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LA LOCURA DE ROUCO VARELA

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"Cuando los dioses quieren destruir a un hombre, primero lo enloquecen.", así se expresaba el autor griego Eurípides. No encuentro otra explicación para las últimas decisiones de Antonio María Rouco que las de su enloquecimiento.

El cardenal Rouco ha regido la Archidiócesis de Madrid durante 20 años. Llegaba la hora de su jubilación -retrasada un par de años- pero él pretendía quedarse a vivir en la calle de San Justo en el llamado palacio episcopal. Ocuparía el primer piso y estaba dispuesto a acondicionar la planta baja para su sucesor. Fue el primer síntoma de su locura. A nadie en su sano juicio le cabía en la cabeza esa pretensión de convivir con el nuevo Arzobispo. Muchas personas le mostraron la inconsecuencia de sus planes y acabó por renunciar a ellos.

Pero hete aquí que, al lado de la Almudena, en un  lugar privilegiado, la diócesis tenía una vivienda proveniente de una donación. Era un piso de 370 metros cuadrados, con una terraza en chaflán de 50 metros. Dicho y hecho. El cardenal Rouco logró que se le cediese para compartirla con su secretario y dos monjas que se ocuparían de su atención. Pero entretanto se hicieron obras de acondicionamiento que según El País han costado 500.000 euros y según otras fuentes 370.000. Interviú se ha encargado de dar los detalles de tamaño coste, que van desde forrar la chimenea de mármoles a cambiar el piso con una madera llegada de la India.

Las interpelaciones que se han hecho al nuevo Arzobispo y al portavoz de la Conferencia Episcopal no han dado lugar a ningún desmentido. Esto supone, por tanto, que todas esas noticias son ciertas.

¿Y qué pensar de esta situación?

Muchos hemos conocido al cardenal en su vida activa y hemos hecho valoraciones bastante negativas sobre sus decisiones pastorales. Yo mismo escribí un artículo en el que le tildaba –peyorativamente- de "gallego". Utilizaba ese tópico para caracterizar a alguien que no se enfrentaba, que dejaba pasar y que, en el mejor de los casos, te daba una "larga cambiada" y seguía a su aire. Hombre de talante conservador, con una vida sin contacto real con la realidad, sostenido por el Vaticano de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, nunca tuvimos una opinión favorable respecto de sus actitudes, sus palabras (verdad que éstas apenas se entendían) y de sus actos. Pero a la vez nunca le hemos reprochado afanes de grandeza ni desmesuras en su vida personal.

Todo lo sucedido tras de su jubilación raya sin embargo en la locura. Los obispos jubilados suelen volver a su tierra y pasan sus últimos años en una residencia sacerdotal o en casa de familiares. Ninguno se queda a vivir en la diócesis de su mandato y menos se busca un sucedáneo de palacio (me cuentan que el obispo de Badajoz va por ese camino pero es sin duda una excepción).

A una persona que ha caído en un desvarío podemos dejarle en él si no molesta a nadie, si se trata de un loco pacífico y amable. Pero en este caso las decisiones de Rouco han creado gran malestar y mucha indignación en muchas personas, sobre todo entre católicos. Cuando somos felices de tener un papa que vive en una modesta residencia, nos llena de tristeza y de enfado la inconsecuencia de su subordinado, que consideramos un escándalo. Por más que pensemos, no logramos entenderlo. ¿Habrá un síndrome postcardenalicio, quizá el mismo que llevó a Tarsicio Bertone a acondicionarse un piso de 400 metros al lado de la residencia del papa? Pues hay que buscar un remedio, sea un psiquiatra o un exorcista. Para el primero necesitamos su anuencia pero de exorcistas podemos ejercer nosotros. Vamos a liberarlo de ese demonio que se ha adueñado de él y de paso liberaremos también a esas pobres monjas que creyeron dedicar su vida a Cristo y la fortuna las ha llevado a servir a Rouco.

Hay un par de iniciativas circulando, pidiendo firmas que se envían al propio cardenal (c/Bailén 12), al obispado y a la nunciatura. Quien se anime, puede él mismo enviar una carta de protesta. Pero también hay una petición de firmas en Change.org

Con ello queremos que deje ese piso para librarle de su desvarío y para que, cayendo en la cuenta de él, se convierta y viva. Y de paso nos deje vivir a los demás.

 

Carlos F. Barberá

 

Para unirte a la recogida de firmas, pincha aquí

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