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INVOCAR LA MISERICORDIA: DOLOR Y CARIÑO

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Como a varias personas, el reciente sínodo de obispos me motiva a reflexionar y a orar en serio, invocando el don de sentir misericordia y ser Iglesia misericordiosa. Ni "buenista y destructiva"  ni "rígida y hostil" sino misericordiosa.

Es triste que, en nuestro lenguaje cotidiano sigamos hablando de personas excluidas. Pero necesitamos caer en la cuenta de que seguimos (todos y todas) tan inmersos en situaciones de pecado estructural, que a veces ni somos del todo conscientes de ello. Que siga habiendo extranjeros maltratados, migrantes humillados, gente rechazada sin amor ni empatía, aún entre nosotros mismos, Iglesia, es doloroso y pide con urgencia invocar misericordia para transformar esta realidad.

¡Es muy importante invocar y evocar la misericordia de Dios!

Casi al iniciar la celebración de cada Eucaristía, invocamos la misericordia de Dios que "perdona nuestros pecados y nos lleva a la vida...". Repetir Señor ten piedad tres veces nos ayuda a ser conscientes del perdón como algo esencial en nuestra vida cristiana. Ni propiciar culpas malsanas, ni repetir artificialmente palabras huecas, sino ser conscientes y celebrar que somos pecadores, sí, pero perdonados; porque a todos nos regala Dios su misericordia y, por ello, todos somos capaces de sentir y comportarnos misericordiosamente.

Vivamos más conscientemente la misericordia divina y la vocación que tenemos como Iglesia: Ser compasivos, como nuestro Padre Dios.

Unámonos en oración pidiendo el don de la misericordia. Que al contemplar el sufrimiento de los demás, sintamos dolor y cariño... Dolor, cuando dejamos que las lágrimas de otros rostros calen en la propia conciencia. Cariño, cuando superamos a base de empatía, la mera condescendencia y lástima hacia quien sufre.

Que sintamos ese dolor misericordioso que no nos amarga ni nos deprime, porque mantenemos viva la esperanza, pero sí nos ayuda a evitar la tentación de acostumbrarnos al pecado y sus terribles consecuencias en la vida de todo el mundo. Que el dolor sea también por enojo e indignación ante ese pecado, tan enquistado en la sociedad, que en muchos países incluso se ha institucionalizado y tiene ya su propio status social; que devora sonrisas, mata la convivencia pacífica y sofoca poco a poco el ánimo.

Que sintamos ese cariño misericordioso, que mantiene viva la ternura a la que el Espíritu nos está invitando como Iglesia ante la gente, sea quien sea. Ese cariño que nos conmueve, remueve y nos hace ponernos en movimiento constructivo, en comunión, solidaridad y a favor de la vida, la justicia y la paz evangélica.

Toca, desde mi punto de vista, pedir conscientemente perdón (no sólo por lo individual sino por la responsabilidad colectiva) e invocar la misericordia de Dios:

Padre Dios bueno, pedimos perdón, porque sigue habiendo muchas situaciones cotidianas de discriminación, violencia y exclusión; a las que, a veces, nos hemos acostumbrado, acobardado o hecho indolentes.

Señor, ten piedad y haznos conscientes de tu misericordia.

Señor Jesús, pedimos perdón, porque nuestro lenguaje, nuestros gestos, nuestras reacciones, muchas veces no corresponden con lo que decimos que queremos vivir como discípulos misioneros tuyos.

Señor, ten piedad y haznos conscientes de tu misericordia.

Espíritu Santificador, pedimos perdón, porque sigue habiendo gente desplazada y expulsada, gente perseguida y torturada cruelmente, gente atacada y asesinada inhumanamente, gente explotada y empobrecida impunemente.

Señor, ten piedad y haznos conscientes de tu misericordia.

Te piedad, Señor Dios bueno, y haznos capaces de sentir dolor y cariño misericordioso para que viva y reine el Espíritu Santo en toda la creación.

Así sea.

 

Rogelio Cárdenas, msps

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