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UNA CATEQUESIS SOBRE LA RESURRECCIÓN

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Jn 20, 19-31

A juzgar por los elementos que contiene, nos hallamos ante una catequesis "completa" sobre la resurrección. Una catequesis que tiene como destinatarios –el evangelio de Juan se escribe en torno al año 100- a los discípulos de la "segunda generación".

¿Por qué a no pocos cristianos les cuesta aceptar que se trate de una catequesis? Los motivos pueden ser varios: por un lado, venimos de una tradición que ha entendido estos relatos en una tal literalidad, que resulta difícil abandonarla; por otro, nuestra imaginación –con ayuda también de pintores y predicadores- "creó" la escena, y eso nos hace pensar que lo imaginado tiene que ser real; por otro todavía, nuestra mente exige una prueba "tangible" –como el apóstol Tomás en este relato-, sin percibir que se trata de un ámbito al que la mente nunca puede tener acceso.

Por todo ello puede resultar difícil reconocer que este relato sea una escenificación catequética, a través de la cual, el autor del evangelio quiera comunicarnos la experiencia de los primeros testigos, el mensaje que encierra la resurrección y la invitación a "creer sin ver". De no ser así, ¿cómo se explicaría que un hecho tan contundente no haya sido narrado por los otros evangelistas?

Todo apunta a que la escena de Tomás es un añadido posterior, que tenía como objeto señalar la igualdad básica de la fe de la comunidad actual con aquella de los primeros discípulos. El centro de la narración se encuentra justamente en la bienaventuranza con que concluye: "Dichosos los que crean sin haber visto".

¿Por qué entonces la insistencia en los agujeros de los clavos en las manos y de la lanza en el costado? Sin duda, es el modo portentoso de señalar que nos hacen falta pruebas físicas para creer en el resucitado. De hecho, en ningún momento se dice que Tomás accediera a tocar las heridas.

En realidad, se trata de una invitación a la fe, que se expresa en la confesión final: "¡Señor mío y Dios mío!". Por eso, los destinatarios del relato son precisamente "los que crean sin haber visto", a quienes se les llama "dichosos". Pero no se entiende la fe como "creencia" o adhesión mental, sino como "mirada profunda" –más allá de la mente: más allá de los agujeros de los clavos y de la lanza- que nos permite "ver" de otro modo.

La conclusión del texto que hoy comentamos sería el final original del evangelio, en el que se deja en claro la finalidad del escrito. Encontramos en él temas muy queridos para el autor: "creer", "tener vida", "Hijo de Dios".

El objetivo del autor no es ofrecer una crónica periodística, sino un testimonio de fe en Jesús, y busca promover esa misma fe que es vida para quien la acoge.

"Vida" es el término que mejor parece expresar, para este evangelio, el don de Jesús. En realidad, incluye todo; por ello, es un nombre adecuado también para referirse a "Lo que es", a lo que constituye el núcleo último de todo y nuestra identidad más profunda.

 

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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