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EL MINISTERIO SUBORDINADO AL CELIBATO

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“LA CONTROVERSIA SOBRE EL CELIBATO” DESPUÉS DEL VATICANO II (16)

(Comentarios a “Sacerdotalis Caelibatus”, de Pablo VI)

UNA PROMESA INNECESARIA CONVERTIDA EN “OBLACIÓN IRREVOCABLE”

Diez apartados (n. 73-82) dedica la encíclica a la pastoral del celibato en la “vida sacerdotal”:

Lo primero, dice, es tomar conciencia de que “la castidad no se adquiere de una vez para siempre, sino que es el resultado de una laboriosa conquista y de una afirmación cotidiana... El mundo actual da gran realce al valor positivo del amor en la relación entre los sexos, pero ha multiplicado también las dificultades y los riesgos en este campo... Es necesario... considerar... su condición de hombre expuesto al combate espiritual contra las seducciones de la carne en sí mismo y en el mundo... Hay que mantener más y mejor la irrevocable oblación, que compromete a una plena, leal y verdadera fidelidad” (n. 73).

No deja de ser curioso que se tilde de “irrevocable” una decisión humana, fruto de la libertad, no necesaria para la salvación, a veces convertida en desequilibrio personal y fuente de sufrimientos a terceras personas que no tuvieron responsabilidad en la decisión inicial. Creo que el Padre de Jesús, “_de cuyo amor nada nos puede separar_” (Rm 8, 39), no exige “plena, leal y verdadera fidelidad” a un compromiso voluntario, innecesario para realizarnos como personas e hijos de Dios.

Exigencia humana, no divina, revestida falsamente de voluntad de Dios.

Durante algún tiempo pudo vivirse como vocación divina. Pero el mismo Espíritu de Dios, que nos ilumina y guía, puede luego darnos a entender que no era esa su vocación definitiva, su voluntad salvadora.

“LOS MEDIOS SOBRENATURALES” AL SERVICIO DE LA IDEOLOGÍA CELIBATARIA (N. 74)

Insiste la encíciclica en convertir la imposición en “donación y en convicción de haber escogido la mejor parte” (n. 74). Si no existiera la ley, los “motivos de donación y de elección” serían propios de cada persona. Optaría por el celibato quien tuviera claro “dicho carisma”, como ocurre entre los llamados “religiosos”. Quien quiera ser sacerdote secular debe centrarse en la madurez cristiana, las cualidades serviciales, la aceptación y llamada de la comunidad. Y nada de pensar que “_ha escogido la mejor parte_” por ser célibe. La “_mejor parte_” (Lc 10,42) es trabajar por el Reino de Dios, tarea del cristiano. “Medios naturales y sobrenaturales, normas ascéticas”, los necesitamos todos para “_activar la fe mediante la caridad_” (Gál 5,6) y crecer en “_la persona nueva creada a imagen de Dios..._” (Ef 4, 24). El texto papal subaraya “la gracia de la fidelidad”, que hay que implorar humilde y constantemente, pero no se refiere al ministerio -sería lo lógico-, sino al celibato, como si fuera la esencia sacerdotal. Así se explica que el celibato sea el requisito básico del ministerio.

IGUALMENTE OCURRE CON LA “INTENSA VIDA ESPIRITUAL” (N. 75)

Intimidad con Cristo, sentido de Iglesia, conocimiento de la Palabra de Dios, eucaristía, liturgia, devoción “tierna e iluminada” a la Virgen... “fuentes de una auténtica vida espiritual, única que da solidísimo fundamento a la observancia de la sagrada virginidad”. Estas fuentes comunes y propias de todo cristiano para vivir su vocación humana, cristiana y eclesial, se las apropian al clero y sólo para “observar la sagrada virginidad”. Clericalismo, desenfoque del celibato y del propio ministerio. El ministro de la Iglesia debe encontrar su espiritualidad espefícica en el amor pastoral (PO 14), cuya fuente es el Espíritu Santo. Él nos actuó en la “ordenación”, y sigue soldando lo más íntimo de nuestro ser cristiano con la raíz determinante de nuestro quehacer, el amor del Padre manifestado en Cristo Jesús. El Espíritu unifica y totaliza la vida ministerial con el regalo de su amor pastoral. El consuelo y el gozo en el cuidado pastoral es fruto del Espíritu. El celibato no es necesario asociarlo al ministerio. El celibato opcional es la única pastoral digna de la “vida sacerdotal”. Sólo en opción libre permanente puede ser fuente de alegría.

EL ESPÍRITU DEL MINISTERIO SACERDOTAL

“Con la gracia y la paz en el corazón, el sacerdote afrontará con magnanimidad las múltiples obligaciones de su vida y de su ministerio, encontrando en ellas, si las ejercita con fe y con celo, nuevas ocasiones de demostrar su total pertenencia a Cristo y a su Cuerpo místico por la santificación propia y de los demás. La caridad de Cristo que lo impulsa (2Cor 5, 14), le ayudará no a cohibir los mejores sentimientos de su ánimo, sino a volverlos más altos y sublimes en espíritu de consagración, a imitación de Cristo, el sumo Sacerdote que participó íntimamente en la vida de los hombres y los amó y sufrió por ellos (Heb 4, 15); a semejanza del apóstol Pablo, que participaba de las preocupaciones de todos (1Cor 9, 22; 2Cor 11, 29), para irradiar en el mundo la luz y la fuerza del evangelio de la gracia de Dios (Hch 20, 24)” (Sacerd. Caelib. n. 76).

Comparto este párrafo, con una salvedad: “los mejores sentimientos de su ánimo” no se “vuelven más altos y sublimes en espíritu de consagración, a imitación de Cristo”, por el celibato, como supone el texto. En celibato o en matrimonio “los mejores sentimientos” del alma “se vuelven más altos y sublimes” cuando están inspirados y movidos por el amor. Él es el don principal del Espíritu, que “consagra” y lleva a “imitar a Cristo”. El celibato por sí mismo ni consagra ni imita a Cristo.

DEFENSA DE PELIGROS CON ASCÉTICA “VERDADERAMENTE VIRIL” (¡PERDONEN LAS MUJERES!)

“Hay que defenderse de aquellas inclinaciones del sentimiento que ponen en juego una afectividad no suficientemente iluminada y guiada por el espíritu, y guárdese bien de buscar justificaciones espirituales y apostólicas a las que, en realidad, son peligrosas propensiones del corazón” (n. 77).

Como ven, hay que desconfiar de las “inclinaciones del sentimiento”, “la afectividad”, “peligrosas propensiones del corazón”. A partir de la promesa de celibato, la personalidad del clérigo queda cercenada: no podrá vivir con libertad, sus sentimientos no podrán aflorar, deberá ser reprimido cualquier asomo de enamoramiento. Su afectividad sólo es “iluminada y guiada por el espíritu” si se atiene al celibato. Para ello necesita la llamada ascética “viril”:

“La vida sacerdotal exige una intensidad espiritual genuina y segura para vivir del Espíritu y para conformarse al Espíritu (Gál 5, 25); una ascética interior-exterior verdaderamente viril en quien, perteneciendo con especial título a Cristo, tiene en él y por él crucificada la carne con sus apetitos y concupiscencias (Gál 5, 24), no dudando por esto de afrontar duras y largas pruebas (cf. 1Cor 9, 26-27).

El ministro de Cristo podrá de este modo manifestar mejor al mundo los frutos del Espíritu, que son: “_caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad_” (Gál 5, 22-23)” (Sacerd. Caelib. n. 78).

La defensa a ultranza de la ley celibataria lleva a errar y a manipular textos bíblicos. Aquí tenemos un ejemplo evidente. Llamar “verdaderamente viril” a la ascética clerical occidental es un disparate mayúsculo. Mayor, en la cultura actual. Los textos paulinos aducidos se refieren al conflicto de todo cristiano entre el “espíritu” y la “carne” (en griego ”sarx”). “Carne” no significa “sexo” en absoluto. Significa la persona en cuanto a su “debilidad moral”. Algunos lo traducen por “egoísmo”, “bajos instintos”, “naturaleza pecaminosa”... Basta observar sus acciones negativas: “_lujuria, inmoralidad, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, ira, rencillass, divisiones, disensiones, envidias, borracheras, orgías, y cosas por el estilo_” (Gál 5, 19-20). Célibe o casado, el cristiano se dejar guiar por el Espíritu, cuyos frutos son “_caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad_” (Gál 5, 22-23)”. No hay “pertenencia, con especial título a Cristo,” mayor que el bautismo del Espíritu.

LA FRATERNIDAD SACERDOTAL PARA PROTEGER EL CELIBATO

“La castidad sacerdotal se incrementa, protege y defiende también con un género de vida, con un ambiente y con una actividad propias de un ministro de Dios; por lo que es necesario fomentar al máximo aquella `íntima fraternidad sacramental´ [Decr. _Presbyter. ordinis_, n. 8], de la que todos los sacerdotes gozan en virtud de la sagrada ordenación. Nuestro Señor Jesucristo enseñó la urgencia del mandamiento nuevo de la caridad y dio un admirable ejemplo de esta virtud cuando instituía el sacramento de la eucaristía y del sacerdocio católico (Jn 13, 15 y 34-35), y rogó al Padre celestial para que el amor con que el Padre lo amó desde siempre estuviese en sus ministros y él en ellos (Jn 17, 26)” (Sacerd. Caelib. n. 79).

No me parece correcto hablar de “castidad sacerdotal”. Por lo mismo que no se habla de “castidad del catequista, el maestro, el médico, el fontanero, el político, el barrendero...”. La “castidad” virtud sólo afecta a la persona en su dimensión sexual de soltería o matrimonio. No afecta a su servicio a la sociedad o a la iglesia. No se debe ser “casto” por ser sacerdote, sino por ser persona. Sin duda que la castidad -dominio racional de la pulsión sexual- se puede “incrementar, proteger y defender” con un género de vida humanamente adecuado. La “fraternidad sacerdotal” está más orientada al ministerio que al celibato. `Íntima fraternidad sacramental´ hace pensar en la dimensión ministerial. También con los ministros casados. La fraternidad bautismal atiende a todas las

MEJOR ENFOQUE: COMUNIÓN DE ESPÍRITU Y DE VIDA

Sin descuidar la comunidad cristiana, a la que sirven los sacerdotes, ayuda al ministerio la buena comunión entre ministros, sean casados o solteros. Esta fraternidad no se origina por razón del celibato, sino por el Espíritu que nos une a todos en el amor pastoral al mundo. Esa relación puede favorecer la “santidad sacerdotal”. En dos párrafos recomienda la encíclica esta fraternidad:

“Sea perfecta la comunión de espíritu entre los sacerdotes e intenso el intercambio de oraciones, de serena amistad y de ayudas de todo género. No se recomendará nunca bastante a los sacerdotes una cierta vida común, toda enderezada al ministerio propiamente espiritual; la práctica de encuentros frecuentes con fraternal intercambio de ideas, de planes y de experiencias entre hermanos; el impulso a las asociaciones que favorecen la santidad sacerdotal” (Sacerd. Caelib. n.80)

CARIDAD CON LOS HERMANOS EN PELIGRO

“Reflexionen los sacerdotes sobre la amonestación del concilio [Decr. Cit., _ibíd_.], que los exhorta a la común participación en el sacerdocio para que se sientan vivamente responsables respecto de los

hermanos turbados por dificultades, que exponen a serio peligro el don divino que hay en ellos. Sientan el ardor de la caridad para con ellos, pues tienen más necesidad de amor, de comprensión, de oraciones, de ayudas discretas pero eficaces, y tienen un título para contar con la caridad sin límites de los que son y deben ser sus más verdaderos amigos” (Sacerd, Caelib. n. 81).

¿A qué se refiere cuando habla del “serio peligro del don divino que hay en ellos”? Pensemos bien. Lo lógico sería que “el don divino” por excelencia de un obispo o presbítero sea el ministerio, el amor pastoral que el Espíritu de Jesús sembró en sus entrañas: “_aviva el don de Dios que está en ti por la imposición de manos..., espíritu de fortaleza, de amor y de templanza_” (2Tim 1,6-7). Cuando un sacerdote pierde este espíritu, podemos considerar perdido su sacerdocio. Cuando decide no ser por más tiempo célibe o soltero, su ministerio, su amor amor pastoral, puede seguir vivo y operante. Es la ley celibataria occidental la que impide ejercer “el don divino que hay en ellos”.

“RENOVAR LA ELECCIÓN” DEL MINISTERIO

“Queríamos finalmente, como complemento y como recuerdo de nuestro coloquio epistolar con vosotros, venerables hermanos en el episcopado, y con vosotros, sacerdotes y ministros del altar, sugerir que cada uno de vosotros haga el propósito de renovar cada año, en el aniversario de su respectiva ordenación, o también todos juntos espiritualmente en el Jueves Santo, el día misterioso de la institución del sacerdocio, la entrega total y confiada a Nuestro Señor Jesucristo, de inflamar nuevamente de este modo en vosotros la conciencia de vuestra elección a su divino servicio, y de repetir al mismo tiempo, con humildad y ánimo, la promesa de vuestra indefectible fidelidad al único amor de él y a vuestra castísima oblación (cf. Rom 12, 1)” (Sacerd. Caelib. n. 82).

¡Qué bueno renovar el ministerio ante la propia comunidad! Curiosamente se hace ante el poder eclesial, detentador de la ley y de su permanencia. Si se hiciera ante la propia comunidad, quizá no sería tan fácil. La comunidad sabe quiénes les sirven bien, quiénes “huelen a oveja”, quiénes se sirven de las ovejas para encumbrarse, mandar e imponerse... Este último texto puede aceptarse en su literalidad material: “conciencia de elección a su divino servicio..., la promesa de indefectible fidelidad al único amor de él y a vuestra castísima oblación”. Toda nuestra vida está comprometida con ser cristianos (amar con todo el corazón a Dios no impide el amor humano en todas sus formas) y ser servidores de las comunidades cristianas. Nuestra “oblación castísima” puede realizarse en soltería o en matrimonio.

 

Rufo González Pérez

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