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UN TERCIO DE LA QUIEBRA DE ESPAÑA, EL CLERO

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No se me tiren a la chepa: estamos hablando de siglos pasados, a partir del XVII. La quiebra de hoy, relacionada con la religión, sería dejar en el abandono y la ruina tanto monumento como España tiene, objeto venal para el turismo de calidad.

Hay “por ahí” un blog, Lacartadelabolsa, que mantiene Santiago Niño Becerra, catedrático de Economía de una universidad española, que recomiendo vivamente a quien quiera estar enterado de cómo van las cosas de la economía. Es un blog de Economía y de prospectiva económica, no de religión. De ahí que sus análisis respecto a ciertos aspectos relacionados con las sociedades religiosas gocen de valor añadido.

La Economía puede parecer algo farragoso, seco, carente de vida. Nada más lejos de la realidad. Cuando uno se introduce en sus vericuetos resulta apasionante. La economía, en grado elemental, que es el que importa en “la casa”, es el arte de distribuir ingresos y gastos. Reconozcámoslo, las mayores y peores discusiones familiares en gran parte son debidas al tira y afloja que cada miembro de la familia –padre y madre sobre todo– ejerce sobre un miserable euro.

Vengo desde hace un tiempo dándole vueltas a un hecho digno de resaltar: en un altísimo porcentaje de pueblos y ciudades –en muchas regiones de España el 100%– el único edificio digno de admirar y de visitar ¡es la iglesia parroquial! En otros, el convento de tales o cuales, la ermita de tal virgen o tal cristo...

¿Es que no había edificios públicos ni se construían ayuntamientos, hospitales, palacios, casas señoriales, castillos, bancos, lonjas...? Y contestan: por supuesto, pero ya se sabe, las guerras, etc. Sí, las guerras han sido tan educadas que han respetado invariablemente los cenobios de madres siervas y esclavas.

A todo ese elenco de construcciones divinas hay que añadir el aspecto suntuario, de tanto o mayor valor que el arquitectónico y monumental: cuadros, estatuas, retablos, cristos, custodias, casullas, vitrales, libros de coro, exvotos, ofrendas...

Y por supuesto las rentas, pingües rentas, de los beneficiados de turno. ¿Cómo un canónigo de la Catedral de Burgos se pudo construir para él lo que hoy día es el Museo Arqueológico, un palacio renacentista sito en la C/ Miranda? (recomiendo su visita entre otras cosas para conocer lo que fue la gran ciudad romana de Clunia). ¿Y las innumerables tumba-capilla que ornan todas las catedrales e iglesias importantes de España? ¿Y las miles de misas que dejaron pagadas para su bienestar en el reino de los cielos? ¿Y...? ¿Para qué seguir?

¿Alguien ha caído en la cuenta del inmenso valor que todo eso tuvo y tiene? ¿Alguien ha recapacitado en manos de quién está todo eso? ¿Alguien se ha parado a pensar de dónde ha procedido todo ese dinero? ¿Alguien sabe los modos y maneras que practicaron para conseguirlo?

El título de hoy viene sugerido por un artículo de dicho Blog publicado el 28 de agosto de 2008. Hete aquí que dicho artículo incide en el mismo asunto: el dispendio monumental que la Iglesia ha venido haciendo desde tiempos inmemoriales, siempre a costa, claro está, de los sufridos currantes, vecinos de pueblos y ciudades. “Pagar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios”, se decía hace no tantos años en el Catecismo Astete. Y dicen que las buenas gentes se sentían gozosas de entregar una parte de sus cosechas a la Iglesia. ¡Y un cuerno! Lo que en verdad sentían era verse expoliados.

España pudo ser La potencia europea por la sencilla razón de que, durante más de un siglo, fue, prácticamente, el único Estado que dispuso de metal, básicamente plata. Sin embargo, España se dio de bruces con una triple realidad:

1. una monarquía inepta y una administración absolutamente ineficiente,

2. una estructura religiosa que utilizó la religión con fines políticos, y

3. una ausencia clamorosa de algo que pudiera asimilarse a una burguesía.

La Corona española y la corte de validos, nobles y alta curia se gastaron la plata que España expolió de América en palacios, iglesias y catedrales, cacerías, fiestas, banquetes y artículos de lujo, la inmensa mayoría importados, por cierto; y lo que quedó -cuando algo quedaba- se lo gastó en malpagar a ejércitos de mercenarios que se dedicaban a combatir por Europa a mayor gloria de la Corona española.

España se dedicó a malgastar la plata americana y, cuando esos gastos no productivos empezaron a ser superiores a los ingresos, se dedicó a acuñar moneda de cobre y a manipular su valor nominal. ¿Lo que sucedió?, una inflación del 430% y una crisis, en 1680, de la que España ya no se recuperaría jamás.

A partir de aquí comenzó el estancamiento de España, un pasar sin pena ni gloria, un creciente ninguneo por parte de los Estados potentes de Europa (en el Congreso de Viena de 1815, España ni siquiera fue invitada a participar), un arrastrarse por una senda económica sustentada en una agricultura ineficiente propiedad de terratenientes absentistas, un sobrevivir con una actividad manufacturera arcaica y sin inversión que no pudo arrancar la Revolución Industrial, un estar con un comercio con América como único y mal llevado referente. Y así hemos continuado.

Hemos puesto adrede en el título “un tercio de la quiebra”. Estamentos noble y real; estamento religioso; burguesía. Clasificación cualitativa, que no cuantitativa. El poder económico de la Iglesia sobrepasaba con mucho al de la nobleza.

El pasado pasó y ahí quedan sus restos en forma de edificios. El clero ya tuvo su oportunidad. Respecto a los otros –el "sufrido (por nosotros) estamento político que reemplaza en el “querer vivir bien” a los predecesores– será cuestión de que aprendan del pasado.

Quizá comencemos a aprender hoy, cuando la lejanía de los criterios religiosos es un hecho y cuando el zarpazo de la crisis llamó a nuestras puertas sin haberse alejado del todo. Aunque todos los gánsteres de la economía –Zapatero y Solbes ayer, Rajoy y Montoro hoy– quieran convertirse en avestruces.

 

Humanismo sin credos

Periodista Digital

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