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Fecha de Creación (Inicio - Fin)

-

LAS MUJERES Y LOS CORRUPTOS

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Mt 28, 8-15

Los restos mortales del Señor no estaban en la tumba. Lo comprobaron in situ las fieles mujeres que habían sustentado la misión de Jesús durante el tiempo de la predicación, y también algunos discípulos y unos guardias que custodiaban el sepulcro para evitar que los seguidores del Maestro robaran el cadáver. El cuerpo no estaba. Y no había rastro de él, ni tampoco de huellas que apuntaran a los presuntos responsables de su desaparición.

Cierto es que la mera ausencia del cuerpo no conduce necesariamente a afirmar la resurrección. Pero era un dato relevante, un importante punto de partida, aunque el paso a la fe resultara aún problemático. El sepulcro vacío era la primera señal, no la única, pero sí condición necesaria. Porque es difícil creer. Supone un “salto mortal”, o quizás sería mejor decir “salto vital”, pues lo que está en juego es la vida cuando la muerte es una realidad inapelable. Era lógico que hubiera quienes dudaran a pesar de las apariciones (ahí está el ejemplo de Tomás, o el de unos cuantos que, como señala el mismo evangelista Mateo justo después del episodio que leemos hoy, creyeron tras muchas vacilaciones e incertidumbres).

La duda acompaña el camino de la fe, y ésta se fortalece gracias a aquella siempre y cuando la persona esté abierta a encontrar respuestas aunque no encajen en sus esquemas. Lo que resulta inadmisible es el uso del engaño para defender los propios intereses. Se puede dudar porque es profundamente humano; pero no mentir. Y esto es lo que el evangelista denuncia. Mateo señala el contraste brutal entre el modo de actuar de dos grupos que tenían un estatus completamente distinto ante la sociedad: las mujeres, y los mandatarios. ¡Qué diferente modo de reaccionar frente a una evidencia!

Las mujeres no tenían crédito a nivel público, su testimonio era tan poco valioso que ni siquiera los discípulos las creyeron. Y sin embargo, no se dejaron intimidar por el miedo a ser rechazadas, ¡tal era la certeza que tenían en el encuentro con el Resucitado que ya no podían dudar! La fortaleza con la que afrontaron las dificultades que se les vinieron encima solo se explica por la seguridad de la experiencia del Dios vivo que estaba con ellas. Sin embargo, algunos soldados junto con los sumos sacerdotes y ancianos, urdieron un plan (con soborno de por medio) para difundir la noticia del robo del cadáver. De este modo pretendían desacreditar tanto a Jesús, como a sus discípulos. Ellos, que tenían crédito ante el pueblo, usaron la calumnia y la murmuración. ¿Por qué no les bastó con la duda razonable?

Probablemente por miedo a la verdad. Porque era demasiado arriesgado dejar un resquicio a la duda que condujera a una fe que cuestionara sus vidas. ¿Y si la resurrección fuera cierta? ¿En qué quedarían nuestros poderes, desprecios, juicios gratuitos y anhelos de riqueza, si lo que nos queda para siempre es la pobreza y humildad de todo un Dios?

La resurrección es una piedra de toque para nuestra vida. Una denuncia de nuestros verdaderos anhelos y ambiciones. Una pregunta radical sobre aquello que de verdad estamos dispuestos a perder o ganar.

 

María Dolores López Guzmán

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