederación más o menos estable de las tribus), a la monarquía.
Él será el que unja como primer rey a Saúl y el que traspase su poder a David, cuando "el Señor rechace a Saúl". Su argumento abarca la historia de Israel desde un poco antes del nombramiento de Saúl hasta el final del reinado de David (sin llegar a relatar su muerte), es decir, desde aproximadamente el año 1.045 al 969 a.C. El profeta Samuel es el protagonista de la primera parte, y luego desaparece.
En el texto de hoy aparece un momento importante y un tema básico: El Rey David quiere hacer una casa para Dios, puesto que él mismo vive en un palacio, mientras que el Arca de la Alianza está alojada en una tienda de campaña, de pieles de cabra, como en los tiempos del desierto. Pero no lo quiere así el Señor. Será su hijo Salomón el que construya el Templo.
Pero el texto es una respuesta de calado teológico: no serás tú el que edifiques mi casa (el templo), sino que seré Yo el que edifique tu casa (tu dinastía). Y el descendiente último y definitivo de esa "casa", el Mesías, será el verdadero Templo, la Morada de Dios entre los hombres.
Romanos 16, 25-27
A Aquel que puede consolidaros conforme a mi Evangelio y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por las Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a él la gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Se trata de la despedida de la carta, el último párrafo. Es una majestuosa "doxología", un himno a lo gloria de Dios. (Su autenticidad paulina, sin embargo ha sido discutida).
Se centra en la idea de algo que los humanos no podíamos conocer, hasta que se ha manifestado en Jesús. Se presenta por tanto la revelación como progresiva, un caminar hacia la luz completa que es Jesús, en quien se desvela finalmente todo lo que era un misterio en el Antiguo Testamento.
José Enrique Galarreta, S.J.