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ALLANAR EL CAMINO: SER VERDADEROS

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Jn 1, 6-8 y 19-28

La polémica entre las comunidades cristianas y las baptistas debió ser intensa, a juzgar por la importancia y el espacio que dedican los evangelios a "redimensionar" la figura del Bautista.

Ya en el prólogo, el autor del cuarto evangelio insiste con toda claridad en que "no era él la luz", sino únicamente el "testigo de la luz" (Jn 1,8). Ahora, el relato comienza centrándose en su figura.

Probablemente sea ese el motivo por el que el cuarto evangelio ni siquiera dice expresamente que Jesús fue bautizado por Juan.

La escena del interrogatorio al que le someten los enviados de la autoridad religiosa ("los judíos") tiene la intencionalidad manifiesta de zanjar la cuestión de una manera definitiva: "No soy el Mesías. No soy Elías. No soy el Profeta". Se trata de una negación por triplicado ("definitiva"), aludiendo a tres figuras netamente mesiánicas: el Mesías esperado; Elías, del que se creía que aparecería inmediatamente antes; y el Profeta, o un segundo Moisés.

Tras la triple negación de ser cualquier figura relacionada directamente con el Mesías, el autor del evangelio recurre a un texto de Isaías, para presentar a Juan como la "voz" que pide "allanar el camino" (Is 40,3).

El mensaje es sencillo y radical: constituye un llamamiento exigente a proceder sin doblez, a ser veraces.

La doblez nace del deseo. A veces, decimos buscar una cosa y, en realidad, nos sorprendemos buscando o realizando la contraria. Esta otra es siempre un interés del ego.

"Mostraos tal como sois y sed tal como os mostráis", aconsejaba Rumi a los suyos. Es decir, allanar el camino equivale a no seguir los imperativos del ego caprichoso; de otro modo, jamás saldremos del laberinto de dolor.

El autor del evangelio parece indicar que no podremos comprender ni acoger a Jesús (al evangelio) si no estamos dispuestos a caminar en verdad.

Sabemos que no puede haber crecimiento personal si no es a partir del reconocimiento y la aceptación de la propia verdad. Solo esta provee de cimientos sólidos sobre los que construir nuestra persona.

Pero hay más. La aceptación de la propia verdad es imprescindible no solo en el trabajo psicológico, sino también para acceder a nuestra identidad profunda. En este camino, necesitamos desnudarnos progresivamente de todo aquello que nos somos –y a lo que, durante años, nos hemos aferrado-, para que se nos pueda revelar lo único que permanece, porque solo esto nos dice quiénes somos.

De hecho, en la medida en que vamos aceptando con verdad todo lo que vivimos –incluso lo más pequeño-, se acrecentará nuestro gusto por la verdad, hasta hacernos uno con ella. Y ahí es donde se nos revelará que, a pesar de haber funcionado en la apariencia o incluso en la mentira, en nuestro ser más profundo somos Verdad.

Con esta clave, tal vez resuenen en nosotros de un modo nuevo las palabras sabias de Jesús: "Yo soy la verdad" (Jn 14,6), "Yo soy la vida" (Jn Jn 11,25; 14,6). Y descubramos que, como la suya, esa es también nuestra misma identidad.

 

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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