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EL PÚLPITO

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Las Edades del Hombre, rastro de objetos religiosos espigados por la geografía castellana, han sido visitadas principalmene por los turistas de la tercera edad. Estos hombres y mujeres, además de tener tiempo, están familiarizados con las imágenes de los santos, crecieron con ellas y las adoraron. Sus vidas siguen girando más en torno a los santos que al Tú Solo Santo.

Los templos, convertidos en museos, exhiben los inesenciales de la religión, entre esos inesenciales se ecuentran los púlpitos de mármol, de maderas nobles, de bronce...

Púlpitos, hoy, en desuso. Ya no sabemos pulpitear, oratoria en desuso, ni hay gente que la aguante.

Los oradores sagrados subían al púlpito con la misma solemnidad y trepidación con la que Moisés ascendía al Sinaí y nos entregaban la ley, las leyes y los mini-mandamientos de una moral más eclesiástica que evangélica.

La historia de la Iglesia es la historia de sus púlpitos.

Desde miles de púlpitos se han proclamado los grandes sermones condenando más las miserias de los hombres que cantando la gloria y el amor de Dios.

Hoy, vivimos tiempos de rebajas y nuestro pulpitear no se parece en nada al del pasado. Pero el púlpito, ahí está, como símbolo de la palabra humana y de la Palabra, "espada aguda de dos filos" que sale de la boca del "Amén".

Hoy, nadie sube al púlpito y sólo se quedan estáticos en el ambón los que atados a unas cuartillas, imprimidas la víspera, son más prisioneros del papel que de la Palabra.

Cada día son más los predicadores que bajan los escalones del presbiterio y enseñan, exhortan y animan a la comunidad a ras del suelo, a su altura.

Cuando yo llegué a mi nueva parroquia, una feligresa asustada me dijo: "Usted o vacía la iglesia o la llena". Ninguna de las dos profecías se han cumplido. A las que vienen a la iglesia a "hacer su cosa" no hay quien las eche, pasan del púlpito y de su pulpitear. A los superortodoxos la cercanía les afixia, éstos se dan media vuelta y se largan sin más en cuanto el púlpito baja las gradas del altar. A los desarraigados, indiferentes unos, venenosos otros, habitantes del planeta de lo efímero, sólo se les ve, haciendo bulto, en los funerales.

A la misma altura que la comunidad ves sus caras, sientes su calor o su frío, su sonrisa o su bostezo y hasta puedes dar un manotazo al que mira al reloj incontinentemente. Este restaurante no es un fast food porque el cocinero tiene la obligación de dar a la comida un buen sazón.

Predicar es la mayor responsabilidad que tiene un cura.

Predicar sin púlpito y sin papeles es más arriesgado y más autobiográfico. Me impresiona el yo de San Pablo tan presente en sus cartas, "yo más que todos ellos".

No se puede preparar la homilía mientras se desayuna el domingo a primera hora.

El Papa Francisco conoce bien a esos curas y en su exhortación La Alegría del Evangelio nos recuerda: "La preparación de la predicación es una tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral...aunque deba darse menos tiempo a otras tareas también importantes". (145)

Yo confieso que la predicación me ocupa mi tiempo y me preocupa gravemente. Encontrar la metáfora, la imagen, que ponga en ON el GPS interior de los fieles para que acojan la Palabra y caminen contigo por la misma autopista, se me antoja tarea casi imposible.

En los nuevos templos el púlpito y la palabra púlpito han desaparecido. El predicador es el púlpito y "un predicador que no se prepara no es espiritual; es deshonesto e irresponsable con los dones que ha recibido" afirma el Papa Francisco.

Señores obispos hagan sitio en los museos diocesanos para meter todos los púlpitos y coros de ayer y saquen de sus seminarios púlpitos vivientes, más preparados para la predicación del evangelio eterno que para la administración de unos bienes efímeros.

 

Félix Jiménez Tutor

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